sábado, 18 de julio de 2009

El malestar común

¿Sabe usted cuántos benévolos e indulgentes contribuyentes estamos obligados a sostener, con el pan de nuestro esfuerzo y a través de nuestra aportación al IRPF, este invento denominado Estado del Bienestar? Vaya por delante que a mi lo que me provoca es un estado de malestar, hablando educadamente. Pues miren, los que se retratan, según fuentes oficiales, son algo más de 18,7 millones de españoles.

¿Y sabe usted cuánto dinero aportamos al año entre todos? Son cifras de 2007, pero nos vale para hacernos una idea: algo más de 65.000 millones de euros.

Para intentar analizar estos datos juguemos a algo serio, pero en plan de broma. Para ello requiero su ayuda. Necesito hacer varios grupos.

Aquéllos que ganen menos de 21.000 euros al año no participan; son unos 12,5 millones de españoles; los consideraremos menores de edad para este juego y, en compensación, quedan exentos de seguir leyendo este artículo y les permitiremos que no hagan declaración de la renta. En su lugar que vengan a Madrid a entretenerse con las presentaciones de los nuevos galácticos del Real Madrid y, aunque les cueste sudores llegar a fin de mes, que aprovechen el viaje para comprar un par de camisetas de sus nuevos ídolos, de las de a 80 euros la tirada.

Aquéllos que ganen entre 21.000 y 60.000 euros al año, que según las cuentas y los cuentos de Hacienda deben ser unos 5,4 millones, que pongan cara de tontos; ya saben, de tontos de clase media. Entre todos aportan casi la mitad de lo recaudado, unos 31.000 millones.

Y aquéllos que ganen más de 60.000 euros, unas 747.000 personas, que pongan cara de muy tontos. Y seguro que lo serán, con perdón, porque mandahuevos que ganando esos sueldos nadie les asesore para no pagar casi el 40% del total recaudado por IRPF.

El resto del botín, con minúscula, un 10%, lo aportan los menores. ¿los menores también, hijos míos? Sí, los menores también, pero sin que se enteren, que ya tendrán tiempo de enterarse, si quieren y pueden. Se les dice que 'no necesitan’ hacer la declaración, nos quedamos con sus retenciones y santas pascuas.

La segunda parte del juego ya la conocen. El Estado se disfraza de padre protector, de defensor del pobre, de mano visible que corrige las imperfecciones del mercado, y se gasta su pasta como le viene en gana, y además nos intenta engañar. Y si gasta más de lo que le damos, pues nos sube los impuestos a los tontos y a callar.

Ya lo he comentado alguna vez, pero alguien debería decirles que eso que se reparten tan alegremente nuestros políticos -con el desdén de quien posee algo propio y en abundancia- es el producto de mi trabajo, de su trabajo amigo lector, del que hemos sido privados conforme a mecanismos coercitivos irresistibles. Lo diré de nuevo. Cada euro del que disponen nuestros gobernantes, es un euro que ha sido detraído del esfuerzo de los españoles. Nos pertenece a nosotros y nuestras familias. En consecuencia, deberíamos exigir el mayor de los respetos; deberíamos exigir que cada vez que se hable de cuestiones fiscales, se haga desde el más absoluto temor celestial y, por supuesto, que cada vez que haya de cercenarse nuestra libertad, se haga con motivos más que justificados.