Usaré el plural mayestático para referirme a todos nosotros, los pasajeros que voluntariamente recibimos patadas en el trasero, un trato espartano y un protocolo histriónico, sólo a cambio del bajo coste de la compañía aérea Ryanair.
Si siguen el hilo conductor de este blog seguramente anticiparán lo que pienso de Ryanair y de las ociosas quejas de sus usuarios. Porque, que yo sepa, a nadie le obligan a volar con la compañía del señor O’Leary.
El estilo de gestión de una empresa puede analizarse desde diferentes ópticas, pero para eso están las escuelas de negocios. En este caso a mi me atrae más el perfil sicológico del pasajero de Ryanair en relación al modelo empresarial que tanto parece detestar. Me explicaré.
El proceso de compra online de un billete de avión en Ryanair es infernal y antiestético, está plagado de trucos y de enormes letras pequeñas, de servicios camuflados y de amenazas expresas por sobrepeso de equipaje.
Y cuando ya crees haber sorteado todos los obstáculos, la guinda del pago final te revela que, de la media docena de tarjetas de crédito y débito de que dispones, ninguna es la adecuada para no incrementar el precio final del billete. Es la estocada final al orgullo del avispado internauta cazachollos.
El siguiente paso es aún mejor. Tan solo tienes que prepararte para que tu reglamentaria maleta neceser no reviente hasta pasado el control de embarque, y rezar en alto para que la bolsa del ‘dutty free’ no sea considerada como equipaje de mano. El acoso comercial durante el vuelo es sólo una evidencia más de que, para O’Leary, el cliente nunca tiene la razón.
Prueba de ello son los lujos innecesarios que pretende también eliminar de nuestros usos de vuelo; porque, según comentan, acabaremos pagando por ir al baño durante el vuelo; se aplicarán recargos en el billete de los gordos; si la tecnología lo permite, quitará asientos y parte de los viajeros disfrutarán de su vuelo de pie; e incluso amenaza con prescindir del copiloto en determinados trayectos.
Poco parece importarle a O’Leary la reciente sentencia de un juzgado de Barcelona que ha decidido que Ryanair no tiene derecho a cobrar 40 euros a los viajeros que olviden imprimir la tarjeta de embarque.
Y no le importa porque su ‘marketing a patadas’ le ha llevado a ser líder en el mercado español, con casi 23 millones de pasajeros en 2010, frente a algo más de 20 millones que transportó Iberia.
Seguramente todos hemos pensado en no volver a volar con Ryanair nunca más, pero llegado el siguiente viaje y, al iniciar el proceso de elección de compañía, comparamos tarifas y acabamos pensando que Iberia y cía son los mismos perros con diferente collar.
Entonces te vuelves indulgente con los aviones de Ryanair. Y hasta le sacas la parte divertida a la teletienda del aire. Porque son sólo dos horas de trato ovino. Y porque es un buen ahorro en tiempos de crisis.
Si tú, como yo, eres de los que crees en la ley de la oferta y la demanda, y sueles buscar siempre el mejor precio, consuela tu dignidad y tu orgullo pensando que hay un señor, llamado Michael O’Leary, que no piensa en otra cosa.