sábado, 4 de diciembre de 2010

Yo también me quedé sin vacaciones

Como tantos otros españolitos, yo también tenía un viaje preparado para este puente festivo del mes de diciembre. Ya saben, el de la Constitución y la Inmaculada. Lo esperaba con la puntualidad del impaciente.

Lo que no tenía previsto es que otros ‘españo-listos’ fueran a elegir las mismas fechas para airear a los cuatro vientos sus cuitas profesionales.

Tampoco hace falta trabajar en ninguna torre de control para saber que el momento elegido por los controladores aéreos para sabotear los derechos de sus conciudadanos, ha sido el que más daño podían causarnos. Quizá sin darse cuenta, también se ha convertido en el momento en el que más daño se han causado a sí mismos.

Pues enhorabuena, un ‘gallifante’ de premio para cada controlador a cambio de haberse arruinado voluntariamente su vida eterna y, de paso, saquear nuestro paréntesis de felicidad y reintegrarnos a nuestras insatisfacciones rutinarias.

Y es que, como decía Baroja, por una de esas anomalías clásicas de España, una enorme cantidad de poder sigue concentrado en muy pocas manos; en este caso, las de los profesionales del tráfico aéreo español; los mismos a los que, hasta ayer, mirábamos con respeto y envidia, y a los que cubríamos con un piélago de distinciones honoríficas.

Y seguramente algunas de las peticiones de los controladores serían justas, entendiendo por justicia aquello que más nos conviene a cada uno en cada momento. O ni siquiera eso, porque quizá este colectivo pretenda debérselo todo a sí mismos y nada a nadie.

Con toda franqueza, ése ya no es ni será el asunto a debatir, porque la verdad, en ningún caso, puede convertirse en un arma de combate.

Pero lo que es absolutamente injusto es que no hayamos podido irnos de vacaciones a pensar en lo problemas perpetuos del ser humano y, aún más injusto, es que yo tenga que reabrir ahora este blog para intentar cuantificar las cuantiosas pérdidas económicas que resultan de esta desproporcionada huelga. Y ahora no me apetece ni lo uno ni lo otro.

Pero, como aspiro a ser honesto, no pienso quejarme más. Porque, a diferencia de otros muchos, yo no he tenido que asumir pérdidas económicas por el pago adelantado de ningún bono de hotel, y tampoco tenía que desplazarme al doloroso entierro de ningún familiar cercano en un lugar lejano, ni tenía que tomar otro vuelo de conexión que me llevara de uno a otro confín del mundo.

Además, reconozco que durante mis vacaciones no me habría acordado ni un minuto de la carta magna de nuestro ordenamiento jurídico y, mucho menos, del dogma de fe de la Inmaculada Concepción.

Lo peor es que ahora todo me vuelve a parecer una mezcla de manicomio y desfachatez cuando, hasta ayer, mi mayor preocupación consistía en cómo podría repantingarme en la clase turista de mi vuelo de Iberia en busca de la mayor comodidad posible.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Los rescates en la zona euro (y Parte 2)

Quedan varias preguntas todavía por responder para completar el puzle del ‘eurorescate’.

Siguiendo con la instrumentación de la operación de salvamento, y aunque ya lo he desvelado en la parte 1, ahora nos preguntamos si la ayuda financiera es un préstamo, que se habrá de devolver junto con sus intereses, o es una regalo adelantado de Navidad.

Pues como ya saben, se trata de un préstamo, con un plazo de 9 años y un tipo de interés, del que hablaré luego. Pero no es un préstamo cualquiera; es una financiación que acude en auxilio de un país en suspensión de pagos y, por lo tanto, de difícil reembolso.

Y la única garantía de recobro para los países de la zona euro, que son los que asumen el riesgo final, es el compromiso del país rescatado de acometer un plan radical de recorte del gasto público (entre ellas, guillotine de 25.000 empleos públicos), y una subida de impuestos.

Pero también hay un cambio importante en las reglas del juego, y es que, a partir de ese momento, la soberanía irlandesa ya no recae en su pueblo, sino en el gabinete político que rige la eurozona, o mejor dicho, en el bloque alemán y francés.

En el caso irlandés existe un agravante más y es que, gran parte de la financiación recibida se utilizará para respaldar su maltrecho sistema financiero, de tal forma que las pérdidas de los acreedores bancarios se trasladarán, de nuevo, desde la esfera privada al contribuyente, haciendo que se eleve la deuda pública irlandesa por encima del 120%.

El tipo de interés de los préstamos concedidos es elevado, al ser una operación de alto riesgo. En el caso irlandés se cifra en torno al 6% o 7%, por encima del 4,5% al que, de media, se ha financiado el Tesoro irlandés durante los dos últimos años, y superior al 5,2% del rescate griego -aunque en el caso heleno el plazo de reembolso se fijó en 3 años-.

El de Irlanda es un coste mayor del esperado, incluso hay voces que lo tachan de inaceptable. En cualquier caso, es una cifra más ‘manejable’ que el 9% que pagaría ahora Irlanda si intentara refinanciarse por sí sola en el mercado.

Lo difícil de creer es que, en los próximos años, asumida esta elefantiásica deuda, Irlanda pueda devolver lo acordado. En el mejor de los casos los nuevos impuestos lastrarán su crecimiento y, en gran medida, se destinarán a pagar los enormes costes financieros de la deuda asumida.

Por eso mismo hay quienes piensan que este nuevo ‘euroinvento’, llamado fondo de rescate, más que un rescate es una huída hacia delante, y que actúa sólo como cortafuegos a la desconfianza en la que se encuentra sumida Irlanda.

El verdadero problema es que sólo funcionará si el problema irlandés responde exclusivamente a un sentimiento de pánico en los mercados, es decir, a un problema de liquidez, y no a la insostenibilidad de su estrategia de austeridad y repago de su deuda, es decir, a un problema real de solvencia.

Para los ‘euroavalistas’ la operación puede también ser ruinosa, porque ya me dirán ustedes quién es el guapo que piensa en la rentabilidad de una inversión cuando el prestatario huele a muerto.

Y en caso de producirse el impago irlandés, los avalistas deberán recorrer el mismo camino de Irlanda para abonar lo acordado a los inversores del fondo de rescate, es decir, se deberá reducir el gasto público, incrementar los impuestos o endeudarse aún más; en definitiva, no habrá más remedio que empobrecernos todos juntos e hipotecar a las generaciones venideras.

Por eso mismo Alemania, por voz de su Ministro de Economía, acaba de decir aquello de nunca más……. pero ya saben aquello otro de ‘nunca digas nunca’.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Los rescates en la zona euro (Parte 1)

Las ayudas a los países de la zona euro en problemas, como el caso irlandés, se instrumentan a través del fondo de rescate, un dispositivo creado el pasado mes de mayo de 2010 para garantizar la estabilidad del euro.

Y muchas son las preguntas que nos hacemos a cuenta del funcionamiento de este fondo. ¿De dónde sale el dinero?, ¿quién o cómo se lo hacen llegar a los países en problemas?, ¿es un rescate a fondo perdido o son préstamos que se han de devolver?, ¿quién lo debe devolver en este caso?, ¿quién lo tiene que devolver si no lo devuelve el país rescatado?, ¿cuánto nos cuesta a los socios europeos?, ¿nos cuesta más a unos que a otros?, los socios de la UE que no están en el club del euro, ¿también aportan fondos?

Vamos a tratar de responder a estas y a otras preguntas por partes, como se hacía con las integrales en el colegio.

Ya he apuntado que el nuevo mecanismo de ayuda se instrumenta a través del fondo de rescate. Es éste, por tanto, el encargado de hacer llegar las ayudas financieras a los países que lo precisen.

La dotación máxima aprobada para el fondo alcanza los 750.000 millones de euros, importe que se obtiene de 3 fuentes distintas:

• De los países de la eurozona, hasta 440.000 millones de euros, vía préstamos o garantías.

• Del presupuesto de la Comisión Europea, hasta 60.000 millones de euros.

• Del Fondo Monetario Internacional, hasta 250.000 millones de euros.

La mayoría de sus inquietudes, supongo, porque afecta directamente a nuestro bolsillo, vendrán por los 440.000 millones a financiar por los estados miembros del euro, entre los que estamos nosotros, España.

Como es lógico, el reparto de este importe entre los socios del euro es proporcional a la contribución al PIB europeo. Y en este ranking, España, aunque no lo crean, todavía ocupa la 4ª posición, por detrás de Alemania, Francia e Italia. Así que, por prorrateo, nos corresponden unos 52.000 millones.

Lo que pasa es que, como casi siempre que hay finanzas de por medio, la cosa no es tan sencilla como parece. Porque lo lógico, lo que supondría cualquier lector interesado, es que cada país del euro satisficiera su asignación al Fondo, y éste simplemente se encargara de hacer llegar el dinero allá donde se necesite.

Pero, claro, si España, con una deuda pública de unos 600.000 millones, tuviese que endeudarse ahora en otros 52.000 millones para aportarlos al fondo de rescate, lo más probable es que el siguiente país en solicitar el rescate fuésemos nosotros.

Por esa razón la operación se hace de otra manera. ¿Y cómo? Pues apelando a los mercados financieros. Es decir, convenciendo a los inversores internacionales para que aporten el dinero con destino a Irlanda, en lugar hacerlo nosotros.

¿Y cómo se convence a los inversores, que no quieren financiar a Irlanda, para que financien? Pues aportando garantías adicionales. Es decir, asegurándoles que, si Irlanda finalmente no hace frente a sus compromisos, los países miembros del euro lo harán en su lugar.

La instrumentación de la operación es lo de menos. Se realiza mediante la emisión, por parte del fondo de rescate, de bonos garantizados por los países de la zona euro; de esta forma los bonos cuentan con la máxima nota crediticia posible, la triple A.

A la sazón, los bonos son suscritos por los inversores en los mercados financieros, y el fondo le hace llegar al país rescatado el importe pactado mediante la concesión de préstamos.

Es decir, en la fase de financiación inicial, los gobiernos de la zona euro no aportan dinero, sino avales. Ni que decir tiene que la posición de riesgo de los avalistas frente a Irlanda, es la misma que si se financiara directamente la operación. Estamos, por tanto, asumiendo el mismo riesgo de impago y el mismo posible deterioro para las cuentas públicas de nuestro país de una forma que de otra.

(Continuará)

jueves, 25 de noviembre de 2010

El lamento del tigre celta (y 2)

Pongámosle ahora cifras y letras al rescate irlandés.

Según parece, el paquete humanitario que le estamos preparando por Navidad los hermanos europeos se cifra en unos 100.000 millones de euros. ¿Le parece mucho?, ¿Le parece poco?, ¿No le parece? Razone su respuesta y siga leyendo.

Si ánimo de abrumarles con cifras. En mayo de este año el rescate a Grecia alcanzó los 130.000 millones de euros. Claro, que Grecia no es Irlanda (toma 1).

¿Y nadie ha pensado en la posibilidad de hacer una quita, como tantas veces hemos visto en los últimos tiempos en el sector privado, a los derechos de los acreedores irlandeses? No se molesten por la idea (de hecho es una 'sugerencia' de la canciller Merkel); era sólo por intentar rebajar la factura al contribuyente europeo, que bastante tiene con lo suyo.

Lo digo porque tengo la impresión de que fueron los acreedores de Irlanda quienes disfrutaron de la provechosa ola de un país cuyos índices de crecimiento económico eran muy superiores a la media de la Unión Europea.

Y seguramente también fueron ellos, sus acreedores, los principales beneficiados de un sistema impositivo anormalmente bajo, y de una burbuja inmobiliaria con grandes retornos para inversores avezados.

Es más, si no recuerdo mal, de aquellos beneficios que obtuvieron durante casi 20 años, yo no recibí directamente importe alguno. ¿Y usted? ¡Maldita memoria!; si pudiera repescar mis extractos bancarios de entonces…….

¿No será que si ahora hay quitas, el marrón irlandés se lo comerá fundamentalmente Reino Unido? Y en el caso griego, ¿no era Alemania el principal implicado? Ya entiendo. Que todos somos hermanos, pero con distintos padres.

Y si el siguiente marrano que se sale de su ciénaga es Portugal, ¿no será España la principal damnificada? ¡Eso no puede pasar, hombre, Portugal no es Irlanda! (toma 2).

Es cierto. Portugal no lleva 20 años creciendo con las espectaculares tasas irlandesas. De hecho, yo diría que Portugal se parece, en este sentido, mucho más a Japón, y por eso lleva más de 10 años con crecimientos por debajo del 1,5%.

Entiendo…… por lo que no paso es que se diga que si cayera Portugal, España sería la siguiente víctima de los malotes especuladores. ¡Que España no es Portugal, hombre! (toma 3)

Venga, pues saquemos entonces pecho. Nosotros tenemos un PIB de 1,1 billones de euros, somos la cuarta economía de la zona euro y representamos el 11% del PIB de la eurozona. Y Grecia, Irlanda y Portugal representan, todas juntas, el 6%.

Además, nosotros no tenemos un problema de sostenibilidad de la deuda como ellos. ¿De qué? Que no tenemos tanta deuda como ellos, hombre. Además, que aquí se están haciendo las cosas bien.

Ya veo. Pero la causa de la quiebra de un país ¿es el elevado porcentaje de deuda pública respecto a su PIB, o es peor que la deuda crezca muy deprisa? Yo ahí no me meto, porque hay gente para todo, y cada uno hace las cuentas a su manera.

Imagínese, los hay que piensan que lo que mata es el plomo de las balas. Y los hay que pensamos que lo verdaderamente mortal es la velocidad de la bala.

Lo dicho, que Gibraltar no es España (y toma 4). De momento.

martes, 23 de noviembre de 2010

El lamento del tigre celta (1)

Cuál es el origen del problema económico de Irlanda, cuánto nos va a costar a los vecinos comunitarios y cómo nos puede afectar especialmente a los ‘pigs’ que aún marraneamos libremente, son las tres preguntas clave para entender y postrarse humildemente ante la agonía irlandesa.

Si consigo responder ordenadamente a estas cuestiones, prometo irme a celebrarlo a un irish tavern. Con una pinta y sin una rubia.

Por partes. El problema irlandés tiene nombre de pecado, la quiebra, y dos apellidos de los de toda la vida, la burbuja inmobiliaria y el sistema financiero arruinado.

Y hasta aquí hemos llegado después de varios intentos de salvación interna, que dieron por finiquitado el sueño de dos décadas de envidiable crecimiento.

Porque, en este caso, no podemos culpar al Gobierno irlandés de inacción; allí no se negó la crisis, nunca se usaron vendas para los ojos ajenos, y el ejercicio de transparencia y reconocimiento prematuro del problema no le ha salvado de morir calcinado.

Es cierto que, en todo proceso maligno, es básico coger la enfermedad a tiempo. Pero, tan importante como un diagnóstico certero y prematuro, es atinar con las medidas de auxilio.

Y a los responsables políticos irlandeses les dio por escupir al cielo, cometiendo el inmenso error de garantizar, en el momento álgido de la crisis, a TODOS los acreedores de TODOS sus bancos, el 100% de sus ahorros. Champán para todos. Barra libre. Y que viva lo gratis.

Esta nacionalización de las pérdidas hizo que se repartiera la miseria entre buenos y malos bancos y, con ella, las entidades en problemas, pero aún viables, dejaron de serlo, al no contar ya con recursos públicos suficientes para salvarles del contagio de las instituciones ya heridas de muerte.

Y la quiebra total del sistema financiero irlandés acabó arrastrando a sus contribuyentes, a TODOS; en definitiva, al país entero. Debe ser muy reconfortante el consuelo de tontos…… de tantos, quería decir.

Algunos nos acordamos ahora de la quiebra de Lehman Brothers, acaecida en ese mismo momento, y la forma en que se dejó caer al gigante americano para que purgaran sus pecados entre sus accionistas, sus empleados y sus acreedores.

Seguramente se perdió una batalla, con la ruina de todos estos, pero se ganó una guerra, la legitimidad del conjunto del sistema y, sobre todo, el triunfo que supone ser considerado responsable de los actos tomados en nombre propio.

Las generaciones irlandesas venideras ya saben el legado que les dejan sus padres. Algo así como 50.000 euros de deuda por familia. Una señora hipoteca que no precisa de inscripción en el registro de la propiedad, porque figura grabada en el DNI electrónico de los más de 4 millones de irlandeses.

(Continuará)

viernes, 12 de noviembre de 2010

El sistema de pensiones español (Parte 5)

Me comprometí, por escrito, a explicar la transición entre los dos sistemas inventados por el hombre para remunerar la vejez. Más en concreto, el paso del sistema de prestación definida y reparto actual, hacia un sistema de aportación definida y capitalización.

Pues allá voy. Y no lo hago porque lo prometido sea deuda, y menos hablando de pensiones, sino porque, de no hacerlo, decepcionaría algunas de sus expectativas; casi tanto como las de los trabajadores y jubilados españoles en materia de pensiones.

Como no soy inventor, me apoyaré en lo ya inventado. En este caso, en el ejemplo de José Piñera, el mortal al que se le atribuye la exitosa reforma del sistema de pensiones chileno en tiempos del innombrable General.

Pues bien. Al señor Piñera se le ocurrió la brillante idea de crear una ‘libretita’. Una simple cartilla, al estilo de las viejas cartillas de ahorros, en la que a todo trabajador se le iría anotando lo acumulado en cada momento para su futura pensión. Viene a ser como el estado de posición de su plan de pensiones privado, con una salvedad, que, en este caso, el sistema sería obligatorio y público.

Y a los que ya lucimos cabellos entrecanos, ¿qué nos apuntamos ahora como derechos consolidados en la ‘libretita’? En otras palabras, ¿cuánto nos deben?, si es que nos deben algo.

Pues nos deben, y mucho. Entre todos, algo así como dos veces y media el PIB anual de España. No me dirán que mantener escondido ese pasivo público, sin que nadie se entere, no tiene mérito.

Pero ya tenemos la moqueta levantada, la enfermedad diagnosticada y cuantificada la deuda. Ya tenemos nombre y apellidos, caras reconocibles; y el enfermo todavía respira. Y sólo hemos necesitado realizar unos  cálculos actuariales.

Pero queda lo más difícil. Que el Estado reconozca explícitamente lo que se debe a cada cotizante y a cada pensionista, en función de lo aportado y de su esperanza de vida. Y que lo anote en nuestra ‘libretita’, a título personal e intransferible.

Para ello Pedro Schwartz propone, por ejemplo, la entrega a cada trabajador o pensionista, de títulos de deuda del Estado por el importe adeudado, al que se irían acumulando posteriores cotizaciones en el caso de los trabajadores en activo. El catedrático también plantea mantener un subsidio mínimo para aquellas personas que no hubieran podido trabajar o ahorrar.

Evidentemente, el camino es doloroso. Existirían mermas en algunas cuentas individuales y, a cambio, nuestra pensión pasaría de estado gaseoso a bien tangible, y la responsabilidad de nuestra vejez saltaría de nuevo a nuestras inexpertas manos.

También es cierto que el paso es más sencillo cuando la Seguridad Social ha quebrado del todo, como había ocurrido en Chile, como ocurrirá en España. Entonces partiríamos todos de cero. Pero a mí no me parece lo más sensato, dada mi edad actual.

Los habrá que, ni aún así, lo quieran. Los habrá que sigan prefiriendo seguir viviendo como hasta ahora, aunque sea imposible. Los habrá que sigan prefiriendo no conocer las reglas del juego. Y los habrá que hablen de dificultades imaginarias o supuestas.

La respuesta no es sólo nuestra, pero también es nuestra.

martes, 19 de octubre de 2010

El sistema de pensiones español (Parte 4)

Por su parte, los sistemas de ‘aportación definida’ y capitalización, se basan en el famoso ‘tanto aportas, tanto tienes’, el ‘tanto siembro, tanto recojo’. Es decir, se inspiran en la ley de la causa y el efecto, que no es más que el código básico que gobierna nuestra existencia.

Traducido a euros, el ‘efecto’ es el montante de la pensión y, lógicamente, sus ‘causas’ son las cantidades aportadas como cotizaciones ‘no anónimas’ durante la vida activa, incrementadas, en su caso, por la rentabilidad obtenida por éstas.

En consecuencia, en todo momento el trabajador conoce los derechos económicos acumulados para su futura pensión, que podrían ser anotados como en una cartilla de ahorros, sin promesas que medien, y es el aspirante a pensionista quien decide el cómo, el cuánto y el cuándo del rescate definitivo de sus haberes.

Y así podrá exigirlos, bien sea en forma de renta o de capital único. O podrá donarlos a una onegé. O a dos. O podrá dejar, todo o parte, en herencia a sus legítimos. O a sus ilegítimos. O a su última exnovia. O a su primera novia. O a su pareja de hecho. O al Estado. Ya me entienden…….

La fecha del retiro laboral no se decide en ningún gabinete de crisis. Y nadie, salvo usted y su entorno, podrá imponerle ni el punto y aparte, ni el punto y seguido a su vida activa como trabajador.

Y al final, en función de lo aportado, sean muchos pocos o pocos muchos, su pensión no dependerá de la población activa del momento, ni de la última previsión del PIB de Estados Unidos, ni de las promesas electorales del pasado, ni de las decisiones unánimes de los parlamentarios europeos.

Y aún más importante, tampoco se verá mermada drásticamente por un revés de los últimos años de vida laboral; y tampoco se verá reducida en importe alguno por el fallecimiento de su pareja de derecho.

Su pensión dependerá, exclusivamente, de su hoja de servicios laboral, de su expediente como trabajador; en resumen, de la calificación final otorgada a su paso por el despiadado mercado de trabajo.

Antes de seguir, y para que no se me conmuevan por adelantado, puntualizo que, a nuestro sistema de pensiones vigente, el del sacrosanto Pacto de Toledo, la modalidad contributiva tampoco le encomienda la tarea de redistribución de la riqueza.

Esta función se realiza, además de mediante la concesión de pensiones no contributivas, a través de las sufridas cargas impositivas, las directas y las indirectas; a saber, el IRPF, Sociedades y el IVA, fundamentalmente, cuyos porqués no vienen ahora al caso.

Y en la misma línea de razonamiento ‘no redistributivo’ se encuadra lo explicado hasta ahora al capitalizar las cotizaciones. No es éste, por tanto, el hecho diferencial entre ambos sistemas.

Lo digo para aplacar las conciencias humanitarias que seguramente habrán brotado como resortes.

Resumiendo, lo mejor de este método alternativo de cobertura en materia de pensiones ya lo he comentado: que las capacidades y los esfuerzos de cada cual, cuantifican y determinan individualmente las pensiones a percibir.

¿Y lo peor? Pues que te dé, a la vejez viruelas, por el vicio de vivir más allá de tus previsiones, o por fundirte en el bingo lo que es tuyo.

En este caso, desgraciadamente, no podrás pedir cuentas al Rey, ni manifestarte ante el Ministerio de Economía y Hacienda. Ni encabezar una manifestación contra el imaginario enemigo. Es el riesgo de ser, por fin, mayores de edad.

Siendo prácticos, y si antes nos ponemos de acuerdo en otorgarnos mutuamente la capacidad de decidir, el verdadero problema radicaría en acometer la transición de un sistema a otro.

Intentaré explicar, en la siguiente entrega, con la ayuda del catedrático Pedro Schwartz, cómo se podría llevar a cabo y, con un poco de suerte, si lo consigo, hasta daría por concluido el serial.

(Continuará)

sábado, 16 de octubre de 2010

El sistema de pensiones español (Parte 3)

En los sistemas de ‘prestación definida’, como el español, el importe resultante de la pensión es independiente de lo cotizado realmente, y lo más desacertado, su cuantía no depende de la esperanza de vida de las personas. Es el mismo café desde hace años, convenientemente revalorizado a golpe de portavoz político.

Lo que nos corresponde a cambio de nuestras cotizaciones 'anónimas', si es que usted valora lo intangible, es una promesa de cobro de una renta mensual y vitalicia. Y, como ya he indicado, dicha promesa sufre los avatares de las circunstancias, las políticas y las del entorno económico.

Ya sé que la palabra vitalicia suena muy bien y algunos la consideran sinónimo de vida eterna, de limbo celestial. Lástima que el feliz cuento haya de romperse con algunas cuentas.

Porque si a usted le da por morirse al día siguiente de cumplir los 65 años, o a la edad fijada en su momento como de retiro obligatorio, su viuda o su viudo recibirán, tan solo, un porcentaje de la mensualidad prometida -la mayoría de las veces cercano al 50%-. El resto de sus aportaciones se habrán evaporado.

Aún más lúdico. Si el imaginario pensionista falleciera al final de su vida laboral, y su estado civil no supiera de parejas de derecho, todo lo aportado durante su vida, todo, pasaría a engrosar el derroche público nacional. Nada a cambio de todo es el acuerdo.

Ya sé que después de muertos, y sin nadie en el entierro, lo vitalicio deja paso a lo realmente eterno, pero no me negarán que la cosa tiene su guasa.

Lo que ya no tiene tanta guasa, y es moneda de curso legal, es la situación de desamparo en la que deja el sistema social al futuro pensionista, si la marea laboral le deja sin trabajo pasada la barrera de los cincuenta años.

Es una de las caras amargas y crueles del maná prometido, consecuencia directa de las cotizaciones sin nombre, de los esfuerzos ajenos y del efecto sin causa. El resultado: De nuevo nada a cambio de todo.

Es cierto que la tendencia a lo positivo nos hace creernos inmortales pero, ni siquiera en este caso, se nos devolverá lo realmente cotizado; ni en tiempo ni en forma.

Y ni siquiera emulando al Matusalén del Antiguo Testamento conseguiremos que caiga de nuestro lado lo que nos pertenece; eso sí, habremos contribuido a la quiebra del sistema de una manera legal. Pero los últimos, ya nunca serán los primeros.

Para que no me tachen sin causa de tendencioso les diré que, la verdadera ventaja del sistema actual de pensiones, está en manos de los trabajadores autónomos bien informados que, aplicando correctamente la picaresca española, cotizan al máximo durante los quince últimos años de su vida laboral, y disfrutan libremente de sus rentas, antes y después de este periodo.

La siguiente entrega del serial comentará aspectos del sistema de pensiones alternativo, el de ‘aportación definida’.

(Continuará)

jueves, 7 de octubre de 2010

El sistema de pensiones español (Parte 2)

Pues la clara de uno y la yema del otro. Eso es lo que nos costaría contratar, con una entidad aseguradora privada, un producto que nos ofreciera unas prestaciones similares a las pensiones públicas bajo el formato actual.

Que viene a ser lo mismo que decir que nadie, en su sano juicio, pagaría la prima de mercado exigida para este producto y, en consecuencia, ninguna aseguradora asumiría ese riesgo por un importe menor. Porque es insostenible e inviable. Y porque cualquier estudio actuarial nos deja en evidencia.

Pero nosotros, todos nosotros, quizá prefiramos seguir pensando que, a pesar de las certidumbres, el concepto de quiebra es un término que no funciona para el sector público y que, bajo su paraguas, parecen no funcionar las leyes más básicas de la economía.

Además, como todo ‘contrato temporal’ entre lo público y el contribuyente, el buen fin depende de circunstancias. Pero no las que citaba Ortega, sino las cambiantes circunstancias políticas. Y no me negarán que, a 30 ó 40 años vista, justicia divina aparte, ‘cuán largo me lo fiáis’.

Porque lo que resulta del Pacto de Toledo en materia de pensiones públicas no es más que una utópica promesa, cancelable unilateralmente mediante Real Decreto, o por orden de Bruselas, o por Estatuto reformado, o por presión de los mercados financieros o por el bien del país. Tanto me da. En definitiva, una estafa al contribuyente con envoltura legal.

La solución, a mi juicio, no pasa por parchear el sistema actual; no basta con deformar lo que no sirve, congelando algunos años las pensiones, reduciéndolas otros, aumentando los años computados como cotizados, o incrementando la edad obligatoria de jubilación. Éstas son medidas que muestran sólo el incumplimiento de un precepto imposible.

La única salida que permitiría a los actuales trabajadores por cuenta ajena y menores de 50 años, mantener la confianza en que sus contribuciones les sirvan a ellos mismos para algo, es una reforma integral del sistema.

Me refiero únicamente a las pensiones llamadas ‘contributivas’, que son aquéllas que mediante las cotizaciones se han ganado el derecho a recibir una pensión. Las ‘no contributivas’, por su escaso importe y por su función de redistribución de la renta, no son objeto de la ira de este blog.

Como decía, y como trataré de explicar, la verdadera reforma ha de consistir en transformar nuestro sistema de reparto y ‘prestación definida’, en otro de capitalización y ‘aportación definida'. Eso o, cuando seamos pensionistas, la vida eterna nos durará tan solo el tiempo de poner un fax de reclamación.

Evidentemente, la solución que propongo ni es fácil, ni mucho menos la he ideado yo. Si así fuera, no me preocuparía de las pensiones públicas. Al menos no de la mía. Y le advierto que, como todo en la vida, ambos sistemas tienen sus pros y sus contras.

Si aún tiene ganas de seguir leyendo, con gusto desmigajo los diretes de uno y los dimes del otro.

(Continuará)

sábado, 2 de octubre de 2010

El sistema de pensiones español (Parte 1)

Yo soy de los que piensan que todavía quedan plazas libres en el paraíso, pero también pienso que en el paraíso debe llover sobre mojado a menudo. Por eso, cualquier reforma que se acometa antes del juicio final, seguramente hará nuestra vida eterna algo más duradera.

Y ésta es la razón por la que escribo con asiduidad sobre nuestro sistema de pensiones. Ya saben, el basado en un concepto de ‘reparto’. Entendiendo por reparto no lo que usted se imagina, sino todo lo contrario.

Se lo explico. Para los ideólogos del sistema de pensiones español, reunidos en el Pacto de Toledo hace 15 años, ‘reparto’ significa que, en cada momento, las pensiones de los jubilados se financian con las aportaciones de los empleados.

Antes de seguir, un pequeño matiz. Casi el 93% de esas aportaciones las sufragan las empresas con sus cuentas de resultados. Es decir, lo ingresan en las arcas publicas por cuenta del empleado. Obligados, sí. Y sin que usted se entere, sí. Pero ese dinero es tan salario del empleado como el resto de su indescifrable nómina.

Lo digo porque, si alguna vez le preguntan que cuánto gana, y si a usted le gusta responder preguntas impertinentes, además de sumar al importe neto que recibe en su cuenta corriente cada mes, las retenciones en concepto de IRPF y el pequeño porcentaje que le descuentan en concepto de seguridad social, deberá añadir un 25% más que el empresario ha de aportar por su cuenta para atender las pensiones de otros. No la suya.

Le resumo lo dicho. La noticia buena es que le acabo de subir el sueldo. La mala es que ese dinero no es para usted, y puede que nunca lo llegue a ser.

Volviendo al tema. Las pensiones públicas, basadas en sistemas de reparto, están mostrando su inviabilidad en todos los países donde funcionan. Y es lógico. Si cada vez vivimos más y si cada vez nacemos menos, llegará un momento en que haya más gente mirando obras y jugando a la brisca o al dominó, que cotizando.

Y, a más a más, añadan al caso español ciertos agravantes pues, durante varios años, nuestra elevada tasa de paro y la debilidad de la economía, ahogará aún más el sistema.

Como a mi me seducen las explicaciones razonables, intentaré explicar el sinsentido del sistema de reparto trasladándolo al mundo real.

Veamos. ¿Cuánto cree usted que le costaría contratar un seguro que diera lugar a una renta vitalicia, mensual y constante, revalorizable anualmente en función del IPC, una vez alcanzada la edad de 65 años?

Supongo que alguien encorbatado le preguntaría, cuestionario en mano, algunas cosas. Por ejemplo, su edad actual, su sexo, la posible cuantía a aportar mensualmente hasta cumplir los 65 años, y los posibles incrementos anuales de sus aportaciones. Y, creo, que todos lo veríamos como algo normal. Lógico. Racional. Razonado.

Y supongo que usted formularía, a su vez, algunas preguntas a su agente o corredor de seguros. Por ejemplo, que cuál es el importe inicial de la renta a percibir, la rentabilidad asegurada o prevista para sus aportaciones, la posibilidad de rescatar de golpe todo lo aportado en determinados casos, la fiscalidad de los beneficios, o el destino de lo aportado en caso de fallecimiento.

Incluso, previamente, se enteraría, a través de algún familiar o conocido, de la solvencia de la aseguradora.

(Continuará)

viernes, 24 de septiembre de 2010

Dos nuevos tramos

La potestad tributaria de la Administración ha hablado y, de su creativa mente y de su bienhechora actitud han nacido, casi de la nada, dos nuevos tramos en el IRPF. Seguro que a los menos tarambanas de la clase estos nuevos tramos les sonarán a viejos y, a lo mejor, a poco.

Ya lo decía Sancho Panza, ‘Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener’. Pues a los ilustres caballeros del tener ya saben lo que les toca a partir de 2011: Un punto porcentual más de presión fiscal, hasta el 44%, si ganan más de 120.000 euros al año, y 2 puntos más para los que ganen más de 175.000 euros, hasta el 45%.

Como usted, supongo, no pertenece al 1,5% de contribuyentes que declara más de 120.000 euros como rendimiento de trabajo de alta cualificación, el artículo de hoy lo considerará tan salado como un dulce insulso.

O quizá venga a su mente el tópico español del fuero y el huevo y entonces opte, en defensa propia, por la renuncia a sus principios más secretos en lugar de enfrascarse en una batalla, perdida de antemano, y de escaso rendimiento contante y sonante.

Los más leguleyos preferirán sacar a flote sus conocimientos jurídicos, recordando de paso a las conciencias adineradas que debemos financiar los gastos públicos ‘por ley’ y, como buenos acatadores y miembros de esta grey solidaria y equitativa, no ha lugar reclamación alguna.

A ellos les aporto, sin querer afearles la causa, un argumento rimbombante y pomposo: La subida no es más que una exacción pecuniaria forzosa para los que están en el hecho imponible en las capas altas. Sin más sermones.

Pero como yo aspiro, legítimamente, a verme asediado fiscalmente en un futuro con el adjetivo de ‘rico, muy rico’, pues me opongo.

Y no sólo me opongo porque lo recaudado con esta subida se vaya a utilizar para compensar piadosamente los favores del pueblo vasco peneuvista. No sólo me opongo porque suponga un nuevo guiño populista a la izquierda sindical del 29 de septiembre.

No sólo me opongo por el luminoso cartel progresista de la inoportuna medida. No sólo me opongo porque se retuerza, otra vez, la yugular y el pescuezo de las rentas del trabajo. No sólo me opongo por las continuas contradicciones en materia fiscal.

Me opongo, además, y sobre todas las cosas, porque si no lo hago, tendría que cerrar este blog que tantas vidas y venidas me reporta.

martes, 14 de septiembre de 2010

La formación, el trabajo y el paro

A veces pienso que no merece la pena volver a caer como rapiñas sobre las reflexiones que hace en voz alta el Presidente del Gobierno español. Aunque sean irreflexivas. Aunque a muchos nos sonrojen. Aunque a muchos nos de vergüenza propia…... Pues yo vuelvo a caer una y otra vez en su trampa.

La última ya la conocerán: ‘Hemos descubierto con la crisis –dijo en la inauguración de La Conferencia sobre el Empleo de Oslo-, que una persona, cuando está formándose, está trabajando, trabajando para un país’.

Y, por lo tanto, queremos entender -aunque no lo entendamos-, que los parados inmersos en cursillos de formación, no son tales, sino simples asalariados públicos al servicio del PIB español. Funcionarios improductivos del hoy, sin oficio, pero trabajadores de un mañana más formado.

La tragedia que vive España, en forma y número de parados, no tiene parangón en el resto del planeta. No hay analogía posible con ningún otro país del mundo. Por eso ya no pedimos culpables. No pedimos soluciones milagrosas. No pedimos, si quiera, elecciones generales. Ni siquiera anhelamos convertirnos en liberados sindicales o subsidiados eternos. Pedimos, al menos, respeto al drama nacional.

Y también respeto al sacrificio que supone el proceso de formación intelectual. De nuestra educación. De nuestra etapa de preescolar, de educación primaria y educación secundaria; de formación profesional o de formación universitaria, media o superior.

Pedimos respeto a las renuncias que supone cualquier proceso de formación de los individuos, ese periodo en el que se desarrollan nuestras habilidades y nuestras competencias básicas de cara al futuro.

Un futuro en el que hemos de seguir formándonos, por supuesto, pero siendo conscientes que, mientras se es estudiante, mientras invertimos dinero y tiempo en cualquier proceso formativo, no somos más que cargas: Para nuestros padres; para el Estado; para las empresas; para la familia, ó para uno mismo.

Y sólo al llevar a la práctica lo que se intentó aprender, desarrollando una labor, un empleo, un oficio, remunerado a ser posible, cuya finalidad sea producir algún bien o prestar algún servicio, se transforma, el uno en trabajador, y lo otro en trabajo.

Es la causa y el efecto. El antes y el después. El pre y el post. El prólogo y el epílogo. Y ni tanto monta, ni monta tanto.

Será que el Presidente, de tanto hacer trampas con el numerador de la tasa de paro, restando del mismo a los desempleados que acuden a cursos de formación, se ha acabado de confundir.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

La nueva tasa bancaria

Ya estamos todos de acuerdo: El ECOFIN, Reino Unido y Estados Unidos han identificado el origen del mal. Ya remamos todos en la misma dirección. Contra el mismo rompeolas. Ahora sólo falta que alguien sepa hacia dónde vamos.

Me refiero al diseño de la nueva tasa bancaria, al que le queda sólo el último retoque. Y lo de menos es cómo y sobre qué va a girar el nuevo impuesto que sufrirán las cuentas de resultados de los bancos. Lo de menos es si el mismo hecho imponible puede estar dos veces gravado. Eso son temas técnicos. De técnicos y para técnicos. Y a poca gente más le interesan.

Lo de menos también es si usted piensa que el impuesto campeador lo sufrirán Botín y tres más. Los ricos de siempre que casi caben en un mini. Y que a usted no le influye y, por tanto, no le interesa. Salvo que sea pequeño accionista bancario.

Y mucho menos importa que yo le diga ahora desde este insignificante blog que, aunque no se lo crea, el impuesto lo volveremos a pagar entre todos. Pero de manera indirecta, que duele menos. A base de muchos pocos.

Porque la tasa saldrá, otra vez, de nuestro bolsillo. La pagaremos a la fuerza. Porque las entidades bancarias nos la repercutirán en los viejos productos y servicios financieros que utilizamos, que se encarecerán un tanto por ciento. O un ciento por tontos. Y tan contentos, puesto que -según nos dicen- se ha cogido por fin a los malos.

Si se siente mejor creyéndolo así, no seré yo quien insista más y le baje de la nube de los pobres. Porque la mayoría, que no tiene tiempo ni para mirar los extractos bancarios, se olvidará pronto. Y, si le da por mirarlos, con suerte no los entienda.

Así que no se preocupe. Son los políticos europeos y sus técnicos quienes trabajan estos días para nosotros, para nuestro futuro. Y por eso barajan cuatro posibles conceptos sobre los que aplicar la tasa.

Pero no merece la pena comentarlos. Seguramente elegirán la mejor opción para el bien común. Si no, recuerden aquella vieja máxima: ‘Si se mueve, ponle un impuesto. Si se sigue moviendo, súbele el impuesto. Y si deja de moverse, dale una subvención’.

Además, si la feliz idea llega en una época de descensos de márgenes bancarios y pueda afectar, un poco más, al cierre del grifo del crédito, ¡qué más da! O si recae sobre entidades que no han recibido dinero público, pero que pagan los platos rotos de otros, también ¡qué más da!

Y mucho menos importa que el dinero recaudado sirva sólo para maquillar las cuentas públicas de cara a las elecciones que vienen o, mejor aún, para seguir dilapidando de extranjis y a espuertas.

……..Y si, al menos, la bondadosa medida sirviera para crear un verdadero ‘fondo de liquidación’ por si en el futuro hubiera que rescatar a nuestras entidades financieras y, de paso, salvar nuestros ahorros y la confianza perdida. ¡Vaya, sin darme cuenta casi me convencen!

martes, 7 de septiembre de 2010

Absentismo vocacional

Pongámonos por un momento al otro lado. En la acera del empresario. Del patrón. Del emprendedor. Sí, ya sé que es un traje que nos viene incómodo. Ya sé que nosotros no somos tan desalmados como ellos. Que nosotros no somos tan sanguinarios. Que lo haríamos de otra forma. Más humana.

Además, lo nuestro con el trabajo es profesionalidad intachable, actitud heroica y compromiso castrense con la función que desempeñamos. Ya sé que nuestra hoja de servicio es irreprochable e inmaculada. Y que nunca dejaríamos de acudir a solventar la faena diaria si no sobreviniera una fuerza mayor. Es sólo una figuración teórica para poder seguir con el artículo.

Ocurre que hay profesionales del absentismo. Del abandono regular del puesto de trabajo. Peritos de la imaginaria enfermedad común. Diestros calculadores de la incapacidad laboral transitoria. Seguro que conoce a más de uno. A esos me refiero; nunca a nosotros.

Pues resulta que, para el empresario -y para las arcas de la Seguridad Social-, este absentismo voluntario no es un pecado venial. Es un delito de difícil prevención. De muy difícil detección. Es un problema, en ocasiones mortal, que acaba con las empresas como el descabello en la lidia, y que esquilma el trabajo de unos, cotizantes obligados, hacia el bolsillo de otros, absentistas deliberados.

El coste directo para el empresario se soporta por anticipado. Como un seguro. Se paga por si acaso. A través de las costosas cotizaciones a la Seguridad Social.

Una vez se produce la baja transitoria, el rebajado de servicio se convierte en funcionario temporal, apareciendo el pagador Estado. La prestación pública que cobra el ausentado absentista se corresponde con el 75% de su base reguladora los primeros 3 días de su baja. Durante los días 4 al 20 la prestación se reduce al 60% de la misma base. Hay trabajadores que se saben esto al dedillo. Y lo gestionan.

Pero el perjuicio para el empresario no termina cuando empieza la baja, pues habrá de acometer nuevas contrataciones ‘necesarias’ para cubrir las temporalmente destruidas. Y habrá de asumir, sobre todo, el perjuicio empresarial provocado por el trabajo demorado, por el proyecto inacabado, por el pedido mal atendido.

Y no menciono, a más a más, los múltiples Convenios Colectivos que establecen condiciones en el sentido de que al trabajador, durante el período de baja por enfermedad, la empresa debe completarle la prestación económica de la Seguridad Social hasta alcanzar el importe del 100% del salario. Taza y media de incentivo.

Todo ello, bien sumado, y seguramente mal promediado, asciende a una cuenta cercana a los 2.200 euros de coste para el empleador español por cada ocupado.

No sé cómo lo verá usted. Como no le habré convencido de algo que usted no quisiera, ni era mi intención, volvamos ahora a ver la vida laboral tras las gafas del empleado por cuenta ajena.

Los hay que se pondrán enfermos de uno a tres días, porque no se precisa baja médica hasta el cuarto día. Los hay que arremeterán contra las empresas y se tomarán la justicia por su mano y, de paso, un permiso ilegalmente remunerado. Los hay que seguirán pensando que, como lo que es de todos no es de nadie, para que se lo lleve otro, me lo llevo yo.

Y también los hay que cuando llega una recesión y ven sus puestos de trabajo en peligro, recobran la salud de hierro.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La caja única vasca

Sólo hay dos tipos de Comunidades Autónomas en España. Aquéllas cuya caja de la Seguridad Social ya ha quebrado, y aquéllas cuya misma caja quebrará en el futuro. Como a mí no me gustan las historias de vencedores, ni creo en ellas, hoy me detengo para hablarles de las primeras, las ya quebradas. Para el resto ya habrá tiempo.

Según datos recién publicados por el Ministerio de Trabajo, referidos a diciembre de 2008; he dicho bien, 2008, Aragón, Extremadura, Cantabria, País vasco, Castilla y León, Galicia y Asturias están ya, a esta fecha, y si hiciéramos las cuentas por partes, en números rojos. Es decir, que han pagado a sus pasivos más de lo que ingresaron de sus activos.

Esto significa, para que se me entienda clarito, que las cotizaciones que realizan los empresarios y trabajadores que residen en estas Comunidades son insuficientes para pagar las pensiones de sus conciudadanos ya jubilados. De sus paisanos. De sus compatriotas. De sus lugareños. De sus mayores. O como los queramos llamar.

Es decir otra vez, que si los pensionistas de estas Comunidades pueden cobrar hoy sus merecidas pensiones, es sólo gracias a la solidaridad obligatoria de otras Comunidades Autónomas, para más señas, españolas, que presentan todavía unas cuentas sociales con superávit. Las principales, Madrid y Cataluña. Faltaría más. ¡Vaya sorpresa!

Pues, hete aquí y gózate allá, que los vascos, los muy vascos, los más vascos del peneuve, aprovechando las taifas que navegan por el Nervión, quieren condicionar su voto positivo a los presupuestos generales del 2011, a que se les entregue su caja de pensiones. Su caja quebrada, digo yo.

¿Cómo? Pues eso. ¡Aibalaleche, Iñaki! Que quieren, para ellos y para siempre, llevar sus cuentas en materia de pensiones. Que dicen que lo nuestro es suyo.

No sé si habrá alguien en el Gobierno Central capaz de hacerles ver que, si quieren lo nuestro y quedarse con lo suyo a partir de ahora, antes tienen que pagar lo que deben a esta facción. Lo que se les ha financiado desde otras Comunidades españolas, principalmente Madrid y Cataluña. Y que sumaba, a diciembre de 2008, casi 750 millones de euros.

Yo sólo espero que no tengan suerte en su petición. Porque ahora la palabra suerte significa lo peor.

martes, 31 de agosto de 2010

Piedra, papel, TIJERA

Es como un juego macabro de niños. Primero se tira la piedra. Luego se pasa a borrador de papel. Y, definitivamente, se saca la tijera. Necesidad obliga, incapacidades manifiestas aparte.

Y es que no hay para más. Se pongan como se pongan. Por eso le llega el turno del recorte a las prestaciones públicas por desempleo (que suman ya más de 30.000 millones al año en España).

¿Qué le parece injusto? No lo crean. No es más que cuarto y mitad de escabroso que el recorte a los funcionarios, que la congelación a los pensionistas, que la guillotina a la obra pública, o que el abaratamiento del despido. Somos más pobres que antes, y cuanto antes lo entendamos, antes acabará el teatro del manirroto bienestar.

Y eso que ya hace más de doscientos años, Frédéric Bastiat, el genial escritor, legislador y economista, argumentaba que la gente ya se estaba empezando a dar cuenta de que el Estado era demasiado costoso. Lo que aún no terminaban de comprender entonces, ni ahora, es que el peso de ese coste recae sobre nosotros mismos. Pues la letra con sangre entra. Tanto más cuanto mayor es la letra pequeña que esconde el bien común.

Una vez asumido el golpe, pongámonos ahora a debatir si el tijeretazo que se está rumiando es el adecuado en términos económicos. Porque en lo que todos estaremos de acuerdo es que, si vamos a dejar de pagar una parte del seguro de desempleo, intentemos que el castigo sea pedagógico. En definitiva; que sirva de revulsivo para que algunos parados dejen de serlo.

Lo cierto es que actualmente un desempleado con derecho a subsidio percibe el 70% de su base reguladora durante los primeros 6 meses, y el 60% hasta el final de la prestación. Para fijar el periodo con derecho a desempleo se aplica una escala: cuatro meses por año cotizado, y hasta dos años de paro si se han cotizado seis.

Hasta donde hemos podido leer, el Gobierno pretende reducir estos porcentajes hasta el 60% y 50%, respectivamente, así como aumentar los periodos de cotización obligatorios para tener derecho a iguales periodos de prestaciones que los actuales. Algo parecido a los que se viene barajando para la reforma del sistema de pensiones. Es el mismo perro con distinto collar.

Lo comenta hoy Fernando Fernández en su columna del ABC: El camino que pretende andar el Gobierno es justo lo contrario de lo que se debería hacer. O así pensamos algunos.

Porque la lógica, y algunos manuales de economía, te explican que lo adecuado al acometer una reforma o rebaja en el gasto por desempleo es redistribuir las pagas al desempleado, incrementándolas los primeros meses para amortiguar el impacto inicial y para que no caiga el consumo, pero haciendo que la prestación caiga drásticamente a partir de una determinada fecha.

Como he comentado, el objetivo de este sistema es que la reducción del paro tenga un componente ‘educativo’. De esta forma el trabajador inactivo se verá empujado a aceptar nuevos empleos, sin duda asumiendo rebajas salariales, pero la reducción progresiva de su asignación por desempleo impedirá el acomodo del parado al subsidio y, sobre todo, ayudará a que sus cualificaciones profesionales no queden irreversiblemente obsoletas.

lunes, 23 de agosto de 2010

Salario mínimo

Desde las antípodas geográficas del planeta nos llegó este concepto allá por el siglo XIX. Y, desde entonces, dos grandes bandos separan a los hombres de los dos hemisferios. Por un lado, los sindicatos, que hacen de la elevación sistemática del salario mínimo una de sus demandas históricas. Por otro lado, los economistas más liberales, que interpretan que es el mercado el que debe fijar este umbral.

Antes de opinar y decantarnos entre malos y buenos hagamos una reflexión previa. Para ello les pido se olviden por un momento de lo ideal, lo quimérico, lo utópico, y centremos nuestro debate sobre lo real, sobre el arte de lo posible. Lo estrictamente viable.

Quiero con ello decir que todos estaremos de acuerdo en desear que los salarios de los trabajadores sean lo más altos posibles. Punto ganador pues para los sindicatos. En mi caso, me gustaría incluso que la preceptiva paga extra consistiera en la entrega a cada trabajador de un yate de no menos de 3 metros de eslora. Y, además, sin derecho a ser rechazado ni canjeado por regalo equivalente.

Lo malo es que lo ideal suele ser enemigo de lo posible; además, las opiniones acerca de los salarios se formulan con tal apasionamiento que, en la mayoría de las discusiones, se olvidan los más elementales principios.

Actualmente el salario mínimo interprofesional en España asciende a 633,3 euros al mes (738,5 euros mensuales con dos pagas extras prorrateadas). Para fijarlo, el Gobierno, previa consulta con asociaciones de sindicatos y empresarios, considera distintas variables de mercado, entre ellas el IPC y la productividad media nacional.

Pues bien. Pensemos qué ocurriría si, por ejemplo, el BOE estableciera la prohibición de pagar a los trabajadores de una industria X un salario mensual inferior a 1.500 euros. Este triunfo sindical traería varias consecuencias, no todas tan alegres como parece a simple vista, y que trataré de explicar.

Primero. Ningún trabajador de este sector cuyo trabajo no se valore, al menos, en esa cifra, volverá a encontrar empleo. No existe empresario en su sano juicio que contrate a un trabajador que le haga incurrir en pérdidas de manera recurrente. Antes se cierra el quiosco, se invierte en Letras del Tesoro y a otra cosa. En definitiva, habremos privado a un trabajador del derecho a ganar lo que su capacidad y empleo le permiten. En dos palabras, se sustituye salario bajo por desempleo.

Segundo. Cierto es que las empresas podrían elevar el precio de sus artículos para compensar el sobre coste ‘legal’ y, de esta forma, serían los consumidores quienes soportaran el incremento. En este caso, la reacción lógica de los consumidores sería buscar productos alternativos o comprar menos cantidad de aquéllos. ¿La consecuencia? Menor producción para las empresas afectadas y el consiguiente paro. El mismo final con distinto argumento.

Seguro que los lectores más bondadosos me replicarán que si nuestra industria X sólo puede sobrevivir a base de ‘explotar’ vilmente a sus trabajadores pagando salarios ínfimos e inmorales, justo es que desaparezca por completo. Sin ánimo de parecer un desalmado, me parece también justo comentar algunas de las consecuencias que el cierre de nuestra industria X traería consigo.

Por un lado, los consumidores serían privados definitivamente del consumo de estos artículos. Por otro lado, los trabajadores de esa industria quedan condenados al paro en su totalidad y se verán obligados a aceptar empleos alternativos, quizá de peores condiciones a los que por fuerza ‘legal’ abandonan. Además, y por último, esta demanda en masa de nuevos trabajos hará descender todavía más los salarios de los empleos alternativos que les sean ofrecidos, por aquello de la oferta y la demanda.

En definitiva, y promesas electorales aparte -del orden de 800 euros de salario mínimo-, y aunque es cierto que hay que tener utopías para vivir la vida, de vez en cuando no viene mal poner su contador a cero.

Este artículo está basado en la lectura del libro, ‘La economía en una lección’, del genial filósofo, economista y periodista norteamericano Henry Hazlitt, gran divulgador de la escuela austriaca de economía.

domingo, 22 de agosto de 2010

Lo gratis no vale

Hay afirmaciones como ésta que, por evidentes, nos parecen necedad. Decimos que son de Perogrullo. Se me entiende. Y eso que nadie conoce el verdadero origen del ‘sabio’ Pero Grullo. Ni quién era, ni si de verdad existió. Pero la marea popular lo ha traído hasta nuestros días, y de lo que nadie duda es del significado de las verdades de Perogrullo. Hasta la RAE lo santifica.

Y siguiendo esta línea quiero hablar hoy de lo gratis y de su valor. Si es que lo tiene, o si es una simple paradoja repelente. Y para ello me voy a apoyar en la matemática, pero no se asusten, sólo de refilón. Yo no soy experto en ciencias exactas.

Pues bien, los matemáticos nos repiten una y mil veces que no se puede dividir por cero. Y todos aceptamos las verdades de los números abstractos. Aquí no hay sectas. No hay gente de derechas y de izquierdas. Sólo demostraciones irrebatibles.

Intentemos razonar sin ecuaciones. Si entro en una tienda con un billete de 100 euros con la intención de comprar algún producto, ¿cuántos artículos podría adquirir si los objetos de mi deseo valieran 100 euros cada uno? Uno. ¿Y si sólo valiera 50 euros la unidad? Pues dos. ¿Y si valieran sólo 1 euro? Entonces 100. ¿Y si valieran 0,01 euros? Cojan la calculadora y verán que el resultado son 10.000 artículos. No les atormento más.

Lo que trato de explicar es que a medida que disminuye el precio, aumenta la cantidad de artículos que podemos comprar. Si siguiéramos disminuyendo el precio, la cantidad continuaría aumentando pero, si finalmente llegáramos a un punto en donde el precio por artículo fuera cero, entonces el resultado de la división sería infinito. Por eso los matemáticos nos dicen que no se puede dividir por cero. Dicho de otra manera, nos lo podríamos llevar todo a cambio de nada; y no me negarán que el asunto no entraña cierta contradicción.

Y por eso lo gratis no vale. Porque no le damos valor ni tiene interés alguno adquirir mayor o menor cantidad de las cosas. Porque ese infinito conseguido no es fruto de nuestro esfuerzo. Porque, tal y como funciona el mundo, es nuestra obligación corresponder de alguna manera a los beneficios que conseguimos gracias al trabajo de otros. Porque, aunque a usted le salga gratis, de balde, a otros les sale muy caro. Y porque esos otros se han esforzado para poner a su disposición aquellos bienes o servicios que usted desea.

Y la machacona realidad nos lo demuestra a cada momento. Pero, aún así, todos soñamos con lo gratis y con lo felices que seríamos si todo creciera de los árboles públicos de manera infinita. Y lo que digo no es una acusación ‘gratuita’, pero no pienso hablar de la prórroga de la subvención de los 426 euros a los parados porque me estropearía el artículo.

viernes, 20 de agosto de 2010

Más presión fiscal

Resulta difícil entender por qué una rotunda mentira, desmentida de inmediato por la propia Administración Tributaria, puede llegar a pastar alegremente como una categórica verdad. Me refiero al asunto de la presión fiscal que, un día sí y otro también, se comenta por los irresponsables políticos.

Porque los técnicos de Hacienda ya lo han aclarado. Para el que quiera leerlo: ‘Una cosa es la presión fiscal total, medida por el cociente entre los recaudado por IRPF, Sociedades e IVA, en relación al PIB, y otra distinta, la presión fiscal individual, la que se deduce de los tipos nominales de cada uno de estos tres impuestos’.

Para entendernos, una cosa son los datos agregados macroeconómicos que pocos entienden, y otra cosa son los datos individuales acerca del porcentaje que tenemos que pagar por IRPF, por Sociedades o por IVA, y que todos entendemos perfectamente.

Cierto que ambas ‘presiones’, la total y la individual, deberían conducir a parecidas conclusiones pero, como siempre que se manejan datos, hay gato encerrado.

Volviendo al informe de los técnicos de Hacienda, y distinguiendo por impuestos. En el caso del IRPF, nuestro tipo máximo es ya SUPERIOR a la media de los 27 países de la eurozona, 43% frente a 42,5%. Por poco, pero SUPERIOR.

Para el Impuesto de Sociedades la comparativa es aún más clara. El tipo impositivo español es del 30%, por el 23,2 % de la media de los vecinos de la UE.

El único tributo en que la fiscalidad española es claramente inferior a la comunitaria es el IVA, a pesar de su reciente subida. Sólo Chipre, Luxemburgo, Reino Unido y Malta tienen tipos inferiores.

Si esto es así, y además cada impuesto ‘pesa’, más o menos, un tercio del total recaudado, ¿cómo es posible que la presión fiscal total en España sea del 33,1%, inferior a la media de la UE, del 39,7%? ¿Dónde está el truco, el embeleco o la trampa? La respuesta no es fácil de explicar y, según parece, aún más difícil de entender.

Ahí va mi intento: Dos son las poderosas razones de esta disparidad. Por un lado, la caída del empleo en España hace que también caiga la recaudación total. Lógico. Aunque tengamos tipos impositivos superiores en el IRPF y en Sociedades, como hay menos personas trabajando y menos sociedades facturando, pues la bolsa de la recaudación desciende. Por otro lado, la economía sumergida española es la campeona de la eurozona y, gracias a ello, muchos de los parados que subsisten ingresando en ‘be’, no pagan impuestos y su dinero no luce.

Y como no hay mal que por bien no venga y la política sobrevive de artimañas efectistas, el paro y la economía sumergida proporcionan las armas fatuas de las que se benefician nuestro Ministro de Fomento, José Blanco, o el señor Almunia, por citar los casos más recientes, para presentarnos en bandeja de plata las razones de las próximas subidas de tipos impositivos.

Y, en nuestro caso, nada tiene que ver la menor presión fiscal total española, con la existencia de tipos nominales impositivos actualmente superiores a los de nuestros vecinos europeos. Blanco y en botella.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Los parados están también quietos

Es sólo un juego de palabras para desengrasarme tras la feliz vuelta al trabajo y para volver a hablar de lo cotidiano. Pero el titular tiene marea de fondo, porque alguno de los más de 4,6 millones de españoles parados se molestará y me dirá que me vuelva por donde vine, que me guarde las gracias donde me quepan y que muy bajo he caído si además se me ocurre hablar del síndrome postvacacional. Por eso pongo el cartel de no molestar y vayan mis disculpas por anticipado.

Pero es que desgraciadamente hay ‘otros’ desempleados que ya se han cansado de moverse y se han quedado quietos. Y han dejado de asistir cada día a la oficina de empleo de su barrio para pescar alguna oferta. Y han dejado de mandar currículos. Y han dejado de creer en reformas laborales. Y en sindicatos. Y en empresarios. Y en bancos. Y hasta en lo más sagrado.

Y a tanto llega su desesperación que prefieren un mal subsidio de desempleo a un mal trabajo. Prefieren 426 euros al mes de regalo (este importe se cobra una vez agotado el derecho a la prestación contributiva por desempleo), más unas chapuzas sumergidas por aquí y otras por allá, a frecuentar la cola del paro.

Y por eso rechazan ofertas de trabajo que ‘no son de los suyo’. Y yo entiendo el fondo moral de la cuestión pero, con el bolsillo colectivo agujereado, la única patria admisible es la del esfuerzo individual. Por eso alguien debería explicarles a los socorridos desocupados que un trabajo ‘que no es de lo suyo’ es mejor que un subsidio público ‘que sale de lo nuestro’.

Es un simple recuento de solidaridad porque el perverso Estado del Bienestar no da para más, y las ayudas al desempleado (que ya suman más de 30.000 millones de euros al año) sólo deberían llegar a aquéllos que buscaran empleo intensamente las 24 horas del día. Para aquéllos que estuvieran dispuestos a trabajar, aunque fuera de primera figura de cabaré. O de suplente temporal del reponedor de supermercado. O de profesor que enseña a hacer las oes con un canuto.

De otra forma estas prestaciones, y los posteriores subsidios regalados, no son más que un fraude de unos a otros. Y es cierto que la legislación española ya establece que los beneficiarios de las prestaciones por desempleo están obligados a buscar ‘activamente’ un empleo, pero algo no funciona correctamente cuando en 2009 sólo 1.450 personas sufrieron la retirada de su prestación como castigo a su pasividad.

El problema principal es la falta de trabajo, cierto, pero el sistema de incentivos a la sopa boba debe endurecerse y, de paso, habría que tener más pudor con el deporte del despilfarro y de regalar lo ajeno. Por el bien de todos.

sábado, 17 de julio de 2010

Ejercicios de estrés

Vaya por delante que no me refiero a la tensión provocada por situaciones agobiantes que nos conducen a padecer trastornos psicológicos ó fisiológicos de distinta intensidad. Usted ya sabe que se puede pasear por las páginas de este blog sin el estrés que le provocaría que un millón de internautas tuviesen la misma idea y se le quedara colgado el acceso. Algo bueno deben tener las inmensas minorías.

De lo que quiero hablar hoy es de los cálculos simulados que se están realizando en el seno de la Unión Europea para, manejando diferentes hipótesis, determinar la estabilidad, la robustez o la resistencia que tiene nuestro sistema financiero ante la ocurrencia de crisis de distinto calado o intensidad.

Es decir, se trata de determinar si nuestras entidades financieras tienen suficiente capacidad, solvencia, o músculo financiero para adaptarse y sobrevivir a un futuro incierto, lleno de dificultades causadas por problemas internos o externos, y bajo escenarios de distinto grado de saña ó virulencia, sean catastróficos tsunamis o simples marejadas con vientos de poniente.

No se trata de una técnica de control innovadora digna de la concesión de un Nobel de economía, pues los supervisores bancarios la llevan utilizando hace años en el marco de las funciones de vigilancia que tienen legalmente atribuidas. Lo novedoso, lo diferente en este caso, son dos aspectos. Por un lado, y como más relevante, la posibilidad de que los resultados de estos ejercicios de estrés sean hechos públicos y conocidos por los ciudadanos. Por otro lado, que la metodología y las hipótesis utilizadas son comunes a las 91 entidades elegidas en el marco del ECOFIN.

La transparencia, la claridad, lo evidente, aquello que se comprende sin duda ni ambigüedad, suele ser siempre un buen principio. Pero también es cierto que las consecuencias que el pánico tiene en los ahorradores, agrava la situación del enfermo, y no solo de la entidad supuestamente en dificultades, sino del conjunto del sistema financiero. El inmediato efecto contagio entre entidades son como cerillas lanzadas a un reguero de gasolina y, paradójicamente, pueden conducir al empeoramiento del conjunto de las entidades que no estaban previamente en dificultades.

Sin embargo, la absoluta falta de confianza en el sistema financiero mundial que llevamos padeciendo durante casi tres años, precisa de medidas de claridad excepcionales. Y los mercados financieros andan expectantes ante los resultados de las radiografías del estrés, pero también andan con la mosca detrás de la oreja porque ya pululan rumores procedentes del bando alemán, que podrían conducir a la publicación de los resultados del estrés de forma agregada, de manera que no señalen con el dedo índice acusador a los bancos en peor situación potencial, apoyándose en el argumento del pánico inducido.

El ejemplo de los bancos americanos que realizaron y publicaron las conclusiones de sus ejercicios de estrés hace más de un año es claro, y muestra los beneficios de contar sin miedo lo que se sabe en situaciones de desconfianza grave.

A mi juicio, es un momento histórico y obligatoriamente necesario. No queda tiempo para dosificar ni para racionar la información. Si esta vez no convencemos a los mercados, si no nos convencemos todos, tomaremos la hoja de ruta equivocada y daremos un peligroso paso atrás.

jueves, 24 de junio de 2010

Una de arena y la cal de siempre

No. No voy a hablar de la reforma laboral española. Me declaro incompetente e inepto para repetir de una manera afable lo que ya está dicho, que no es mucho, y además casi todo apunta en la misma dirección.

Pero me sorprende tanta voluntad aunada en la crítica, porque los hombres nos solemos poner de acuerdo en la verdad sólo cuando está demostrada. En matemáticas y en geometría, por ejemplo, no hay sectas. Unos porque no las entienden y otros porque sí, pero sus axiomas son tajantes y comúnmente aceptados.

En casi todo lo demás nos hemos habituado a estar divididos en dos bandos; los defensores de las medias verdades y los defensores de las medias mentiras; ambas lo suficientemente oscuras como para ser defendidas con los mejores ojalás que tengamos a mano.

Esta vez, con ocasión de la cacareada reforma del mercado de trabajo, hemos encontrado una solución de consenso nacional casi matemática: ‘con este texto legal no llegaremos a ningún sitio relevante’.

Y en esas estaba yo, tan tranquilo, tan reconciliado con el género humano, incluso con lo más estrafalario del mismo; tan feliz por haber encontrado el beneplácito y la tregua, cuando, de repente, la ministra Elena Salgado nos regala un envenenado titular en las páginas del diario Expansión de este martes: ‘No necesitamos reformar las pensiones hasta 2030 ó 2035’.

No dudo de la erótica de lo imposible a la que aspira todo político, pero tampoco estaría de más hacer un hueco en la apretada agenda de una Vicepresidenta para echar un vistazo a los informes técnicos que previenen hace años sobre lo inevitable, lo irremediable, lo inviable y hasta lo imposible de nuestro sistema público de pensiones. Me uno a los que piensan que no siempre rectificar es cuestión de sabios.

El diagnóstico fatuo de Salgado a mí me recuerda a esos médicos de cabecera acelerados que confunden la enfermedad que acaban de ver con la nueva que están viendo. Que recetan remedios de moda agravando el problema del enfermo.

Con sus palabras Salgado nos quiere volver a subir a las nubes, nos quiere volver a encerrar con llave en el limbo para una temporada, y si la creemos, conseguirá que vivamos una nueva vida de segunda mano.

La Vicepresidenta vuelve a abordar los problemas más serios en clave de astracanada, de bufonada insensata. Y lo afirma como es ella, firme en sus convicciones, caprichosamente concluyente, puntual a la cita con su negro historial al frente de la nave económica, pero perfectamente ataviada para adornar el pie de foto.

Si son ciertos los rumores, espero que pronto acabe yéndose por donde vino, como hay que irse de los sitios, sin decir adiós, y sin que sus palabras nos perturben ni un ápice el único debate importante estos días, el de si la bella novia de Iker Casillas, Sara Carbonero, debe o no cubrir la información de la selección española de fútbol. Deontología inútil manda.

Hasta entonces, que ustedes disfruten de los prometedores naufragios que nos esperan.

sábado, 12 de junio de 2010

Más impuestos

Gracias al nuevo acuerdo de financiación autonómica suscrito en 2009 entre Gobierno Central y Comunidades Autónomas, dos fueron las principales consecuencias en el manido tema de las balanzas fiscales. Por un lado, se aumentaron los porcentajes cedidos a las CCAA procedentes de la recaudación del IRPF, el IVA y los impuestos especiales y, por otro lado, nos quitamos la careta de la solidaridad fiscal entre territorios.

Así, si hasta 2009 las CCAA gestionaban y recaudaban el 33% del IRPF, el 35% del IVA y el 40% de los impuestos especiales (alcohol, gasolina y tabaco), en el nuevo modelo de ‘corresponsabilidad fiscal’ la cesta se amplió al 50% del IRPF e IVA, y al 58% de impuestos especiales.

Pero las CCAA, no contentas con estos agasajos, estos días nos hacen partícipes de un nuevo juego, una especie de gymkana regional en materia impositiva. Se trata de buscar rentas altas del trabajo, bautizar a sus asalariados como nuevos ricos, y apelar a su madre, la progresividad, y a su padre, la solidaridad.

Como es ilógico, cada Comunidad fija las reglas del juego progresivo, y nombra a sus ricos como mejor le parece. Los premiados han estado muy repartidos, como la lotería de navidad. A título de ejemplo, las condecoraciones van desde los 60.000 euros en Extremadura, pasando por los 80.000 euros en Andalucía, hasta los 100.000 euros en Cataluña.

De momento el paso adelante lo han dado sólo los gobiernos regionales socialistas, pero no se confíen; nada ni nadie nos puede asegurar que hoy nos acostemos como asalariados medios y nos levantemos mañana como nuevos ricos.

Será difícil, pero alguien debería explicarles a nuestros políticos que si queremos conseguir un incremento en la recaudación fiscal, las medidas a adoptar no pasan necesariamente por el incremento de los tipos impositivos. De hecho, con estos mismos tipos impositivos la recaudación de hace años era muy superior a la actual.

Siguiendo esta línea argumental, recientemente se publicó un interesante estudio elaborado por Goldman Sachs sobre la eficacia de diferentes medidas tomadas por distintos gobiernos con el objetivo de equilibrar sus cuentas públicas. Se concluye que todas las medidas presupuestarias que incidieron sobre el recorte del gasto público, resultaron eficaces, mientras que todas las soluciones basadas en el aumento de los tipos impositivos, resultaron fracasadas.

Ya sé que usted no confía ya en ningún analista, y menos un banco de inversión como el citado. Quizá nuestros dirigentes autonómicos estén en lo cierto y puede que España se convierta en la primera excepción a esta regla.

Mientras tanto, a nosotros no nos queda más solución que escribir un entristecido post. Y ajo y agua. Porque a las rentas del trabajo ni siquiera nos vale el recurso de acudir la picaresca española. Ni siquiera podemos cogernos un tren a Luxemburgo, como los parientes que disfrutan de sus rentas de capital. Así que ya sabe, si usted no es rico, no se le ocurra parecerlo. Y si usted ya es rico, está a salvo.

lunes, 7 de junio de 2010

Amnistía fiscal

De blanco al negro. De tibios desmentidos a rotundas afirmaciones. Del ultra secreto al secreto a voces. De la economía subterránea al limbo eterno. Y así vamos sobreviviendo, y así nos luce la cabellera.

El último retruécano sonda nos lo hemos desayunado hoy. Va de amnistía. Pero no se apellida internacional, sino fiscal y cañí. La misma que parecía enterrada desde los tiempos de Miguel Boyer y Carlos Solchaga. La del perdón al asesino confeso por buen comportamiento; por hacer de funcionario a la sombra.

Y te cabrea. Porque es justo la posición contraria que nos piden, nos exigen, nos reclaman a los presuntos inocentes. A los tontos del cuento. A los que nos maleducaron a pagar siempre y que ya no sabemos hacer otra cosa.

Ahora nos recitan en rima que no son incompatibles ambas medidas. Que el obligado esfuerzo de unos bien se compadece con el voluntario desisto de otros. Que nuestro desvelo se puede conjugar con su flaqueza. Pues mire, para mí, no.

Al menos que lo digan con todas las letras y no nos vendan vendas para los ojos. Porque una amnistía no es un ‘plan de regularización fiscal’, como lo han denominado. Ni siquiera es un indulto. Porque el indultado sigue siendo culpable, pero al amnistiado le quitan las marcas y le revisten de preso político. Y sus culpas pasan a considerarse, a los ojos de la justicia legal y moral, como nunca cometidas, como vulgares inocentes.

Y por arte de magia del poder legislativo hacen desaparecer el delito. Como también desapareció el dinero de nuestros impuestos, y con él un buen trozo de libertad. Y mañana será ya tarde para empezar una revolución, porque hasta la moqueta huele a forense.

Lo único que me consuela es que a los malos, ahora ya buenos, les obligarán a suscribir, con su dinero negro, deuda pública española a cambio del perdón. Y, si les convencen, ¡qué cerca estará la venganza, la venganza de los mendas!

sábado, 5 de junio de 2010

Modelo laboral austriaco

No cabe duda que la escuela económica austriaca, o escuela de Viena, es cuna y referencia del pensamiento económico basado en el respeto al individuo y a su esfuerzo, como contrapunto de las teorías marxistas y keynesianas.

Además, Austria es uno de los países más prósperos y desarrollados de nuestro entrono. Al menos justo hasta el momento de pulsar el botón de ‘publicar’ en el blog. No está el horno para aseveraciones planetarias.

Durante estos días se habla incesantemente del modelo de mercado laboral austriaco, como espejo de nuestros deseos para acometer una más que obligada reforma laboral ‘a la española’. Ya sabe, la que llega tarde, se hará rápido y, posiblemente, acabe mal.

Pero no nos confundamos. Nada o poco tienen que ver los grandes economistas austriacos del siglo pasado con el modelo laboral de este país, puesto en marcha hace menos de diez años, y cuyos frutos no son del todo evidentes. Lo diré de otra forma, si para usted el modelo austriaco es el modelo y soy yo quien no alcanza a verlo nítidamente, mucho me temo que lo imposible será importar sus mágicos logros a nuestro país.

A grandes rasgos. El sistema de protección laboral austriaco propone ir creando, en épocas de normalidad, un fondo que se nutra con aportaciones periódicas empresariales, para utilizarlo en el caso de que la empresa necesitara prescindir de sus trabajadores, de manera que las indemnizaciones por despido que le correspondiera asumir, se satisficieran con cargo al fondo. En definitiva, lo que se quiere es ir devengando poco a poco el coste laboral de las indemnizaciones futuras. En Austria supone el 1,53% del salario bruto del trabajador.

A mí esto me suena huida hacia delante. Me suena a no querer acometer la reforma verdadera. La que debe recortar seriamente las indemnizaciones por despido. Recortar, abaratar o redefinirlas con el eufemismo que más le guste. ¿Sabe por qué? Pues porque suponen un coste laboral para el empresario imposible de sostener. Y ya sabe adónde iremos a parar sin proyectos empresariales. Sólo por esta razón de peso bastaría. Por la misma razón que el Gobierno ha eliminado el cheque bebé. O por la misma razón que se han bajado los sueldos de los funcionarios. Porque no se pueden pagar.

Pero es que además el trabajador ve en la indemnización por despido un derecho adquirido, un consuelo de listos, un seguro que le reportará una importante cantidad de dinero si las cosas van mal, lo cual se convierte precisamente en un incentivo para no querer cambiar de trabajo. Es decir, provoca rigidez, lo contrario de lo que se persigue, que es un mercado ágil, la llave maestra para que se creen empleos.

A usted le habrán dolido estas afirmaciones, seguramente porque se ha visto retratado en ellas, pero sólo trato de explicar que la indemnización por despido no es, o no debería ser, algo parecido a un fondo de pensiones de empleo o a un premio al que más aguante encima de la cuerda floja, sino simplemente una ayuda económica transitoria en caso de despido, un simple puente incentivador hasta que se encuentre un nuevo trabajo.

El sálvese quien pueda no funciona cuando el avión está a punto de estrellarse, y menos aún, hacer oídos sordos a las penas.

viernes, 4 de junio de 2010

Tormenta fiscal

La culpa no es sólo mía. La culpa también es de Internet, un artefacto aparentemente inocuo que desenfundas sólo para entretenerte y, surfeando por la red, te enteras que el futbolista costamarfileño Drogba se pierde la cita mundialista por una inoportuna lesión. Te quedas abatido. Como si te fuera algo personal en ello. Piensas que la vida es injusta otra vez. Por un momento vuelves a poner al mundo en duda, hasta que, sin saber cómo, acabas en la web de la 'Fundación Ideas para el Progreso', del ex Ministro Caldera, y entonces tienes la certera que lo peor está por llegar.

Este think tank, depósito de ideas de los sabios socialistas, cree tener la solución para evitar la malvada especulación financiera que nos acecha. Y para ello ha creado tres nuevos impuestos. Sólo tres. A mí me ha recordado aquello que decía burlonamente Ronald Reegan sobre cómo solucionan las izquierdas sus problemas económicos: ‘Si se mueve, le ponen un impuesto. Si se sigue moviendo, le suben el impuesto. Y si se deja de mover, le dan una subvención’. El resultado, máquinas de crear pobres.

Vamos con la tormenta de impuestos. Su primera idea grava, con uve, las transacciones financieras internacionales; por ejemplo, en las que incurren los especuladores inmigrantes del andamio que además de tener trabajo, mandan dinero a sus familias. Por aguantar estoicamente sin caer a la tentación del desempleo al sol, pagarán una tasa por evadir capitales. La segunda grava a los bancos, por ser bancos, y la tercera, las plusvalías financieras a corto plazo, por no ganar el dinero a largo plazo, como el común de los vulgares.

Lo más novedoso de estas propuestas es que son más viejas que la orilla del mar. La literatura liberal que las critica surca los mares de este a oeste del planeta, fundamentalmente porque perjudica a todos, pero sobremanera a los países pobres que intentan progresar a través del comercio internacional.

La única improvisación digna de mención con las que se presentan ahora estas lumbreras es que su hipotética puesta en marcha se mide únicamente en función del volumen que se podría recaudar, sin más. Lo que no se dice en este estudio es a qué fines se piensa dedicar ese nuevo dinero; es decir, si se piensa seguir engordando el becerro del estado del bienestar, si se piensa combatir la injusticia en el mundo, o sencillamente, si se piensa malgastar de una manera más vigorosa.

Nada comentan de una necesaria y utópica acción mundial coordinada para que su puesta en marcha tuviera algún efecto real. De nada serviría poner cerco en la zona euro, por ejemplo, si lo rodeamos por EEUU o por Asia.

Tampoco comentan nada sobre las dificultades técnicas para su recaudación, para su gestión y para el reparto de su producto, ni comentario alguno sobre la máquina burocrática que vendría pisándole los talones.

Todo esto huele a confiscación arbitraria. Les daré un consejo, 'abajo esa moral y no perdamos la desesperanza'. Todo llegará.