jueves, 24 de junio de 2010

Una de arena y la cal de siempre

No. No voy a hablar de la reforma laboral española. Me declaro incompetente e inepto para repetir de una manera afable lo que ya está dicho, que no es mucho, y además casi todo apunta en la misma dirección.

Pero me sorprende tanta voluntad aunada en la crítica, porque los hombres nos solemos poner de acuerdo en la verdad sólo cuando está demostrada. En matemáticas y en geometría, por ejemplo, no hay sectas. Unos porque no las entienden y otros porque sí, pero sus axiomas son tajantes y comúnmente aceptados.

En casi todo lo demás nos hemos habituado a estar divididos en dos bandos; los defensores de las medias verdades y los defensores de las medias mentiras; ambas lo suficientemente oscuras como para ser defendidas con los mejores ojalás que tengamos a mano.

Esta vez, con ocasión de la cacareada reforma del mercado de trabajo, hemos encontrado una solución de consenso nacional casi matemática: ‘con este texto legal no llegaremos a ningún sitio relevante’.

Y en esas estaba yo, tan tranquilo, tan reconciliado con el género humano, incluso con lo más estrafalario del mismo; tan feliz por haber encontrado el beneplácito y la tregua, cuando, de repente, la ministra Elena Salgado nos regala un envenenado titular en las páginas del diario Expansión de este martes: ‘No necesitamos reformar las pensiones hasta 2030 ó 2035’.

No dudo de la erótica de lo imposible a la que aspira todo político, pero tampoco estaría de más hacer un hueco en la apretada agenda de una Vicepresidenta para echar un vistazo a los informes técnicos que previenen hace años sobre lo inevitable, lo irremediable, lo inviable y hasta lo imposible de nuestro sistema público de pensiones. Me uno a los que piensan que no siempre rectificar es cuestión de sabios.

El diagnóstico fatuo de Salgado a mí me recuerda a esos médicos de cabecera acelerados que confunden la enfermedad que acaban de ver con la nueva que están viendo. Que recetan remedios de moda agravando el problema del enfermo.

Con sus palabras Salgado nos quiere volver a subir a las nubes, nos quiere volver a encerrar con llave en el limbo para una temporada, y si la creemos, conseguirá que vivamos una nueva vida de segunda mano.

La Vicepresidenta vuelve a abordar los problemas más serios en clave de astracanada, de bufonada insensata. Y lo afirma como es ella, firme en sus convicciones, caprichosamente concluyente, puntual a la cita con su negro historial al frente de la nave económica, pero perfectamente ataviada para adornar el pie de foto.

Si son ciertos los rumores, espero que pronto acabe yéndose por donde vino, como hay que irse de los sitios, sin decir adiós, y sin que sus palabras nos perturben ni un ápice el único debate importante estos días, el de si la bella novia de Iker Casillas, Sara Carbonero, debe o no cubrir la información de la selección española de fútbol. Deontología inútil manda.

Hasta entonces, que ustedes disfruten de los prometedores naufragios que nos esperan.

sábado, 12 de junio de 2010

Más impuestos

Gracias al nuevo acuerdo de financiación autonómica suscrito en 2009 entre Gobierno Central y Comunidades Autónomas, dos fueron las principales consecuencias en el manido tema de las balanzas fiscales. Por un lado, se aumentaron los porcentajes cedidos a las CCAA procedentes de la recaudación del IRPF, el IVA y los impuestos especiales y, por otro lado, nos quitamos la careta de la solidaridad fiscal entre territorios.

Así, si hasta 2009 las CCAA gestionaban y recaudaban el 33% del IRPF, el 35% del IVA y el 40% de los impuestos especiales (alcohol, gasolina y tabaco), en el nuevo modelo de ‘corresponsabilidad fiscal’ la cesta se amplió al 50% del IRPF e IVA, y al 58% de impuestos especiales.

Pero las CCAA, no contentas con estos agasajos, estos días nos hacen partícipes de un nuevo juego, una especie de gymkana regional en materia impositiva. Se trata de buscar rentas altas del trabajo, bautizar a sus asalariados como nuevos ricos, y apelar a su madre, la progresividad, y a su padre, la solidaridad.

Como es ilógico, cada Comunidad fija las reglas del juego progresivo, y nombra a sus ricos como mejor le parece. Los premiados han estado muy repartidos, como la lotería de navidad. A título de ejemplo, las condecoraciones van desde los 60.000 euros en Extremadura, pasando por los 80.000 euros en Andalucía, hasta los 100.000 euros en Cataluña.

De momento el paso adelante lo han dado sólo los gobiernos regionales socialistas, pero no se confíen; nada ni nadie nos puede asegurar que hoy nos acostemos como asalariados medios y nos levantemos mañana como nuevos ricos.

Será difícil, pero alguien debería explicarles a nuestros políticos que si queremos conseguir un incremento en la recaudación fiscal, las medidas a adoptar no pasan necesariamente por el incremento de los tipos impositivos. De hecho, con estos mismos tipos impositivos la recaudación de hace años era muy superior a la actual.

Siguiendo esta línea argumental, recientemente se publicó un interesante estudio elaborado por Goldman Sachs sobre la eficacia de diferentes medidas tomadas por distintos gobiernos con el objetivo de equilibrar sus cuentas públicas. Se concluye que todas las medidas presupuestarias que incidieron sobre el recorte del gasto público, resultaron eficaces, mientras que todas las soluciones basadas en el aumento de los tipos impositivos, resultaron fracasadas.

Ya sé que usted no confía ya en ningún analista, y menos un banco de inversión como el citado. Quizá nuestros dirigentes autonómicos estén en lo cierto y puede que España se convierta en la primera excepción a esta regla.

Mientras tanto, a nosotros no nos queda más solución que escribir un entristecido post. Y ajo y agua. Porque a las rentas del trabajo ni siquiera nos vale el recurso de acudir la picaresca española. Ni siquiera podemos cogernos un tren a Luxemburgo, como los parientes que disfrutan de sus rentas de capital. Así que ya sabe, si usted no es rico, no se le ocurra parecerlo. Y si usted ya es rico, está a salvo.

lunes, 7 de junio de 2010

Amnistía fiscal

De blanco al negro. De tibios desmentidos a rotundas afirmaciones. Del ultra secreto al secreto a voces. De la economía subterránea al limbo eterno. Y así vamos sobreviviendo, y así nos luce la cabellera.

El último retruécano sonda nos lo hemos desayunado hoy. Va de amnistía. Pero no se apellida internacional, sino fiscal y cañí. La misma que parecía enterrada desde los tiempos de Miguel Boyer y Carlos Solchaga. La del perdón al asesino confeso por buen comportamiento; por hacer de funcionario a la sombra.

Y te cabrea. Porque es justo la posición contraria que nos piden, nos exigen, nos reclaman a los presuntos inocentes. A los tontos del cuento. A los que nos maleducaron a pagar siempre y que ya no sabemos hacer otra cosa.

Ahora nos recitan en rima que no son incompatibles ambas medidas. Que el obligado esfuerzo de unos bien se compadece con el voluntario desisto de otros. Que nuestro desvelo se puede conjugar con su flaqueza. Pues mire, para mí, no.

Al menos que lo digan con todas las letras y no nos vendan vendas para los ojos. Porque una amnistía no es un ‘plan de regularización fiscal’, como lo han denominado. Ni siquiera es un indulto. Porque el indultado sigue siendo culpable, pero al amnistiado le quitan las marcas y le revisten de preso político. Y sus culpas pasan a considerarse, a los ojos de la justicia legal y moral, como nunca cometidas, como vulgares inocentes.

Y por arte de magia del poder legislativo hacen desaparecer el delito. Como también desapareció el dinero de nuestros impuestos, y con él un buen trozo de libertad. Y mañana será ya tarde para empezar una revolución, porque hasta la moqueta huele a forense.

Lo único que me consuela es que a los malos, ahora ya buenos, les obligarán a suscribir, con su dinero negro, deuda pública española a cambio del perdón. Y, si les convencen, ¡qué cerca estará la venganza, la venganza de los mendas!

sábado, 5 de junio de 2010

Modelo laboral austriaco

No cabe duda que la escuela económica austriaca, o escuela de Viena, es cuna y referencia del pensamiento económico basado en el respeto al individuo y a su esfuerzo, como contrapunto de las teorías marxistas y keynesianas.

Además, Austria es uno de los países más prósperos y desarrollados de nuestro entrono. Al menos justo hasta el momento de pulsar el botón de ‘publicar’ en el blog. No está el horno para aseveraciones planetarias.

Durante estos días se habla incesantemente del modelo de mercado laboral austriaco, como espejo de nuestros deseos para acometer una más que obligada reforma laboral ‘a la española’. Ya sabe, la que llega tarde, se hará rápido y, posiblemente, acabe mal.

Pero no nos confundamos. Nada o poco tienen que ver los grandes economistas austriacos del siglo pasado con el modelo laboral de este país, puesto en marcha hace menos de diez años, y cuyos frutos no son del todo evidentes. Lo diré de otra forma, si para usted el modelo austriaco es el modelo y soy yo quien no alcanza a verlo nítidamente, mucho me temo que lo imposible será importar sus mágicos logros a nuestro país.

A grandes rasgos. El sistema de protección laboral austriaco propone ir creando, en épocas de normalidad, un fondo que se nutra con aportaciones periódicas empresariales, para utilizarlo en el caso de que la empresa necesitara prescindir de sus trabajadores, de manera que las indemnizaciones por despido que le correspondiera asumir, se satisficieran con cargo al fondo. En definitiva, lo que se quiere es ir devengando poco a poco el coste laboral de las indemnizaciones futuras. En Austria supone el 1,53% del salario bruto del trabajador.

A mí esto me suena huida hacia delante. Me suena a no querer acometer la reforma verdadera. La que debe recortar seriamente las indemnizaciones por despido. Recortar, abaratar o redefinirlas con el eufemismo que más le guste. ¿Sabe por qué? Pues porque suponen un coste laboral para el empresario imposible de sostener. Y ya sabe adónde iremos a parar sin proyectos empresariales. Sólo por esta razón de peso bastaría. Por la misma razón que el Gobierno ha eliminado el cheque bebé. O por la misma razón que se han bajado los sueldos de los funcionarios. Porque no se pueden pagar.

Pero es que además el trabajador ve en la indemnización por despido un derecho adquirido, un consuelo de listos, un seguro que le reportará una importante cantidad de dinero si las cosas van mal, lo cual se convierte precisamente en un incentivo para no querer cambiar de trabajo. Es decir, provoca rigidez, lo contrario de lo que se persigue, que es un mercado ágil, la llave maestra para que se creen empleos.

A usted le habrán dolido estas afirmaciones, seguramente porque se ha visto retratado en ellas, pero sólo trato de explicar que la indemnización por despido no es, o no debería ser, algo parecido a un fondo de pensiones de empleo o a un premio al que más aguante encima de la cuerda floja, sino simplemente una ayuda económica transitoria en caso de despido, un simple puente incentivador hasta que se encuentre un nuevo trabajo.

El sálvese quien pueda no funciona cuando el avión está a punto de estrellarse, y menos aún, hacer oídos sordos a las penas.

viernes, 4 de junio de 2010

Tormenta fiscal

La culpa no es sólo mía. La culpa también es de Internet, un artefacto aparentemente inocuo que desenfundas sólo para entretenerte y, surfeando por la red, te enteras que el futbolista costamarfileño Drogba se pierde la cita mundialista por una inoportuna lesión. Te quedas abatido. Como si te fuera algo personal en ello. Piensas que la vida es injusta otra vez. Por un momento vuelves a poner al mundo en duda, hasta que, sin saber cómo, acabas en la web de la 'Fundación Ideas para el Progreso', del ex Ministro Caldera, y entonces tienes la certera que lo peor está por llegar.

Este think tank, depósito de ideas de los sabios socialistas, cree tener la solución para evitar la malvada especulación financiera que nos acecha. Y para ello ha creado tres nuevos impuestos. Sólo tres. A mí me ha recordado aquello que decía burlonamente Ronald Reegan sobre cómo solucionan las izquierdas sus problemas económicos: ‘Si se mueve, le ponen un impuesto. Si se sigue moviendo, le suben el impuesto. Y si se deja de mover, le dan una subvención’. El resultado, máquinas de crear pobres.

Vamos con la tormenta de impuestos. Su primera idea grava, con uve, las transacciones financieras internacionales; por ejemplo, en las que incurren los especuladores inmigrantes del andamio que además de tener trabajo, mandan dinero a sus familias. Por aguantar estoicamente sin caer a la tentación del desempleo al sol, pagarán una tasa por evadir capitales. La segunda grava a los bancos, por ser bancos, y la tercera, las plusvalías financieras a corto plazo, por no ganar el dinero a largo plazo, como el común de los vulgares.

Lo más novedoso de estas propuestas es que son más viejas que la orilla del mar. La literatura liberal que las critica surca los mares de este a oeste del planeta, fundamentalmente porque perjudica a todos, pero sobremanera a los países pobres que intentan progresar a través del comercio internacional.

La única improvisación digna de mención con las que se presentan ahora estas lumbreras es que su hipotética puesta en marcha se mide únicamente en función del volumen que se podría recaudar, sin más. Lo que no se dice en este estudio es a qué fines se piensa dedicar ese nuevo dinero; es decir, si se piensa seguir engordando el becerro del estado del bienestar, si se piensa combatir la injusticia en el mundo, o sencillamente, si se piensa malgastar de una manera más vigorosa.

Nada comentan de una necesaria y utópica acción mundial coordinada para que su puesta en marcha tuviera algún efecto real. De nada serviría poner cerco en la zona euro, por ejemplo, si lo rodeamos por EEUU o por Asia.

Tampoco comentan nada sobre las dificultades técnicas para su recaudación, para su gestión y para el reparto de su producto, ni comentario alguno sobre la máquina burocrática que vendría pisándole los talones.

Todo esto huele a confiscación arbitraria. Les daré un consejo, 'abajo esa moral y no perdamos la desesperanza'. Todo llegará.

miércoles, 2 de junio de 2010

A por las SICAVs

Desde que los gobiernos bienhechores se subieron a los carromatos en busca de los dineros de los ricos, no hay tertulia que se precie que no saque a colación a las dichosas SICAVs.

Y no es que yo quiera ir a la contra de todos todo el día. Y muchos menos convencerle a usted de nada. Lo que pasa es que no me gusta entonar el himno de los vencidos a cada momento, y mucho menos en honor de los pobres, que bastante tienen con lo suyo, como para aguantar más adhesiones morales vanas.

Al grano. No hay duda que las SICAVs, como sociedades de inversión, son el vehículo preferentemente utilizado por la gente de dinero para intentar hacer más dinero a través de una estrategia de inversión adecuada.

Y también es cierto que si no todos tenemos acceso a este instrumento para invertir, no es por imperativo legal, sino por una razón de cantidad, porque se necesitan, al menos, 400 millones de las antiguas pesetas para poder constituir una. Y el estado del bienestar es tan rácano que aún no nos ha podido asignar por ley una de ellas a cada español. Todo se andará.

Pero éste, creo yo, no será el motivo para quererlas meter mano, aunque se nos note en la cara la envidia insana que nos dan. Parece que el asunto de la discordia tiene que ver con los beneficios fiscales de los que disfruta. Es decir, entiendo que lo que molesta no es que se tengan 2,4 millones de euros de sobra y listos para invertir, sino que los rendimientos positivos que éstos generen no pasen por la taquilla de Hacienda en las mismas condiciones que los que generen las inversiones que pueda realizar usted a través de otros vehículos de inversión.

Verdad a medias. ¿Le suenan los Fondos de Inversión? Pues le diré que las SICAVs y los Fondos de Inversión son, a efectos fiscales, instrumentos de inversión ‘primos hermanos’. Y, aunque con alguna diferencia, disfrutan de la misma fiscalidad mientras el inversor permanece en ellas; Es decir, los rendimientos que obtenga cualquier Fondo de Inversión al que usted tiene acceso, y para cualquier cantidad, tributan en el impuesto de sociedades al tipo del 1%, y no al 30%. Como las malignas SICAVs.

Afinemos un poco más. La supuesta ventaja fiscal de la que tanto se habla, y que ya hemos quedado que la comparten las SICAVs y los Fondos de Inversión, ni siquiera es, en contra del sentir general, una exención impositiva, sino un diferimiento en su pago. Es decir, en cuanto el accionista (SICAV) o el partícipe (Fondo de Inversión) deshacen su inversión, es decir, cuando venden, ambos han de tributar por las plusvalías latentes acumuladas, y lo harán en las mismas condiciones que las del resto de inversiones realizadas por cualquier mortal sujeto pasivo.

En definitiva, parece claro que la única falta cometida por los accionistas de las SICAVs es tener más patrimonio que el prójimo. Nada nuevo. Otra ración de retórica vacía. ¿Y nosotros? Por la reincidencia en nuestra envidia, con 10 padresnuestros y 50 euros al cepillo en la misa del domingo, quedaremos perdonados.