jueves, 27 de enero de 2011

Salvad al pasajero Ryanair

Usaré el plural mayestático para referirme a todos nosotros, los pasajeros que voluntariamente recibimos patadas en el trasero, un trato espartano y un protocolo histriónico, sólo a cambio del bajo coste de la compañía aérea Ryanair.

Si siguen el hilo conductor de este blog seguramente anticiparán lo que pienso de Ryanair y de las ociosas quejas de sus usuarios. Porque, que yo sepa, a nadie le obligan a volar con la compañía del señor O’Leary.

El estilo de gestión de una empresa puede analizarse desde diferentes ópticas, pero para eso están las escuelas de negocios. En este caso a mi me atrae más el perfil sicológico del pasajero de Ryanair en relación al modelo empresarial que tanto parece detestar. Me explicaré.

El proceso de compra online de un billete de avión en Ryanair es infernal y antiestético, está plagado de trucos y de enormes letras pequeñas, de servicios camuflados y de amenazas expresas por sobrepeso de equipaje.

Y cuando ya crees haber sorteado todos los obstáculos, la guinda del pago final te revela que, de la media docena de tarjetas de crédito y débito de que dispones, ninguna es la adecuada para no incrementar el precio final del billete. Es la estocada final al orgullo del avispado internauta cazachollos.

El siguiente paso es aún mejor. Tan solo tienes que prepararte para que tu reglamentaria maleta neceser no reviente hasta pasado el control de embarque, y rezar en alto para que la bolsa del ‘dutty free’ no sea considerada como equipaje de mano. El acoso comercial durante el vuelo es sólo una evidencia más de que, para O’Leary, el cliente nunca tiene la razón.

Prueba de ello son los lujos innecesarios que pretende también eliminar de nuestros usos de vuelo; porque, según comentan, acabaremos pagando por ir al baño durante el vuelo; se aplicarán recargos en el billete de los gordos; si la tecnología lo permite, quitará asientos y parte de los viajeros disfrutarán de su vuelo de pie; e incluso amenaza con prescindir del copiloto en determinados trayectos.

Poco parece importarle a O’Leary la reciente sentencia de un juzgado de Barcelona que ha decidido que Ryanair no tiene derecho a cobrar 40 euros a los viajeros que olviden imprimir la tarjeta de embarque.

Y no le importa porque su ‘marketing a patadas’ le ha llevado a ser líder en el mercado español, con casi 23 millones de pasajeros en 2010, frente a algo más de 20 millones que transportó Iberia.

Seguramente todos hemos pensado en no volver a volar con Ryanair nunca más, pero llegado el siguiente viaje y, al iniciar el proceso de elección de compañía, comparamos tarifas y acabamos pensando que Iberia y cía son los mismos perros con diferente collar.

Entonces te vuelves indulgente con los aviones de Ryanair. Y hasta le sacas la parte divertida a la teletienda del aire. Porque son sólo dos horas de trato ovino. Y porque es un buen ahorro en tiempos de crisis.

Si tú, como yo, eres de los que crees en la ley de la oferta y la demanda, y sueles buscar siempre el mejor precio, consuela tu dignidad y tu orgullo pensando que hay un señor, llamado Michael O’Leary, que no piensa en otra cosa.

viernes, 21 de enero de 2011

España competitiva

Don José María O’Kean es un sevillano, doctor en economía, que lleva en la sangre esta ciencia social, y que se afana por divulgarla y por hacérnosla más sencilla.

O’Kean acaba de publicar un libro sobre competitividad titulado ‘España competitiva’, todo un tratado sobre lo que debería ser y no es. Algunos han bautizado su obra como una novela de terror, como un libro de ciencia ficción o como un cuento imaginario. Él mismo define su obra como un canto desesperado.

Es un libro breve, que se puede entender, nada teórico ni académico; un manual que intenta convencer y que se puede seguir sin excesivas curvas.

En sus páginas, lejos de pensar que la crisis española actual se debe a la coyuntura financiera internacional y al excesivo peso del sector de la construcción, O’Kean la achaca a la falta de competitividad de la economía española, nuestro mal endémico de los últimos decenios.

El Doctor nos recuerda que siempre hemos adormecido la resolución de este problema con sucesivas devaluaciones de nuestra moneda, de la olvidada ‘rubia’. Pero que ahora, como serios miembros de eurolandia, ya no podemos recurrir a este ajuste nominal para salir del atolladero y recuperar el empleo.

Así lo hicimos con el ‘plan de estabilización’ del Ministro Boyer en el año 1982, tras el cual empezó un ciclo de crecimiento excesivo del sector de la construcción, a base de obra pública, que provocó un colosal endeudamiento del Estado.

O tras las cuatro devaluaciones sucesivas del año 1993, que propiciaron un ciclo de crecimiento, otra vez basado en el sector de la construcción, pero en este caso con un sobreendeudamiento del sector privado.

Porque España, cuando crece, se endeuda. Porque no somos capaces de vender fuera lo que necesitamos para mantener nuestro crecimiento. Y esto nos aboca a crisis financieras cuando nos recuerdan que es hora de devolver lo que nos han prestado.

Y si no podemos vender para crecer, o para pagar lo que debemos, es porque nuestra capacidad competitiva es muy débil. Y el zapato nos aprieta tanto en precios como en costes.

Porque nuestros precios crecen a tasas más altas que las de nuestros competidores. Porque nuestros costes productivos están estrangulados por convenios colectivos que negocian siempre al alza, con independencia del momento económico. Y porque la regulación no favorece la competencia en determinados sectores.

En definitiva, porque nuestra productividad es muy baja. Sólo un dato: entre 1995 y 2006 la productividad por año media en España fue negativa.

Hay quienes piensan que la productividad no se puede medir, y mucho menos compararse con nada ni nadie. Hay quienes pensamos que la productividad no es más que un cociente entre los ingresos de una empresa y las horas trabajadas.

Si, como a mí, te gusta predecir el pasado, te gustará este libro. Si no, quizá sea más aconsejable que te dejes caer en la garras de la ‘España invertebrada’ de Ortega, para admirar el futuro de hace 90 años.

viernes, 7 de enero de 2011

El estado de la dación

No me negarán que el título no les suena familiar. A mí me encanta. Recuerda fonéticamente al debate sobre la vilipendiada nación, pero sin serlo.

Para el Espasa-Calpe una dación es una donación, pero hoy le daremos algunas tonalidades semánticas no tan piadosas.

Según el rigor académico una dación es la acción de dar algo. El matiz viene después, cuando la hacemos apellidarse como dación ‘en pago’, o como dación ‘para pago’.

Y este es el asunto de hoy. ¡Porque cuán diferente es el sentido jurídico de la dación cuando utilizamos una u otra preposición para unirla con el pago!

Y hablando de pagos, ¿qué tal si nos acordamos de las hipotecas ahora en plena cuesta de enero? Pues mal, supongo, pero si resuelvo sus problemas, ¿de qué me voy a quejar yo luego? Vamos a ello.

Mucho se está escribiendo, ya hace meses, sobre la posibilidad legal de extinguir una deuda hipotecaria mediante la simple entrega de las llaves del inmueble hipotecado al banco. Traducido a lenguaje jurídico, el debate se centra en transitar legalmente de la dación ‘para pago’ a la dación ‘en pago’.

Como bien conocen, la dación ‘en pago’ es la práctica habitual en el mercado hipotecario estadounidense, el de las famosas hipotecas subprime. Allende los mares uno le devuelve las llaves del inmueble hipotecado al banco y la deuda se liquida. No existe recurso posterior. Se es libre. Al menos ante la ley.

¡Y qué tendrá la hierba del vecino que siempre la vemos más verde y mejor cortada que la nuestra!

Porque nuestra cláusula tipo hipotecaria general, en el 99% de los casos, es la dación ‘para pago’. Y la de casi todo el derecho europeo también. Incluido Reino Unido.

Resumiéndola. En el país llamado España, la hipoteca es un préstamo personal que cuenta con una garantía adicional inmobiliaria. Pero, por encima de ésta, prevalece la garantía personal.

Es decir, si uno no puede pagar el préstamo y le ejecutan el inmueble, si el precio de éste no es suficiente para cubrir el préstamo pendiente, aunque uno le dé las llaves y el llavero de marca de la vivienda al banco, sigue debiéndole la diferencia.

Y, para saldarla, se responde con todo el patrimonio personal; el presente y el futuro. No hasta que la muerte nos separe, pero casi.

Sin más información presumo que nueve de cada diez dentistas aconsejarían la dación ‘en pago’ a la hora de contratar una hipoteca. Aunque los peor pensados de la clase no se creerán que se puede convertir en fácil, así de pronto, algo tan difícil. Yo tampoco. Y les daré algunas razones.

Primero. La posibilidad de que en nuestro ordenamiento jurídico el deudor sólo responda de la hipoteca con el bien hipotecado ya existe. Y hace más de cincuenta años. El problema es que es una cláusula que no se usa. Principalmente porque los préstamos hipotecarios son contratos de adhesión. El desconocimiento hace el resto.

Segundo. Y quizá más importante. Si cambiamos una de la reglas del juego, tan conocida y clara como ésta, estaremos de acuerdo que será a cambio de ceder algo. ¿O ustedes son de los simpatizan con el decretazo ley?

En nuestra práctica habitual, la dación ‘para pago’, el riesgo inmobiliario en la adquisición a crédito de una vivienda, por poner el ejemplo más claro, lo asume el comprador. Es decir, tanto si el precio de la vivienda sube como si baja, es asunto nuestro. Lógico. Para eso la vivienda es nuestra.

Con la dación ‘en pago’ la cosa cambia. En este caso, si el precio de la vivienda sube, abrimos champán francés para celebrarlo. Pero si baja, se lo entregamos en papel de regalo al banco. Para que aprenda a hacer negocios.

Ni que decir tiene que, de empezar a utilizarse habitualmente las cláusulas de dación ‘en pago’ en nuestras hipotecas futuras, el coste del crédito subiría inmediatamente y, por consiguiente, la concesión de hipotecas se reduciría aún más, porque las entidades financieras se intentarían cubrir del riesgo inmobiliario que los compradores nos negamos a asumir.

Mal asunto. No creo que ganemos en conjunto con esta medida. Y mucho menos aquéllos que vienen bramando por la falta del crédito a los particulares y las PYMES.

martes, 4 de enero de 2011

El dichoso recibo de la luz

Empezar el año titulando que durante los años de gobierno de Zapatero el recibo de la luz ha subido más de un 50% es sólo un dato.

Utilizar la tarifa eléctrica como pretexto para la contienda partidista es propio de la cancha política, a la que poco puedo aportar. Además, si cogemos la tarifa por el rabo del café del Ministro de Industria, seguramente no avanzaremos en dirección alguna.

A mí me interesa más el trasfondo económico de la situación y el modelo energético verde nacional. Manías que tiene uno.

Pero para empezar hago un reclamo a quienes nos llamamos a nosotros mismos ‘liberales’, porque no me cabe duda que detrás de la máscara de la libertad se esconde frecuentemente la dejadez, el deseo de no implicarse y de no molestarse en conocer la raíz del problema.

Y el problema real no es el 9,8% de subida del recibo acordado para el año 2011, ni tampoco lo es el gemido de las masas, de las atormentadas clases trabajadoras, de los subvencionados, de los hipotecados contra su voluntad, de los hijastros de la democracia. Esas son las consecuencias. Y éstas tampoco me cuadran en este blog.

La causa del problema es simple, pero difícil de hacérsela entender al que no quiere. Tan sencillo como que lo que nos vienen cobrando en el recibo de la luz desde el año 2000, desde el gobierno del señor Aznar, no refleja el coste real de la energía.

Es algo parecido a comprar los regalos de los Reyes Magos de sus hijos, y dejárselos para que los paguen ellos mismos cuando sean mayores.

Y la diferencia no pagada se la debemos, todos, a las empresas energéticas. Y no nos la perdonan, porque una empresa es una entidad con ánimo de lucro, no un escaparate social.

Y hemos vivido estos años, otra vez, por encima de nuestras posibilidades. En medio de un espejismo del sistema. Como menores de edad. Y tan felices. Tan liberales. Tan demócratas.

Pero según qué fiestas se está acabando. Ahora hay que afrontar una deuda de 20.000 millones de euros. Una hipoteca eléctrica endosada de padres a hijos. Una desfachatez con apellido de medalla política.

El tema lo explica el profesor Barea cuando revela que tratándose de un bien privado, como es la electricidad, no es admisible, desde el punto de vista de la equidad, que el coste de su consumo se traslade a otra persona que no la ha consumido; es un principio general: el que consume paga su coste.

Por tanto, se daría una falta de equidad intergeneracional, ya que los nuevos consumidores pagarían una luz más cara que su coste, para compensar la rebaja que ellos no disfrutaron.

Y de ahí la subida del 50% desde 2005, que sólo trata de poner un parche para intentar enmendar el problema. Y quizá nos venga bien. Quizá estamos a tiempo de empezar a valorar las consecuencias de darle al interruptor de la luz. Aún estamos a tiempo de entender que el dinero público es una consecuencia del privado.

Y, como trasfondo para reflexionar, el modelo energético que queremos: El de los prejuicios nucleares, el del fervor por las energías limpias renovables, el del las subvenciones verdes, el de los molinos quijotescos de viento, el de pedir peras sin haber visto un olmo en la vida.

Un modelo intrínsecamente caro. Pero a salvo de demonios nucleares. Porque es lo que queremos. Y en esas estamos. Con un espinoso más 9,8% en el recibo. Y es sólo un pasito. Porque en 2011 el déficit de la tarifa eléctrica engordará otros 5.000 millones, que habrá que pagar.

Soy de los que piensan que se debería informar al consumidor claramente de lo que se nos viene encima, con un calendario conocido y no espasmódico de próximas subidas y, de paso, pensar si preferimos seguir bombeando subvenciones verdes aunque sólo escondan ineficiencias y futuros encarecimientos del recibo.

Pero como es año nuevo, y como premio por haber llegado a leer hasta el final sin maldecirme, quiero mandar un mensaje de esperanza, porque no hay nada más envidiable en un ser humano, más si se autoproclama liberal, que el poder vivir como vivía hasta ahora, pero además pudiéndoselo permitir.