sábado, 5 de noviembre de 2011

Un nuevo banco 'malo'

Se lee y se escucha en los abrevaderos informativos que los nuevos gestores que salgan de las urnas del 20-N pretenden, cuando tomen las riendas del desaguisado nacional, crear un nuevo banco, al que se traspasarán todos aquellos activos inmobiliarios que solemos denominar eufemísticamente ‘problemáticos’, dadas las especiales características que rodean su valoración real de mercado o su plazo estimado de recobro. De ahí el calificativo de 'malo'.

El objetivo es limpiar de los balances de las entidades de créditos privadas españolas, aquellos activos relacionados con el sector inmobiliario, porque su viciado perfume nos presenta a los ojos de los inversores internacionales como sospechosos de un doloso delito de encubrimiento.

Y yo aprovecho la ocasión para quitarle algunos puntos suspensivos a la futura entidad, para que nos entendamos casi todos.

Para empezar, el nuevo banco ha de ser necesariamente público. Es decir, el accionista será la administración central; circunstancia que no es nueva, porque el estado, a través del F.R.O.B., ya ha sido y continúa siendo máximo accionista de algunas otras entidades con, digamos, problemas de subsistencia.

Lo que sí es nuevo es el tamaño de la nueva entidad, cuyo balance total rondaría los 175.000 millones de euros. Para poner la cifra en su justo valor, simplemente recordar que el total de la deuda pública española emitida, ésa que tanto preocupa a los inversores y a los mercados financieros, alcanza ya la cifra los 600.000 millones de euros.

Como he comentado, el balance del banco malo estaría formado fundamentalmente por activos relacionados con el sector inmobiliario español; es decir, préstamos a promotores y a empresas inmobiliarias de difícil cobro, más los inmuebles y solares que los garantizan, o los garantizaban en el pasado. Es resumen, el conjunto del enladrillado nacional que el desenladrillador privado no ha conseguido desenladrillar.

El primer problema consiste en fijar el justiprecio de los activos inmobiliarios, que será el importe que debiera abonar el banco malo público comprador, a los bancos y cajas de ahorros privados vendedores, que pasarán de esta forma a ser otra vez buenos. O, al menos, dejarán de ser tan malos como hasta ahora.

El segundo problema consiste en encontrar algún despistado inversor, algún suicida, algún fiel patriota o algún filántropo cercano al movimiento 15-M, que esté dispuesto a financiar todo o parte de los 175.000 millones necesarios, asumiendo en sus carnes el riesgo de que los activos que respaldan su inversión pierdan aún más valor, y acabe perdiendo parte de su dinero.

Dado que los inversores suele ser gente bastante bien informada, la solución de siempre, que fuera el estado español, emitiendo deuda pública nueva por ese importe, el que asumiera la condición de caballero blanco financiador, es actualmente más difícil que imposible.

Y entonces nos encontramos con un callejón sin salida que nos conduce nuevamente a Bruselas, que nos conduce a pedir lo que no tenemos, que nos conduce a dejar de aparentar, que nos conduce a dejarnos caer en cuerpo y alma en las bondadosas manos de la Unión Europea, al albur y el rasero del resto de socios europeos.

Nos conduce a tener que pedir para luego acatar. Nos conduce a ser obligatoriamente responsables de nuestros actos. Nos conduce a indignarnos por ser mayores de edad. Nos conduce a acampar en plan botellón en las plazas municipales.

En definitiva, nos conduce a recordar a Ortega y Gasset, porque no sabemos lo que nos pasa, y por eso nos pasa lo que nos pasa.

martes, 1 de noviembre de 2011

7.000 millones

Acaba de nacer un nuevo bebé en el mundo, que sumados a los que vinimos antes y aun no nos hemos ido, hace la redonda cifra de siete mil millones.

La buena noticia es que es un ser humano que vivirá incluso después de muerto, sin más mérito que estar en el sitio correcto en el momento justo. La mala noticia es que, desde la cuna, le persigue el sambenito de ser un testaferro de la ONU, un impostor copartícipe de un cruel amaño. Me explico.

Estaremos de acuerdo en que no hace falta saber de estadísticas oficiales, ni de husos horarios, ni de partos provocados, ni de loterías amañadas, para darse cuenta de que es imposible determinar quién es el angelito que hace exactamente el número siete mil millones en el planeta tierra.

Por eso, y para resolver el entuerto diplomático, la ONU ha establecido, de manera simbólica, que sea Danica May Camacho, nacida en Manila, Filipinas, un minuto antes de la medianoche del 31 de octubre de 2011, la ganadora de la preciada distinción.

Por esta arbitrariedad, el enfado de India, Turquía, Sri Lanka y Rusia no se ha hecho esperar. Quizá porque querían coronar a su bebé ‘siete mil’ como icono paradoja de los millones de niños no deseados que nacen cada año en estos países.

Y nosotros, habitantes eméritos de un país que se considera desarrollado, como España, donde fluyen estadísticas oficiales de distinto rango, a veces contradictorias, a veces difíciles de creer, a veces recalculadas, a veces intencionadas y, a veces mal expresadas, no me explico cómo los censos nacionales de países como los mencionados pueden saber cuándo y dónde nace exactamente su niño 'siete mil'.

En cualquier caso, lo importante no es la cifra, que también, sino la velocidad con la que se ha incrementado en mil millones el censo mundial. Porque hemos necesitado tan solo doce años para pasar de los seis mil a los siete mil millones de habitantes.

Por ello los vendedores de pesimismo nos pintan el futuro como si fuera un enigma borroso como la niebla. Yo no lo veo así; entre otras cosas porque tengo una opinión sin criterio al respecto.

Lo que yo sí imagino es un mundo en el que, cuantos más seamos, más oportunidades habrá para la acción, para la diversión, para el heroísmo, para las traiciones y para las pasiones, de tal manera que la historia de la humanidad continúe como hasta ahora y así, por lo menos, hasta el final.

domingo, 30 de octubre de 2011

Amazon.es

Por si hay algún despistado, utilizaré la sagrada ley del compañerismo para informarles de que amazon, la tienda estadounidense líder en el comercio electrónico, tiene su portal disponible en España desde el mes de septiembre.

Es verdad que, en el mundo virtual de internet, el apelativo .es o .com suele tener simplemente un matiz de banderín simbólico, algo que valoran más los intangibles patriotas que los internautas globalizados. Porque lo cierto es que ya se podía comprar en amazon.com -desde 1995-, incluso si usted residía en Bollullos del Condado, provincia de Huelva.

Pero es que, en el caso de la multinacional amazon, su oferta localizada directamente desde España trae consigo importantes consecuencias; la principal, la mejora de la competencia, porque el resto de empresas deberán rivalizar ofreciendo el mismo producto a un precio menor; de lo contrario, serán excluidas.

La cara de la moneda se refleja directamente en el bolsillo de los consumidores, que podremos adquirir lo mismo gastando menos. Porque con amazon.es se acabaron los costes de envío, si es que podemos esperar un plazo de dos a tres días para recibir una de las famosas cajas amarillas de amazon. Sólo los más ansiosos deberán pagar 2,99 euros por recibir su mercancía al día siguiente de efectuar el pedido.

Pero hay otro importante aspecto positivo en la entrada de amazon en España. Porque la compañía americana no se limita solo a vender sus propios productos, sino que cualquier pyme española podrá contratar sus servicios de logística (almacenamiento de mercancía, gestión de pedidos, ancho de banda….), y así comenzar a comercializar sus productos en la red, aprovechando la experiencia y la fiabilidad del gigante del comercio electrónico.

Las empresas que más sufrirán con la entrada de amazon en España serán las más grandes, fnac, casa del libro o el corte inglés, a las que les llega la hora de sopesar su posicionamiento en la red; en definitiva, deberán acostumbrarse a una situación nueva, que no es otra que la de medir sus fuerzas frente a un rival que, con la bizarría de un cosaco, les mira desafiante desde arriba.

Y también deberán redoblar sus esfuerzos las pequeñas empresas especializadas en el comercio online. En este caso, además de soñar diariamente con proezas, deberán volcarse en la atención personalizada al cliente, aspirando a competir en aquellos nichos del mercado a los que, por cuestiones de tamaño, a amazon le sea difícil llegar.

Seguramente las fuerzas sindicales de ocupación nacional acentuarán las cifras de desempleados que provocará la llegada de amazon, olvidando los puestos de trabajo que se generarán a la vez. Pero ya sabemos que determinados agentes sociales contemplan el mundo sin más esfuerzo que el de hurgarse la nariz.

jueves, 27 de octubre de 2011

El precio de la muerte

Hay personas que pagarían por morirse. Hay otras que tienen miedo a morir por no poder pagar la cuenta final. Otros sueñan con una muerte sin lujos, a la medida de su vida.

Y es que cuando no te sobra nada mientras malvives, la muerte se hace aún más cuesta arriba. Ya saben: que si el ataúd, que si la esquela, que si el subsuelo alquilado para reposar en paz cada diez años, que si la corona de flores, que si el tanatorio.

¡Qué agobio; si lo sé me muero sin avisar, y que la herencia se empiece ya a discutir de cuerpo presente!

Aunque bien pensado, para que de nosotros se diga que fuimos en vida grandes personas, la única solución al alcance de la mano es contratar un seguro de decesos, una cobertura para irse con las cuentas saldadas a otra parte.

Es verdad que los seguros son el único producto financiero que se contrata con la esperanza de no tener que usarlo. Pero es que lo de la muerte es un proyecto perpetuamente inminente, y lo que todavía nadie ha inventado es un seguro que garantice la existencia.

Al final, cuando pasa lo que tiene que pasar, el español medio ha pagado durante su vida el entierro de siete muertos. No hace falta ser muy macabro para darse cuenta del negocio que hay detrás de las pompas fúnebres. Quizá por eso España sea el país desarrollado con más tanatorios por habitante. No sé si vivos o muertos. Lo mismo da.

Y por eso los catálogos que nacen de la imaginación para engalanar al muerto ofrecen inventarios de hasta 5.000 artículos diferentes. Que si urnas biodegradables para lanzar las cenizas al mar sin dañar el medio ambiente, que si cristos de resina, que si limusinas para el último viaje, que si diamantes hechos con las cenizas, que si tapizados de seda para vestir los ataúdes, que si maquillajes de estrella de cine para el difunto.

Los muertos no avisan y nunca vuelven, pero el negocio de la muerte no pasa de moda. En España se apuntan 350.000 nuevos muertos todos los años. Y da igual elegir pijama de pino o cenizas a la mar. Si tiene pensado morirse próximamente, prepare 4.000 euros de curso legal. Por menos de eso, quizá le sea más rentable malvivir unos cuantos años más.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La música

Hoy me atrevo a hablar sobre la música, y para ello me valdré del sonido de las letras. Y lo hago solo porque me gusta hacer las cosas que no es necesario hacer. Lo hago aunque tú sabes mejor que nadie lo que significa la música para ti. Lo hago simplemente porque me suena bonito hacerlo.

Pero sobre todo lo hago porque yo no entiendo de ritmo y armonía. Y porque envidio la angustiosa libertad del compositor, que cuenta con tan solo siete notas para describir lo que siente, para expresar infinitos mundos imaginados, para combinar deleite y sensibilidad, para encerrar el paso del tiempo entre fractales y círculos virtuosos.

Tan solo siete notas de vértigo de un alfabeto con el que ha de construir rascacielos de cadencias y apasionadas melodías, poemas sonoros sin métrica predefinida, inspiraciones divinas mitad ciencia y mitad arte.

El que nadie acierte a definir realmente qué es la música, ya la define por sí sola. Que casi nadie pueda negar su embrujo, la llena aún más de duendes y de espectros. Porque puedes atreverte a negar lo evidente, pero entonces la vida humana se queda bajo sospecha.

También es cierto que no es necesario definir la música cuando podemos simplemente disfrutar de ella. Hagamos entonces algo distinto; hagamos como hacen los filósofos. Demos un rodeo razonable... Supongamos que no existiera la música, o que estuviera prohibida... e imagina ahora el tedioso sonido del resto de tu vida... suena a broma pesada, ¿verdad?

... Olvídalo. Aparta el terror que te ha recorrido el estómago al pensar que sin música yo no podría continuar este artículo…

Vayamos mejor a refugiarnos en los clásicos; en los antiguos platónicos, para lo que una sociedad podía cambiarse fácilmente cambiando su música. O en los pitagóricos, para los que números y música eran lo mismo. Conceptos semejantes. Porque la matemática fija proporciones y la música construye relaciones armónicas que forman el sonido de la matemática.

Pero, ¿qué ocurre realmente cuando escuchamos música? Yo no lo sé, pero lo cierto es que siempre ocurre algo. Algo que nos sacude sin intermediarios, que nos proporciona alimento para el espíritu, ánimo para entender lo intangible, oxígeno para las almas vivas, socorro para las emociones, coartada creíble para las alegrías, ricino para las tristezas, argumento para la nostalgia, estilo para lo menos práctico, brillo para las rutilantes estrellas, y locura para tu ser racional.

Porque la relación de amor entre la música y el alma es infinita e inagotable. Es lo más comunicable que existe. El arte más asequible al alcance de nuestro sexto sentido.

La música es la compañera de viaje que nunca nos deja solos. Que nos permite quedarnos a solas. Que se acuesta a tu lado y se deja sentir. Que te aleja de todo y te impide sufrir.

Es el arte más oculto, el menos visible, el que mejor se une con nuestra memoria, porque se te clava en algún sitio y se queda ahí para siempre.

Porque el espectador que disfruta con la música siente más intensamente lo sencillo, lo que llega sin avisar, lo que parece humano sin serlo, lo que no necesita explicaciones, ni intérpretes, ni dobles sentidos, ni traducción simultánea, ni complicados cursos de CCC; porque para regocijarse con la música, ni siquiera es necesario creer en la vida eterna.

Es verdad que la música a veces mata a los músicos. Como a Antonio Vega. Pero también es verdad que a veces los resucita y los hace inmortales. Como a Antonio Vega.

SiempreVega

miércoles, 10 de agosto de 2011

Vuelva usted mañana

Hace un par de meses que España suprimió la primacía del apellido paterno a la hora dar nombre familiar a la descendencia. La norma aprobada, con rango orgánico, tuvo mucha pelotera parlamentaria.

Finalmente se otorgó poder a los funcionarios del registro civil a la hora de decidir el primer apellido del menor, para el caso que los padres del neonato no alcancen un acuerdo previo.

A mí, con los supervivientes de la isla de Tele5 y los supervivientes de Grecia, Irlanda y Portugal, casi se me pasa comentar la noticia. Vayan mis disculpas de antemano.

Pues bien, como he apuntado, parece que la decisión final estuvo plagada de no pocos sesudos debates en las cámaras legislativas. Así, el partido socialista presentó un proyecto en el que establecía la sabiduría ordinal de nuestro alfabeto como criterio para fijar el orden de los apellidos. Ya saben: a antes que b, ésta antes que c, y así hasta donde recuerde.

Más interesante era la propuesta de esquerra republicana, que sugería que la cuestión se dirimiera por sorteo puro. Al estilo UEFA Champions League, pero sin amaños; supongo. Quizá haciendo corresponder números y letras con alguna fórmula confusa, que bien pudiera extraerse de la terminación del sorteo de la ONCE del día del feliz alumbramiento.

Más justa parece la propuesta del peneuve, que abogaba por la prevalencia del apellido menos frecuente. Quizá con la sana intención de eliminar del mapamundi genealógico a los molestos Rodríguez y Pérez que todavía campan por Euskadi.

En cualquier caso, no me negarán que se trata de un importante paso en materia de igualdad de género, al suprimir la prevalencia del apellido paterno. Porque hasta ahora se podía elegir entre un apellido u otro, sí, pero siempre de común acuerdo; y, en caso de disputa, prevalecía el criterio del hombre de la casa. Inconcebible machismo.

Afortunadamente al final reinó la cordura, y serán los funcionarios del registro civil los encargados de poner orden y paz en el seno de la familia mal avenida. Nada dice la ley si se dejarán oír, con voz pero sin voto, las opiniones de los padres de él, los de ella, los hermanos de sangre, e incluso los familiares en segundo y tercer grado.

Lo que yo me pregunto, a modo de curiosidad venenosa, es cuál será el criterio, caso de tenerlo, que utilizarán los empleados públicos en el ejercicio de sus funciones. Porque, dado lo novedoso de su nueva tarea, el temario de sus oposiciones aún no habrá articulado un sistema objetivo y proporcional. Tampoco ha trascendido si el método científico a pergeñar puntuará o no a la hora de obtener la plaza en el sacrosanto cuerpo de los empleados públicos.

A fuer de ser algo más retórico, ¿Lo harán quizá atendiendo a la sonoridad de los apellidos? ¿Lo echarán a cara o cruz? ¿O a pares o nones? ¿Propondrán un pulso entre los cónyuges? ¿Lograrán generar aun más papeleo y menos productividad en el ejercicio de su función pública? ¿Comentarán sus juicios durante el desayuno reglamentario? ¿Dirimirán la cuestión aludiendo al Salomón bíblico, célebre por su sabiduría?  ¿Sembrará su decisión jurisprudencia para solucionar posibles disputas en el ejercicio de la patria potestad en un futuro?

No sé. Quizá simplemente nos respondan, en el momento de máxima tensión familiar, con el socorrido 'vuelva usted mañana' que acuñó Mariano José de Larra.

lunes, 8 de agosto de 2011

El cigarrillo mañanero

Dicen los expertos que el cigarro que te fumas durante los primeros 30 minutos después de levantarte es el más peligroso. Dicen que mata más que el resto. Dicen que multiplica la nicotina que va a parar a la sangre. Y dicen, en definitiva, que esa calada madrugadora incrementa el riesgo de padecer un tumor.

Quiere ello decir que no sólo importa el número de cigarrillos que aspiras al día. Quiere ello decir que no sólo importa el número de años que llevas fumando. Quiere ello decir que también importa el momento del día, o de la noche, en el que se enciende el primero.

Lo que pasa es que los fumadores suelen tener mucho ‘sentido del tumor’. Y suelen torear estos estudios científicos con ironía y sarcasmo, defendiendo su libertad para buscar el camino más rápido hacia el cielo, o hacia el infierno, a su manera.

Y razón no les falta. Al menos a mí así me lo parece. Porque siempre y cuando aspiren para sí mismos sus malos humos y tengan capacidad suficiente para financiar sus bocanadas, el problema lo tiene quien quiera meterse en los problemas de otros. Que no es mi caso.

A mí lo que me importa es la terrible involución de la estética del fumador. Ésa que ha dejado grabadas escenas de leyenda en los archivos de las filmotecas a base de verdaderos fotogramas de seducción.

Porque, hasta hace muy poco, el cigarrillo que importaba era el de después. El que se iniciaba cuando terminaban los secretos de la carne. El que quedaba unido a una indestructible amistad. El que actuaba de alucinógeno frente a las miserias del mundo.

O el que se ingería de rabia por las cosas irrealizables. O el que seguía el itinerario del fracaso o de la muerte. O el cigarrillo del antihéroe. O el cigarrillo del inadaptado. O el cigarrillo del que saboreaba la pereza. O el del vagabundo de pensamiento. O el de los espíritus atormentados.

Y yo no fumo. Ni he fumado nunca. Y supongo que ya no me dé por fumar. Por eso quizá me da por escribir sobre el cigarrillo de ficción, siendo ajeno a su realidad. Como si fuera un argumento invisible. Y es que, al escribir, te olvidas un poco del mundo.

Espero que no le moleste.

sábado, 6 de agosto de 2011

Con la salud hemos topado

Las 1.300 farmacias de la comunidad autónoma de Castilla La Mancha van a la huelga. La razón es sencilla; parece que la seguridad social lleva sin pagarles las recetas desde enero de este año. La cifra impagada, según leo en la prensa, asciende a unos 125 millones de euros.

La noticia ha causado un gran revuelo ‘social’; de momento parece que la indignación se sitúa sólo en el escenario manchego de las fantasías caballerescas aunque, como bien saben los políticos, el revuelo ‘social sanitario’ es el peor de los revuelos.

Una Castilla La Mancha que, por cierto, los estatutos de autonomía de principios de los ochenta transformaron en lo que hoy es, borrando de un plumazo a su predecesora ‘la Nueva’; recuerden conmigo: Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Albacete……..Si Cervantes levantara la cabeza lo mismo hacía discurrir las andanzas quijotescas por lejanos países emergentes.

Volviendo al tema. Porque, hasta ahora, a muy pocos indignados parecían importarles los significativos recortes en los márgenes empresariales que, a golpe de decreto ley, la industria farmacéutica lleva padeciendo desde hace años.

Recortes que, evidentemente, ponen en peligro la subsistencia de nuestro modelo de oficina de farmacia y que, tarde o temprano, acabarán afectando a la calidad o a la cantidad del servicio que prestan.

Pero los farmacéuticos, para el ciudadano de a pie, son como los funcionarios y algunos otros instalados administrativamente en el sistema, y viven como curas. Como curas de los de antes, digo yo, porque seguro que los indignados de la santa madre iglesia también tienen motivos para enfurecerse con sus recortes.

Y por eso les espetan que no se quejen. Que con sus sobras vivirían tres familias. Que peor vive el parado sin subsidio, que tiene que habituarse a resistir con una limosna de 420 euros al mes. Que, si por él fuera, trabajaría en dos turnos de ocho horas al día. Pero como la cosa está tan mal…

El problema es que, ahora, la angustia de las farmacias y sus distribuidores, ésa que hasta ahora se disimulaba bajo sonrisas ajenas, amenaza con trasladarse al pueblo llano.

Un pueblo que se define como inocente. Que cree que abomina las injusticias. Que dice no saber de números. Que le espantan las letras. Que vive como menor de edad gustosamente. Pero que conoce sus derechos mejor que sus deberes. Y que, si hace falta, hasta se alista en tiendas de campaña contra el poder.

Y la amenaza que se escucha es seria: ¡Desabastecimiento de medicinas! Y, claro, por ahí no pasamos. Una cosa es que la industria farmacéutica sufra recortes e impagos, y otra que mi derecho a libre botiquín se vea mermado.

¡Con la engañosa salud hemos topado! La gratuita. La salud que se regala a cambio de la vida eterna. La salud social. La salud repartida en cómodas dosis cada ocho horas. La salud que receta el médico y que la farmacia está obligada a dispensar por imperativo legal.

Infinidad de veces manifiesto en este blog que lo gratis no vale. Que provoca dejadez. Que invita a no implicarse. Que fabrica personas incapaces. Que propicia placenteros ocios. Que crea un falso concepto del servicio público. Y que lo que viene sin esfuerzo, acaba yéndose por necesidad.

En mi opinión, la seguridad social española, tal y como la concebimos actualmente, necesita acometer importantes transformaciones, todas ellas encaminadas a conseguir un servicio eficaz y eficiente a la vez. Pero este camino no se hace al andar, sino con unas enormes tijeras de podar.

Hasta entonces, tan injustos o más son los impagos que sufren los farmacéuticos y sus distribuidores, como el desabastecimiento de medicinas con el que nos vemos ahora amenazados.

Son la misma cara de la misma moneda. La consecuencia de los excesos y el país de los goces. La resaca de la barra libre a la que nos invitaron. Y la secuela de seguir creyendo en los libros de caballería ‘sociales’.

martes, 19 de julio de 2011

Cuota o plazo

Si eres tan lujurioso que te sobra algo de dinero y, además, el único programa de la televisión que te entretiene es la carta de ajuste, ¿qué hacer?, ¿rebajar la cuota del préstamo o acortar su plazo?

Para responderte yo quería hablar de las manzanas y las peras. Y de su suma y resta imposible. Y así hacerme el gracioso. Yo sólo quería responder a la pregunta más recurrente y premeditada de cuantas surgen. En realidad sólo quería hacer de profeta ciego y arrojar un poco de luz en medio del árido desierto financiero.

Por eso quería explicar que no se puede sumar dinero de hoy con dinero de mañana. Porque 100 euros de hoy son financieramente equivalentes a 102,1 euros de dentro de un año. Gracias al Euribor. Por eso me da igual tener hoy 100 euros, que 102,1 dentro de un año. Sí, ya sé que a usted no le da igual y, además, no me cree.

Yo sólo quería decirles que los capitales, al moverlos hacia el futuro, aumentan, y al moverlos hacia el pasado, disminuyen. Como tantos otros convenios matemáticos. Pero financieramente son y serán cantidades equivalentes.

Y ya sé que a usted esto también le da igual. Que lo que de verdad le interesa es entender la diferencia entre vivir y vivir para siempre.

Por eso mi consejo es que haga lo que prefiera. Que acorte el plazo de su hipoteca o disminuya su cuota. A su antojo. Para eso es suya. Porque financieramente no hay una opción mejor o peor. Por la misma razón que no existe nunca el final feliz. Es una contradicción.

También podría responder a su duda mezclando un buen blended con otro. Es una solución que todo lo arregla pero que nada soluciona. O apuntarme a una academia de corte y confección.

Ahora en serio. Que no le equivoquen con el sonido del desahogo. Ni con el ruido de la felicidad. Ni con el muro de los lamentos. Tanto monta, Isabel y Fernando, como menor plazo o cuota menor.

lunes, 11 de julio de 2011

Un burka por acné

Chadia es una joven española de quince años, hija de padres españoles, que vive en Melilla. Desde la distancia se podría decir que es una chica como las demás de su instituto de enseñanza secundaria, salvo por algunos detalles que rodean su vida.

Su novio se llama Alá. Y está tan enamorada de él que escribe su nombre con mayúsculas y lo rodea de corazones para diseñar la portada de la carpeta con la que estudia.

Es normal; a su edad, aunque no se haya juntado todavía carne con carne, las cosas del querer ya empiezan a ser cuestión de vida o muerte.

Como la mitad de las personas del censo melillense, Chadia profesa la religión musulmana. Se puede decir que nació ya con esa gravedad.

Por eso su credo piadoso es el Islam y, como buena practicante, repite continuamente expresiones de gratitud como quien recita una lección, y se esfuerza por rendirse a las órdenes de Dios a cada paso del camino, sin distinción entre su vida diaria y la religión.

Chadia ha decidido que las cinco oraciones que debe realizar al día, en cumplimiento de sus deberes de obediencia y abandono, le quitan mucho tiempo para acudir a clase.

A sus amigas les ha confesado en la intimidad que, en realidad, ‘acudir cada día al instituto le parte la mañana en dos’. Por eso ha abandonado sus estudios académicos en el tercer curso de la ESO.

Como cualquier chica joven también cuida su figura, aunque la esconda tras una túnica desaliñada y poco favorecedora, motivo por el cual el resto de niñas del instituto, que se suelen ataviar frívolamente con los últimos diseños de Inditex, se ríen de ella.

Una pena, porque estoy seguro que Chadia podría sacar más partido a alguno de los muchos dones con los que la naturaleza le ha favorecido.

Pero a Chadia no le importa. Porque en lo más profundo de su alma sabe que cuenta con una ventaja interior; y es que, gracias al Islam, podrá abstenerse de comer y beber desde el amanecer al anochecer durante todo un mes, y así conseguirá bajar ese kilo y medio que cree sobrarle, con lo que espera complacer a su novio, Alá.

Además, cara a su padre, el barbudo, justificará el ayuno voluntario del ramadán como una forma de vivir en sus propias carnes lo que las personas desafortunadas padecen.

Chadia aún no está preparada para peregrinar a la mezquita santa de La Meca. Piensa que ya tendrá tiempo en el futuro de cumplir con su mandamiento. Pero ahora le rondan otros problemas en la cabeza.

Porque la joven sufre, como cualquier adolescente en los albores de la pubertad, un atroz ‘acné vulgaris’; por eso, en cada oración, no se olvida de pedir a Dios con todas sus fuerzas que el mal desaparezca de su cara. Y es que, a esas edades, la belleza exterior no es una solemne ramplonería.

Cuentan que, meses atrás, Chadia estaba muy contenta, porque había encontrado la solución a su problema en las páginas del Corán, el libro sagrado del Islam.

Chadia descubrió que Dios reveló al profeta Mahoma que el ‘acné vulgaris’ disminuiría con el paso del tiempo, llegando incluso a desaparecer después de la pubertad.

Pero Chadia se impacientaba, porque lo que Dios no reveló al venerado Mahoma fue cuánto tiempo tardaría en desaparecer por completo la inflamación sebácea de su rostro. Incluso se citaban casos de antepasados que continuaron sufriendo ‘acné vulgaris’ durante décadas después de la pubertad.

Por eso ahora Chadia, triste y desorientada, se ha encerrado voluntariamente en un burka, la vestimenta de moda entre las mujeres afganas, que se convertirá en el cimiento y la techumbre de su nuevo hogar, y con el que espera conseguir su felicidad interior, el camino correcto hasta que desaparezcan las lesiones de su piel. Es una cuestión de fe.

Y yo lo comprendo, pero no quiero comprenderlo.

viernes, 8 de julio de 2011

Apoyo al deudor

El 7 de julio de 2011 el BOE ha celebrado el primer encierro de las fiestas de San Fermín publicando un Real Decreto-Ley con medidas de apoyo a los deudores hipotecarios.

Como las carreras del primer encierro por las calles de Pamplona se saldaron con simples encontronazos y magulladuras, yo me he entretenido leyendo las bondadosas providencias aprobadas por el Gobierno que, con la venia, paso ahora a relatar.

Seguro que usted se pone muy contento porque se legisle en favor del deudor. Salvo que sea usted el acreedor, claro. Yo no lo tengo tan claro.

Y lo digo porque, para que exista un deudor, es necesario que se formalice previamente un contrato entre dos partes; ya saben, la parte contratante y la parte contratada. Y, en consecuencia, la parte contratada se compromete a efectuar determinados pagos a la parte contratante.

Sólo así, aunando anticipadamente voluntades, el deudor se convierte en sujeto pasivo de la relación, haciendo recaer sobre sus espaldas la tan temida obligación.

El problema se origina cuando el cándido e ingenuo deudor, que ya ha disfrutado de los bienes o servicios que puso a su disposición el acreedor, no efectúa los pagos comprometidos, convirtiéndose en moroso.

Para estos casos, como la razón sólo sabe lo que ha aprendido, los hombres de los dos hemisferios hemos fijado unas reglas comunes de convivencia, en virtud de las cuales los acreedores pueden ejercer acciones legales contra sus deudores para intentar recuperar lo acordado. Es algo así como asociar el deber y la dignidad.

Las recientes medidas aprobadas por el Gobierno se refieren únicamente a los deudores hipotecarios, ya saben, los que deben porque previamente recibieron un montante de dinero con el que adquirieron una vivienda.

La novedad legislativa acuerda elevar el umbral de ‘inembargabilidad’ de los ingresos mínimos del deudor, hasta 960 euros al mes, el 150% del salario mínimo interprofesional, para el caso en que, tras la ejecución de la vivienda, el precio obtenido tras su venta sea insuficiente para cubrir el crédito garantizado.

Es decir, ningún acreedor, generalmente llamado banco, podrá cobrarse importe alguno de su deuda si el deudor, al que se ha ejecutado su vivienda, no tiene ingresos superiores a esos 960 euros al mes.

Supongo que usted pensará que éste es un umbral de dignidad humana, por debajo del cual la existencia se hace intolerable. Supongo que usted estará a favor de la dación en pago, y pensará que lo legislado es sólo un parche. Supongo que usted pensará que bastante ganan ya los bancos y sus banqueros. Supongo que usted pensará que el crédito es un bien social, cuando se concede, y aún más cuando no se devuelve.

Supongo que usted pensará que algo hay que hacer en las actuales circunstancias. Supongo que usted pensará que los que no pagan es porque no pueden, y no porque no quieran. Supongo que usted pensará que los indignados lo están por no cobrar, y no por no pagar.

Yo supongo cosas parecidas a las de usted, pero también creo que aquellos que braman a diario porque el crédito vuelva a las familias y a las empresas, han de suponer que, si se dificulta más el recobro de las deudas legítimamente contraídas, los inversores privados harán muy bien en dirigir sus ahorros a aquellos lugares o negocios en los que las trabas legislativas sean menos condescendientes con quienes contrajeron voluntariamente obligaciones.

lunes, 4 de julio de 2011

Héroes, pecadores o delincuentes

En España el número de suicidios supera ya al de las muertes en carretera; según el INE, algo más de 3.000 españoles se quitan de en medio a sí mismos cada año, sin pedir permiso y sin ayuda exterior.

Quizá haya que empezar a plantearse la entrada en vigor de un carnet por puntos especial para los suicidas, al estilo del ideado por la degeté que, junto a otras medidas, ha conseguido reducir el número de muertes al volante a la mitad en los últimos diez años.

Supongo que en la lista de muertes voluntarias habrá tantas causas como gustos y colores. Habrá tantas almas como desazones. Habrá tantas historias terminadas como sueños por cumplir.

Los habrá meticulosos, que hayan premeditado incluso sus pompas fúnebres. Los habrá vocacionales, que cumplan con el sueño de su vida. Los habrá arrepentidos, aunque sea tarde. Los habrá prácticos, en espera de una vida mejor. Los habrá deudores, anteriores a la dación en pago.

Los habrá empresarios en ruina. Los habrá jubilados con la pensión máxima de la seguridad social. Los habrá jóvenes sin futuro. Los habrá casados sin pareja. Los habrá creyentes sin fe. Los habrá ateos sin paraíso terrenal. Los habrá parados de la última encuesta de población activa.

Los habrá presuntos culpables. Los habrá condenados en libertad. Los habrá tristemente desengañados. Los habrá felizmente iluminados. Los habrá hinchas de su equipo. Los habrá desilusionados por error.

Algunas religiones los consideran, incluso, pecadores. Y en determinados códigos de lo penal se les tacha de delincuentes a título póstumo. Sin embargo, otras culturas, especialmente del lejano oriente, les rinden honores por atreverse a escapar de algunas situaciones humillantes o extremadamente dolorosas.

Yo sólo espero que el INE arroje en el futuro una mejor estadística de los hombres que pierden el hábito de vivir, porque nuestra imaginación no puede seguirlos en su viaje al abismo.

sábado, 2 de julio de 2011

Uno contra uno

Curioso lo de la final de Wimbledon de 2011, la cita que convoca mañana a los dos mejores tenistas del año, el español Nadal y el serbio Djokovic.

Digo que es curioso, no porque la disputen las dos mejores raquetas del momento, sino porque se medirán en la pista central de la hierba londinense el saliente número uno del tenis mundial, Nadal, frente al entrante número uno, Djokovic. Me explico por si usted no está al tanto del fútbol de raquetas.

Rafa Nadal, vamos Rafa, es el actual número uno del ranking de la ATP, la asociación de tenistas profesionales. Y Novak Djokovic es el actual número dos de la ATP.

A priori, aunque sepa mucho más de letras que de números, al llegar ambos tenistas a la final del mítico torneo de Wimbledon, si ganara el que hasta ese momento es el número uno, Nadal, la lógica diría que ha de seguir siendo el número uno. Pues no. Parece que la suerte ya está echada, pero al revés.

Según leo, pase lo que pase en la final, Nadal se convertirá automáticamente en el número dos del mundo, y Djokovic en el número uno. Es algo así como una permuta preestablecida, como una especie de propiedad recíproca, como un viceversa apalabrado. En este aspecto, se podría decir que es la final más premeditada de la historia.

La explicación la puede usted buscar en la forma que utiliza la ATP para acumular los puntos en los torneos, la que sirve para determinar quién es quién en el mundo del tenis. Viene a ser un método tan intuitivo como la lidiada ley D’Hont.

A grandes rasgos, la máquina sólo suma puntos para el ranking si el tenista mejora los resultados obtenidos el año anterior. En consecuencia, si un año ganas mucho, el siguiente puedes sumar poco. Esto es lo que le pasa a Nadal.

Tampoco me interesa demasiado el cómo se acumulan los puntos, ni las restas y sumas ponderadas que se utilicen, fundamentalmente porque el sistema es el mismo todos los años, e igual para todos los tenistas. Además, con este mismo recuento, Nadal llevaba 102 semanas en lo más alto del podio mundial.

Yo sólo espero que Nadal gane su tercer Wimbledon, y lo quiero porque sus múltiples virtudes no son traducibles, y porque es un deportista que en vez de humanizar su mito, mitifica al hombre. Hay quien dice que Nadal, buscando a quién imitar, se encontró sólo consigo mismo.

Y respecto a la camiseta con el número uno del tenis, creo que no podemos rebelarnos contra nadie, porque no tenemos enfrente a ningún enemigo. Además, incluso Djokovic sabe perfectamente lo que la verdad esconde.

miércoles, 29 de junio de 2011

Onlae vende ‘El Gordo’

A partir de otoño se podrá jugar a la bolsa con la onlae. La empresa del ‘calvo de navidad’, de las quinielas, del bono loto, de la primitiva y del euromillón, sale a cotizar. Doble ración de adrenalina.

Después de tres años de sequía de opeuves parece que las empresas se animan a hacer caja. Como el estado es, en realidad, otra empresa, pues las Loterías y Apuestas del Estado ha reservado el mes de noviembre para el banquete de su lanzamiento.

Juegos de palabras aparte, éste no es un estreno cualquiera. Es la mayor salida de la historia del parqué español –se espera recaudar unos 7.000 millones de euros-, y una de las más importantes del año en el mundo.

Es una operación con marcado cariz político, necesaria para cumplir con el objetivo de déficit público, fijado en el 6% para 2011, y también necesaria para cumplir con lo prometido a los socios europeos y a los temidos mercados.

¿Qué si acudiría con algunos ahorros si fuera usted? Pues mire, sí. Y no lo digo por mi tibia adicción al juego, sino por las características de la empresa, con un modelo de negocio que funciona en todos los ciclos económicos; y cuanto peor, mejor, como la vieja máxima marxista.

Tampoco hay que tener dos postgrados por Harvard, ni ser un novelista de almas, para darse cuenta de la afición al juego del ciudadano español. Simplemente con fijarse en las supersticiosas colas navideñas de doña Manolita, o en el creciente volumen de las apuestas por internet, parece evidente que el azar se convierte la mayoría de las veces en alimento para el ánimo, y también, muy de cuando en cuando, en la solución definitiva o en el principio del fin.

Onlae es una empresa con ingresos recurrentes, con una fuerte generación de flujos de efectivo, y con un endeudamiento cero. Una perita en dulce que en 2011 espera ganar 2.000 millones de euros.

Cada español se gasta, de media al año, 210 euros en el juego. La empresa promete dividendos elevados, de hasta un 90% de sus beneficios, y pagaderos mensualmente, toda una novedad en España –lo normal son dos pagos o, como máximo, cuatro-.

Se habla de un 7-8% de rentabilidad por dividendo anual. Me parecen todos ellos números creíbles.

Seguramente la acción no ofrecerá revalorizaciones elevadas en su cotización, ni tampoco grandes descalabros, lo cual aburrirá a muchos. Pero, por el contrario, se debe comportar como un valor seguro y rentable, con generosos dividendos.

¿Que dónde está el truco? Pues en un par de factores de riesgo: Por un lado, Loterías pretende lanzarse al exterior –suena Turquía como primera parada-, y habrá que gestionar bien las conquistas exóticas. Por otro lado, la siempre espada de Damocles del cambio de fiscalidad del mundo del juego, que evidentemente, sólo podría empeorar.

Confieso que, en mi caso, las fantasías me mantienen siempre pegado a la realidad. Sólo por eso me dejaría engañar una vez más por los delirios del azar.

martes, 28 de junio de 2011

River que estás en los infiernos

Los telepredicadores que narran el fútbol en la Argentina son una hipérbole continua y desmesurada. Son periodistas relatores con camiseta. Con los colores pintados en su voz. Y lloran por su equipo igual que los demás hinchas. Más alto aún. Porque para ellos el fútbol, y su equipo, son algo mucho más que una simple cuestión de vida o muerte.

Los relatos que nos llegan de aquellos locos cronistas suelen hacernos gracia a este lado del charco. Más de uno hubiera preferido incluso reencarnarse en Víctor Hugo Morales antes que en El Pelusa para poder llorar al mundo aquel gol del 86 a los ingleses.

Y a uno, que le gusta el fútbol, le cuesta entender cómo alguien puede sentir por un juego, por un entretenimiento, por un pasatiempo, un luto similar a la pérdida de un ser querido. Y exagero lo imprescindible.

Ayer escuché el relato sanguíneo de Atilio Costa Febre sobre el descenso de River a la por primera vez en 110 años de historia. No reparó en calificativos. Y se ocupó de echar gasolina al fuego campal con la excusa pasional de su discurso.

Habló de guita robada. De ladrones. De ratas. De incapaces. De mentirosos. De sátrapas. Y animó su discurso con insultos graves, desafiando a los insultados a duelos en los tribunales de justicia.

Es verdad que el argentino es excesivo y que vive el fútbol con una profunda connotación pasional. Es verdad que cuando tienes poco que perder, eres más libre para llorar. Incluso tienes menos miedo a la muerte, porque crees que no es contagiosa.

Es verdad que el argentino procesa una religión por el fútbol que raya el fanatismo más dañino.

Pero a Atilio Costa el domingo se le salió la cadena. Su visceral reacción, la de un periodista con más de veinte años de servicio, avergüenza a los periodistas. Y también al resto del mundo del fútbol.

lunes, 27 de junio de 2011

Parados pacientes

A los bomberos parados. A los astronautas parados. A los melancólicos parados. A los detectives privados parados. A los plusmarquistas de la distancia corta parados. A los fabuladores parados. A los premeditados parados. A los trastornados parados. A los mediohombres parados. A los pacifistas parados. A los perroflautas parados. A los patanes parados. A los hombres de espíritu parados. A los desordenados parados. A los políticos parados. A los fanáticos parados. A los parados parados.

A los madrugadores parados. A los luchadores parados. A los ganadores parados. A los patriotas parados. A los veinteañeros parados. A los cincuentones parados. A los unamunianos parados. A los juanjosés millás parados. A los liberales parados. A los rostritorcidos parados. A los tunantes parados. A los divorciados parados. A los autoestopistas parados. A los mutilados parados. A los corazones cicatrizados parados. A los casi cinco millones de españoles parados.

Paciencia. Pero no dejen de impacientarse todos los días, porque el hombre en busca de trabajo adopta una pose más digna que tomando güisquis o bailando jotas. Porque la estética del trabajo es más merecedora que la del juego o el ocio. Porque uno es más listo cuando trabaja que cuando hace que trabaja.

Y porque es posible que suceda algo cuando uno lo espera con mucha impaciencia.

domingo, 5 de junio de 2011

El juego del gallina

Estos días la prensa viene cargada de noticias sobre el desordenado proceso de negociación colectiva que se viene ventilando en España a través de la mesa de negociación a la que concurren, por un lado, los trabajadores, representados a través de los sindicatos, y por otro lado, las empresas, a través de sus representantes patronales. Arbitra el partido un gobierno español sin presente y sin destino.

Aunque no lo parezca, se intenta llegar a pactos que mejoren las condiciones laborales aplicables a la generalidad de los trabajadores. Que falta hace.

El principal objetivo de la reforma es debilitar los caducos macro convenios sectoriales actuales, a cambio de fortalecer micro convenios de empresa, más cercanos a los problemas que se susciten en cada organización, dotándoles así de mayor flexibilidad. En definitiva, se trata de acercar la potestad en la toma de decisiones a sus principales afectados.

Vaya por delante que, caso de aprobarse la pretendida reforma, el nuevo esquema no garantiza la reproducción del empleo por esporas, pero sí traslada la aprobación de las reglas del juego a los principales sufridores del problema, circunstancia que parece razonable.

Para que no le confundan con inútiles destellos de esperanza, les adelanto que toda negociación colectiva que aspire a la conservación real de puestos de trabajo, necesariamente ha de conducir a un único callejón sin salida, es decir, al recorte de las condiciones laborales de los trabajadores; es decir otra vez, a trabajar más y a cobrar menos.

El problema fundamental, a mi juicio, es que, o no nos quieren explicar el juego bien, o a nosotros no nos da la gana de enterarnos. Porque los hay que siguen pensando que la tarea principal de las empresas es generar empleo, como si fuera una especie de maná social decretado. Como si alguien arriesgara su dinero, su esfuerzo y su talento, en beneficio de otros que no quisieron hacerlo.

Y los equivocados no son sólo los indignados de la plataforma del 15 M; el error conceptual es general.

Porque el único cometido que da sentido a una empresa, mercantil, es organizar sus factores productivos lo mejor posible para producir bienes y servicios, por los que los consumidores estén dispuestos a pagar un precio lo suficientemente elevado como para hacer rentable esa organización. Intente montar una empresa y verá cómo estamos de acuerdo.

Y si felizmente la empresa consigue su objetivo, entonces además podrá remunerar a los factores implicados, es decir, a sus trabajadores, compensándoles el tiempo que dedican a producir esos bienes o servicios, en vez de estar de acampada 'real' en la Puerta del Sol.

Por eso, para que las empresas puedan sobrevivir, y sus trabajadores puedan trabajar, es necesario amoldarse a las peliagudas condiciones del mercado. Y no hay otra, por mucho que nos indignemos colectivamente.

Y sólo alguien que no se juegue un puesto de trabajo en el envite, como los representantes sindicales, o el Gobierno, pueden tomarse la reforma de la negociación colectiva como si fuera ‘el juego del gallina’, ya sabe, ése en el que se conduce un vehículo en sentido contrario y el primero que se desvía de la trayectoria del choque pierde y es humillado por comportarse como un gallina.

Y en esas estamos, con unos sindicatos y un Gobierno enzarzados en una escalada en la que no tienen nada que ganar, y en la que sólo el orgullo evita que se echen atrás.

sábado, 21 de mayo de 2011

Indignados irreflexivos

Hoy es jornada de reflexión. A mí me gusta más llamarla ‘veda electoral’, aunque sólo sea por llamar a las cosas por su nombre. Porque, con el día primaveral que amenaza, no creo que nadie se acuerde de reflexionar sobre el día después.

Además, aprovecho que mañana participaré obligatoriamente en la ‘fiesta de la democracia’, como presidente de mesa electoral, para compartir algunas reflexiones sobre los acampados indignados.

Un inciso previo. El origen de la veda electoral me parece acertado; en su momento se intentaba conseguir que, en el período inmediatamente anterior a la elección, los participantes pudieran reflexionar sin influencias sobre el sentido de su voto.

También existía otra razón más práctica, que pretendía evitar que durante el acto electoral ocurrieran incidentes entre simpatizantes poco dialogantes de diferentes partidos políticos.

Es cierto que el propósito de las prohibiciones legales que adornan un día como hoy tiene ya más valor simbólico e histórico que otra cosa. La consolidación de la democracia, el desapego a la clase política, la onda expansiva de internet, y algunos pequeños problemas del día a día, como el desempleo campeador, hacen que la prescripción sobre el examen de conciencia haya perdido todo su sentido.

Pero, de repente, a unos jóvenes y no tan jóvenes españoles, les da por reunirse en acampada sin monitores en distintas plazas del país. Y lo hacen arrogándose banderas en favor de la democracia. Algunos ‘analistos’ se atreven a definir esta sentada de fin de semana como la ansiada movilización de la sociedad civil.

Y digo yo, ¿no son estos mismos mozos los que se suelen declarar a menudo liberales, apolíticos, genuinamente distintos a la clase política que tanto detestan? Porque detrás de un liberal apolítico al uso se suele esconder, casi siempre, el deseo de no implicarse, la dejación, la deserción de lo que no nos gusta y, sobre todo, el ‘esto no va conmigo, yo soy de otra forma’.

Lo digo porque, a mi juicio, estas reuniones que estamos viendo tienen poco de revolución. Le viene grande incluso el calificativo de revuelta. No se ven propuestas activas. No hay cabezas pensantes. No existen alternativas para encauzar la protesta: ni respetando el actual sistema, haciéndolo girar hacia la constitución de un partido político ‘diferente’; ni tampoco aparecen las suficientes ganas de trabajar para cambiar el sistema actual, si es lo que de verdad se quiere.

El revolucionario, el que quiere cambiar los pilares de un sistema, el que busca un cambio radical y profundo respecto al pasado inmediato, ha de conjugar el verbo renunciar como primer mandamiento. Y necesariamente debe sacrificar lo suyo en pos de su objetivo refundacional.

Pero la spanish protesta se parece más al clásico lamento argentino: ‘Así no nos gusta. Hacedlo bien’. Y se hacen sonar cacerolas. Se brama contra lo injusto; mejor dicho, contra lo que no favorece. Se piden viviendas baratas, hipotecas blandas, empleo, salarios dignos de 14 pagas, sanidad y educación gratuita…… y se utiliza como vudú a los banqueros, que es muy socorrido.

Supongo que el 23 de mayo cada uno volverá a sus casas, y el único rastro visible de estos días habrá que buscarlo en algunos blogs como éste, que se rellenan por puro entretenimiento.

sábado, 9 de abril de 2011

Günter Oettinger

No tengo el gusto de conocerle. Ni sé cómo es físicamente. Ni siquiera he buscado su rostro acudiendo a las imágenes del doctor Google. Ni me interesa. Sólo sé que es el Comisario Europeo de la Energía. Y que es alemán. Democristiano, del pepé europeo. El resto de sus valores ocultos, se le suponen.

Y ya hace algunas semanas que tengo ganas de escribir algo sobre él. ¿Que por qué? Pues porque cuando la falla sobre la que se asienta Japón sacudió la tierra de manera brutal, el comisario Günter se subió al estrado del Parlamento de Bruselas, sin perder un minuto, para empequeñecer su persona y, más aún, el cargo que representa.

Porque mientras el mundo contemplaba escenas que se guardan en lo más remoto de nuestra alucinación, Günter utilizó su tribuna para lanzar un discurso francamente descorazonador, calificando lo que estaba ocurriendo en Japón con los reactores de la central nuclear de Fukushima, como de desastre con consecuencias apocalípticas.

Es cierto que no se puede exigir a los políticos que saquen brillo a su vestimenta sólo a cambio de dar buenas noticias. Ni siquiera se les puede exigir que, ante siniestros como el de Fukushima, saquen la varita mágica para solucionar el problema.

Pero lo menos que se le puede exigir a un responsable europeo de tan alta jerarquía es que esté bien informado y, cuando tenga que comunicar malas noticias y utilice como coartada su traje de comisario, lo haga con el mayor rigor posible, con firmeza y, sobre todo, con causa conocida.

De lo contrario, a algunos nos sigue pareciendo más adecuada la olvidada escuela política que practica el heroico valor del hermetismo.

Y sí, ya sé que el sufrimiento europeo por el terremoto de Japón ahora es sólo un ronroneo escondido en alguna parte del cerebro; ya sé que, salvo a los hipotecados en yenes, a ningún europeo le importa realmente el impacto económico de la tragedia nipona; ya sé que la teoría de la relatividad llama a nuestra puerta cada día; y ya sé que a la tercera copa de güisqui te sobran las miserias ajenas y pierdes incluso el miedo a la muerte.

También sé que las noticias que llegan últimamente desde Japón no son nada alentadoras. Y que las continuas réplicas del terremoto pueden acabar haciendo que se convierta en realidad el aventurado pronóstico de Günter.

Pero, en mi opinión, lo que se esconde detrás de sus manifestaciones no es un vaticinio acertado o fallido; no se trata de una simple apuesta en una carrera de caballos, sino algo mucho más importante, como es la  ignorancia de la pedagogía de las masas, y la pérdida de valores intangibles fundamentales como son la confianza, la seguridad y la credibilidad en la clase política.

Desgraciadamente aquel día Günter desplegó el plan perfecto para pegarse un tiro en cada pie y, sobre todo, demostró una estupidez concienzuda.

sábado, 26 de marzo de 2011

Hipoteca en yenes

Del concepto de préstamo hipotecario supongo que estemos todos al cabo de la calle, unos más que otros, claro. Pongamos en común nuestras dudas y hagamos dos exámenes de selectividad, uno sólo para aprobar y el otro para intentar subir nota.

Caso 1. Quiero una casa en un nuevo PAU de Madrid y no tengo dinero; entonces unos señores muy buenos que trabajan en un banco me lo prestan a cambio del compromiso de devolverlo, con sus intereses, en cómodas mensualidades durante los próximos 30 años. Aprobado.

Supongamos ahora que me presento a subir nota de ‘sistema financiero’.

Caso 2. Quiero la misma casa que antes, pero voy a poner en práctica la gimnasia financiera que estudié en segundo de CCC.

Para ello voy a ver a los mismos señores buenos del mismo banco que antes, que me prestan el mismo dinero necesario para adquirir la misma casa pero, en lugar de solicitar el importe en euros, el banco me entrega su equivalente en yenes, la moneda de curso legal en Japón.

Yo, a cambio, me comprometo a devolver otros tantos yenes durante los mismos 30 años siguientes, más sus intereses.

Como, lógicamente, el vendedor de la casa quiere que le pague en euros (allá él), yo tendré que cambiar los yenes recibidos del banco por euros de curso legal, para así entregárselos al vendedor y satisfacer la compraventa.

Tras este último paso habré adquirido finalmente mi casa introduciendo una fórmula novedosa; en las escuelas de negocios lo llaman ‘préstamo multidivisa’.

Recapitulemos entonces. Mi casa está en Madrid, mi trabajo también, y la oficina del banco prestamista la veo desde la ventana del salón de la casa. Entonces, ¿por qué pido el préstamo en yenes?

Pues porque, además de ser una las muchas maneras que hay para asomarse a los escotes del mundo, sé o eso me dicen, que el tipo de interés del yen es inferior al del euro. Lo cual es cierto.

Así confío que el montante de intereses que me tocará pagar por mi préstamo ‘multidivisa’ sea inferior al que tendría que pagar caso de haber solicitado la hipoteca tradicional en euros, que es la que firmaron el resto de mis vecinos del PAU.

El riesgo que asumo es que el yen se aprecie respecto al euro, o lo que es lo mismo, que el euro se deprecie respecto al yen. Porque cada vez que reciba mi nómina en euros deberé comprar los yenes necesarios para devolverle al banco lo pactado. Insisto, necesito devolver yenes según lo firmado en el ‘multidivisa’.

Lo que no sé, no entendí o no me lo explicaron bien, es que la relación de cambio entre el euro y el yen varía. A veces a favor y a veces en contra. Es lo bonito de los mercados financieros, que varían. Y su movimiento depende de infinidad de factores no previsibles. Lo contratado es, en definitiva, una apuesta especulativa alimentada a base de sueños lejanos.

Como ejemplo, en los últimos 3 años el yen se ha apreciado respecto al euro un 30%; es decir, al haber contratado mi hipoteca en yenes, le debo al banco un 30% más que al inicio, más sus intereses.

Y ahora, tras el desgraciado terremoto padecido en Japón y mientras los nipones entierran a sus muertos con esa misteriosa calma que les dan sus ojos rasgados, los prestatarios españoles de la hipoteca en yenes del PAU de Madrid se solidarizan aún más con su desgracia al ver cómo se incrementa su deduda con cada escape radiactivo de la central nuclear de Fukushima.

viernes, 18 de marzo de 2011

Dolor amarillo

Los débiles siempre nos dejamos impresionar por los fuertes. Me refiero a los fuertes, no porque no sientan, sino porque saben ser dignos de su dolor. Como los japoneses.

Porque lo que ha pasado en Japón estos días se llevaría por delante el trabajo y el esfuerzo de cualquier otro país de la tierra. Arruinaría las esperanzas de generaciones enteras. Abriría un después en la historia trágica de cualquier otro pueblo, y los lamentos implorando ayuda coparían las portadas de los diarios del mundo entero.

Pero los japoneses no son así. Sufren igual, sí, pero dignifican su sufrimiento y ennoblecen al ser humano. Porque la verdadera medida del valor de los hombres puede variar de la noche a la mañana. Basta una sacudida de la tierra para avenirnos o no a realizar las proezas que nos exige la vida.

Y, justo al día siguiente del día D, ningún japonés se escondía ya en el pasado, sino que buscaba entre los escombros lo aprovechable. Y no es éste un procedimiento ensayado para volver a ser felices, sino para intentar nacer de nuevo, porque el nipón no ve la solución de los problemas distanciándose de ellos, sino enfrentándolos con esfuerzo.

Japón saldrá de ésta. Seguro. Nos volverán a demostrar que la mejor manera de afrontar la desgracia es desafiándola. Reservando las fuerzas no para maldecir el destino, sino para el duro trabajo que les viene encima.

Toda ayuda exterior es poca, pero sus verdaderas armas son sus propios medios y, por encima de todo, su sentido de sociedad y de pueblo unido.

Y yo les compadezco y me apeno por ellos, pero también les miro y no dejo de admirarles.

sábado, 12 de marzo de 2011

Cartas de amor cuando ya no hay amor

Esta semana los medios de comunicación han aireado dos correspondencias privadas: Las del agónico empresario Ruíz Mateos a Emilio Botín, y las del agónico Presidente Zapatero al Presidente del Consejo de la Unión Europea.

De la Nueva Rumasa yo no pienso decir nada más. Ahora es el turno de los disfraces de superman, de las manifestaciones de expoliados ante las Instituciones Públicas, y de los juicios paralelos en Sálvame Deluxe y La Noria.

Ya sé que lo de Zapatero tiene menos gracia, pero supongo que a alguno de los quince millones de españoles que todavía trabajan quizá les interese más conocer lo que su todavía Presidente opina de su todavía puesto de trabajo.

Les resumo lo dicho, entrecomillado y sin corrector ortográfico. Zapatero se muestra a favor de «prestar especial atención al mercado laboral, alineando salarios y productividad, e incrementando la empleabilidad y la formación de nuestra fuerza laboral».

Para empezar por el final. El término ‘empleabilidad’ no existe. No lo encontrarán ni en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, ni en el Panhispánico de Dudas.

Se trata de un neologismo que, de asentarse en la lengua, será consignado en su momento en los diccionarios. Pero, ya que lo menciona el visionario Presidente, lancemos un humilde dardo en honor del gran Lázaro Carreter.

El concepto ‘empleabilidad’ lo he encontrado en internet en el ‘Diccionario de neologismos en línea’, que lo define como ‘la capacidad de sintonizar con el mercado de trabajo, de poder cambiar de empleo sin dificultades o de encontrar un puesto de trabajo’.

Está claro que la ‘empleablidad’ no se relaciona con la capacidad de un determinado ente de generar empleo, sino con la cualidad del individuo de ser susceptible de conseguir un empleo, es decir, en el sentido de mostrar flexibilidad y disposición de adaptarse al mercado de trabajo.

Sin esta matización conceptual alguno entendimos, en una primera lectura, que Zapatero pretendía aumentar la oferta de trabajo. A estas alturas nadie le creería. Con la ayuda de los diccionarios las cosas vuelven por sí solas a su sitio.

Vamos ahora con la próspera productividad. Para empezar unifiquemos conceptos, no vaya a ser cometamos el mismo error dos veces en el mismo artículo: La productividad no es más que un cociente entre los ingresos de una empresa y las horas trabajadas. Dicho de otra forma, cuanto menor sea el tiempo que lleve obtener el resultado deseado, más productivo se es.

Pues bien, Zapatero, tras una vida defendiendo el alza persistente de los salarios y su alineación matemática con el IPC, en defensa de la clase obrera, ahora se nos vuelve arbitrista y creyente racional.

Lo malo es que, en España, las empresas ya han ajustado sus plantillas de manera radical y dramática, y nos quedan pocos nuevos trabajadores a los que despedir.

Nadie es capaz de señalar con exactitud el lugar del cerebro de Zapatero donde se generan sus grandes ideas, pero supongo que alguien en Europa le habrá explicado que el alza salarial ‘por decreto’, en función de un índice de precios, condena a una parte de los trabajadores al desempleo, y por eso la demanda de bienes y servicios de los nuevos desempleados cae hasta cero.

Neo-Zapatero pretende ahora referenciar los salarios a la productividad. Pero, ¿a qué productividad? ¿A la del conjunto de la economía, a la de Inditex, a la del Banco Santander, a la de Repsol, a la de las Administraciones Públicas Españolas?

Llegados a este punto, y admitiendo la buena nueva orientación académica del Presidente, yo me pregunto si no sería más eficaz para el mercado laboral que dejara en paz a las empresas y a sus trabajadores, y que les permitiera fijar a ellos mismos sus condiciones laborales, para no acabar emulando a los viejos países comunistas, donde la gente primero hacía como que trabajaba, y luego hacía como si les pagaran.

domingo, 27 de febrero de 2011

Ahorro obligatorio

El Gobierno acaba de prohibir la circulación en automóvil a más de 110 kilómetros por hora. Es una medida desesperada, coyuntural -como todo en la vida- y, fundamentalmente, hecha por buenos.

He leído estos días que Franco también implantó límites parecidos, adecuados a los utilitarios de la época, para combatir la crisis del petróleo del 73.

No pienso caer en ningún ejercicio comparativo entre ambos gobiernos, por respeto a los que vivieron aquella época, pero permítanme tan solo un chascarrillo que hace tiempo quería incluir en algún artículo y nunca me cuadraba.

Porque el Caudillo solía aconsejar a sus más allegados que hiciesen como él, y que no se metieran ‘en política’. No me dirán que la frase no es digna de la mejor astracanada de Muñoz Seca. Es lo que deberíamos pedir a este Gobierno-UVI que dirige nuestras vidas y venidas.

Y es que al conjugar el verbo prohibir nunca nos quedamos a gusto. Para seguir con el juego del teatro cómico, o nos pasamos por defecto o nos quedamos cortos por exceso.

Porque entre el mayo del 68 francés y su trasnochado 'prohibido prohibir', y el furor actual de arremeter contra todo y contra todos, supongo que ‘en algún lugar de la Mancha’ estará el término medio.

Que se lo pregunten a los aficionados a los toros, o a los dueños de locales privados abiertos al público, o a los padres de los adolescentes y sus chuches, o a los clavos de los crucifijos que presidían las aulas de los colegios. Nos acabarán quitando 'hasta lo balilao'.

Claro que, como en tantas otras ocasiones, ha vuelto a funcionar a las mil maravillas la ley del péndulo, la aversión a lo comedido y a lo sensato. Porque los principios que inspiran el movimiento del péndulo son contrarios a la regla de tres, porque huyen de lo proporcionado, y por eso tiene tal imán en las señas de identidad del comportamiento humano.

Pero es que el ejercicio olímpico de prohibir también debería tener límites; un especie de autocensura o maquillaje, porque prohibir determinadas prohibiciones no deja de ser otra desenfadada forma de prohibición. Así nos quedaría el decreto más aseado, algo parecido a prohibir sólo lo más injusto. O lo que menos nos interese en cada momento.

Ya sé que el planteamiento es un tanto retorcido, pero es que lo peor de la medida impuesta a los conductores no es la medida en sí, sino la carga comercial con la que se vende. Como una medida de obligatorio ahorro que redundará en nuestro bolsillo; sólo si somos buenos, como ellos.

Una medida que, nos dicen, nos hará más libres, porque habremos ahorrado dinero a cambio de tiempo. Y ese ahorro impuesto lo podremos destinar, ahora sí, a lo que nos quede de libertad.

Y, llegado a este punto, yo sólo me siento profundamente aliviado porque los 10 km/hora en los que se ha restringido momentáneamente el marco de lo permitido, al menos no se han presentado en sociedad como una ampliación de los derechos del ciudadano.

sábado, 19 de febrero de 2011

Manuel Pizarro

Esta semana le escuché en una entrevista por la radio; mientras llegaba al trabajo. Hacía tiempo que no se sabía de él. Un año, más o menos, el tiempo que lleva fuera de la política.

Sinceramente yo nunca entendí su paso por la política. Y no lo digo por falta de valía personal y profesional, fuera de toda duda, ni siquiera por aquel memorable cara a cara con el Ministro Solbes que tanto le perjudicó, sino porque la hoja de servicios de este Abogado del Estado en el mundo empresarial no me cuadra con la arena política, en la que la guerra de ‘los dos bandos’ impide la mayoría de las veces que el esfuerzo, la coherencia y el sacrificio se traduzcan en reconocimiento popular.

Por eso, harto de vulgaridad y de las bancadas anónimas del Parlamento español, Pizarro regresó en enero de 2010 al sitio de donde nunca debió salir. Al mundo empresarial. A presidir un prestigioso despacho de abogados.

Y eso que él mismo explica su corta experiencia en la política de manera distinta a la de un fracaso anunciado. Porque dice saber dónde se metía, a un oficio ingrato pero conocido, el mismo que se relata en ‘Las vidas de los doce césares’, una obra de casi 2.000 años.

Y Pizarro se va dando un tirón de orejas a aquéllos que detestan la política por considerarla algo distinto a la sociedad civil. Y yo estoy de acuerdo con él. Porque la gente que representa a los españoles no es distinta a la gente a la que representa. Con sus miserias y con sus virtudes. Si fuera así, todo sería demasiado fácil.

Pero volvamos a la entrevista y al campo económico, en particular al recibo de la luz. Porque esta semana el Presidente del Gobierno decidió alargar la vida útil de determinadas centrales nucleares españolas, lo cual suena a cambio de rumbo, pero esta vez en la línea adecuada. Porque si el Consejo de Seguridad Nuclear considera que no hay riesgo alguno, lo lógico es cambiar de opinión, ya que no se tiene criterio.

Pizarro explicó el encarecimiento del recibo de la luz de los últimos dos años a las mil maravillas, y lo hizo en pesetas, para darle un tono histórico a la cuestión.

Y es que hemos cambiado energía barata, con un coste de 4-5 pesetas el Kilovatio/hora, como en el caso del carbón y la energía nuclear, por energía de 10 pesetas el Kw/hora, como el fuel y el gas, o 15 pesetas el Kw/hora, para el caso de la energía eólica, y de hasta 250 pesetas el Kw-hora, para la energía fotovoltaica. Y cambiar barato por caro nos lleva al sitio en el que estamos y en el que no queremos estar.

El problema es que la vuelta a la energía nuclear ha de ser asumida por todos. Porque una central nuclear se tarda unos 15 años en levantar, y si el debate público no concluye en una mayoría pacífica, el siguiente turno de gobierno parará y expropiará las obras de construcción, y entonces se resucitarán viejos fantasmas del pasado, como los de Lemóniz y Valdecaballeros, cuyo coste de construcción seguimos pagando hoy en el recibo de la luz, a pesar de que estas centrales nucleares nunca llegaron a inaugurarse.

Escuchar a profesionales como Manuel Pizarro es un ejercicio sano e higiénico, una vuelta a la ligazón y a la consistencia, a llamar a las cosas por su nombre de pila. Es cierto que su discurso tiene un punto de radicalidad, pero es que el ejercicio de la coherencia acaba alterando a las personas, porque molesta sobremanera cuando las cosas se desvían de lo que deberían ser.

jueves, 27 de enero de 2011

Salvad al pasajero Ryanair

Usaré el plural mayestático para referirme a todos nosotros, los pasajeros que voluntariamente recibimos patadas en el trasero, un trato espartano y un protocolo histriónico, sólo a cambio del bajo coste de la compañía aérea Ryanair.

Si siguen el hilo conductor de este blog seguramente anticiparán lo que pienso de Ryanair y de las ociosas quejas de sus usuarios. Porque, que yo sepa, a nadie le obligan a volar con la compañía del señor O’Leary.

El estilo de gestión de una empresa puede analizarse desde diferentes ópticas, pero para eso están las escuelas de negocios. En este caso a mi me atrae más el perfil sicológico del pasajero de Ryanair en relación al modelo empresarial que tanto parece detestar. Me explicaré.

El proceso de compra online de un billete de avión en Ryanair es infernal y antiestético, está plagado de trucos y de enormes letras pequeñas, de servicios camuflados y de amenazas expresas por sobrepeso de equipaje.

Y cuando ya crees haber sorteado todos los obstáculos, la guinda del pago final te revela que, de la media docena de tarjetas de crédito y débito de que dispones, ninguna es la adecuada para no incrementar el precio final del billete. Es la estocada final al orgullo del avispado internauta cazachollos.

El siguiente paso es aún mejor. Tan solo tienes que prepararte para que tu reglamentaria maleta neceser no reviente hasta pasado el control de embarque, y rezar en alto para que la bolsa del ‘dutty free’ no sea considerada como equipaje de mano. El acoso comercial durante el vuelo es sólo una evidencia más de que, para O’Leary, el cliente nunca tiene la razón.

Prueba de ello son los lujos innecesarios que pretende también eliminar de nuestros usos de vuelo; porque, según comentan, acabaremos pagando por ir al baño durante el vuelo; se aplicarán recargos en el billete de los gordos; si la tecnología lo permite, quitará asientos y parte de los viajeros disfrutarán de su vuelo de pie; e incluso amenaza con prescindir del copiloto en determinados trayectos.

Poco parece importarle a O’Leary la reciente sentencia de un juzgado de Barcelona que ha decidido que Ryanair no tiene derecho a cobrar 40 euros a los viajeros que olviden imprimir la tarjeta de embarque.

Y no le importa porque su ‘marketing a patadas’ le ha llevado a ser líder en el mercado español, con casi 23 millones de pasajeros en 2010, frente a algo más de 20 millones que transportó Iberia.

Seguramente todos hemos pensado en no volver a volar con Ryanair nunca más, pero llegado el siguiente viaje y, al iniciar el proceso de elección de compañía, comparamos tarifas y acabamos pensando que Iberia y cía son los mismos perros con diferente collar.

Entonces te vuelves indulgente con los aviones de Ryanair. Y hasta le sacas la parte divertida a la teletienda del aire. Porque son sólo dos horas de trato ovino. Y porque es un buen ahorro en tiempos de crisis.

Si tú, como yo, eres de los que crees en la ley de la oferta y la demanda, y sueles buscar siempre el mejor precio, consuela tu dignidad y tu orgullo pensando que hay un señor, llamado Michael O’Leary, que no piensa en otra cosa.

viernes, 21 de enero de 2011

España competitiva

Don José María O’Kean es un sevillano, doctor en economía, que lleva en la sangre esta ciencia social, y que se afana por divulgarla y por hacérnosla más sencilla.

O’Kean acaba de publicar un libro sobre competitividad titulado ‘España competitiva’, todo un tratado sobre lo que debería ser y no es. Algunos han bautizado su obra como una novela de terror, como un libro de ciencia ficción o como un cuento imaginario. Él mismo define su obra como un canto desesperado.

Es un libro breve, que se puede entender, nada teórico ni académico; un manual que intenta convencer y que se puede seguir sin excesivas curvas.

En sus páginas, lejos de pensar que la crisis española actual se debe a la coyuntura financiera internacional y al excesivo peso del sector de la construcción, O’Kean la achaca a la falta de competitividad de la economía española, nuestro mal endémico de los últimos decenios.

El Doctor nos recuerda que siempre hemos adormecido la resolución de este problema con sucesivas devaluaciones de nuestra moneda, de la olvidada ‘rubia’. Pero que ahora, como serios miembros de eurolandia, ya no podemos recurrir a este ajuste nominal para salir del atolladero y recuperar el empleo.

Así lo hicimos con el ‘plan de estabilización’ del Ministro Boyer en el año 1982, tras el cual empezó un ciclo de crecimiento excesivo del sector de la construcción, a base de obra pública, que provocó un colosal endeudamiento del Estado.

O tras las cuatro devaluaciones sucesivas del año 1993, que propiciaron un ciclo de crecimiento, otra vez basado en el sector de la construcción, pero en este caso con un sobreendeudamiento del sector privado.

Porque España, cuando crece, se endeuda. Porque no somos capaces de vender fuera lo que necesitamos para mantener nuestro crecimiento. Y esto nos aboca a crisis financieras cuando nos recuerdan que es hora de devolver lo que nos han prestado.

Y si no podemos vender para crecer, o para pagar lo que debemos, es porque nuestra capacidad competitiva es muy débil. Y el zapato nos aprieta tanto en precios como en costes.

Porque nuestros precios crecen a tasas más altas que las de nuestros competidores. Porque nuestros costes productivos están estrangulados por convenios colectivos que negocian siempre al alza, con independencia del momento económico. Y porque la regulación no favorece la competencia en determinados sectores.

En definitiva, porque nuestra productividad es muy baja. Sólo un dato: entre 1995 y 2006 la productividad por año media en España fue negativa.

Hay quienes piensan que la productividad no se puede medir, y mucho menos compararse con nada ni nadie. Hay quienes pensamos que la productividad no es más que un cociente entre los ingresos de una empresa y las horas trabajadas.

Si, como a mí, te gusta predecir el pasado, te gustará este libro. Si no, quizá sea más aconsejable que te dejes caer en la garras de la ‘España invertebrada’ de Ortega, para admirar el futuro de hace 90 años.

viernes, 7 de enero de 2011

El estado de la dación

No me negarán que el título no les suena familiar. A mí me encanta. Recuerda fonéticamente al debate sobre la vilipendiada nación, pero sin serlo.

Para el Espasa-Calpe una dación es una donación, pero hoy le daremos algunas tonalidades semánticas no tan piadosas.

Según el rigor académico una dación es la acción de dar algo. El matiz viene después, cuando la hacemos apellidarse como dación ‘en pago’, o como dación ‘para pago’.

Y este es el asunto de hoy. ¡Porque cuán diferente es el sentido jurídico de la dación cuando utilizamos una u otra preposición para unirla con el pago!

Y hablando de pagos, ¿qué tal si nos acordamos de las hipotecas ahora en plena cuesta de enero? Pues mal, supongo, pero si resuelvo sus problemas, ¿de qué me voy a quejar yo luego? Vamos a ello.

Mucho se está escribiendo, ya hace meses, sobre la posibilidad legal de extinguir una deuda hipotecaria mediante la simple entrega de las llaves del inmueble hipotecado al banco. Traducido a lenguaje jurídico, el debate se centra en transitar legalmente de la dación ‘para pago’ a la dación ‘en pago’.

Como bien conocen, la dación ‘en pago’ es la práctica habitual en el mercado hipotecario estadounidense, el de las famosas hipotecas subprime. Allende los mares uno le devuelve las llaves del inmueble hipotecado al banco y la deuda se liquida. No existe recurso posterior. Se es libre. Al menos ante la ley.

¡Y qué tendrá la hierba del vecino que siempre la vemos más verde y mejor cortada que la nuestra!

Porque nuestra cláusula tipo hipotecaria general, en el 99% de los casos, es la dación ‘para pago’. Y la de casi todo el derecho europeo también. Incluido Reino Unido.

Resumiéndola. En el país llamado España, la hipoteca es un préstamo personal que cuenta con una garantía adicional inmobiliaria. Pero, por encima de ésta, prevalece la garantía personal.

Es decir, si uno no puede pagar el préstamo y le ejecutan el inmueble, si el precio de éste no es suficiente para cubrir el préstamo pendiente, aunque uno le dé las llaves y el llavero de marca de la vivienda al banco, sigue debiéndole la diferencia.

Y, para saldarla, se responde con todo el patrimonio personal; el presente y el futuro. No hasta que la muerte nos separe, pero casi.

Sin más información presumo que nueve de cada diez dentistas aconsejarían la dación ‘en pago’ a la hora de contratar una hipoteca. Aunque los peor pensados de la clase no se creerán que se puede convertir en fácil, así de pronto, algo tan difícil. Yo tampoco. Y les daré algunas razones.

Primero. La posibilidad de que en nuestro ordenamiento jurídico el deudor sólo responda de la hipoteca con el bien hipotecado ya existe. Y hace más de cincuenta años. El problema es que es una cláusula que no se usa. Principalmente porque los préstamos hipotecarios son contratos de adhesión. El desconocimiento hace el resto.

Segundo. Y quizá más importante. Si cambiamos una de la reglas del juego, tan conocida y clara como ésta, estaremos de acuerdo que será a cambio de ceder algo. ¿O ustedes son de los simpatizan con el decretazo ley?

En nuestra práctica habitual, la dación ‘para pago’, el riesgo inmobiliario en la adquisición a crédito de una vivienda, por poner el ejemplo más claro, lo asume el comprador. Es decir, tanto si el precio de la vivienda sube como si baja, es asunto nuestro. Lógico. Para eso la vivienda es nuestra.

Con la dación ‘en pago’ la cosa cambia. En este caso, si el precio de la vivienda sube, abrimos champán francés para celebrarlo. Pero si baja, se lo entregamos en papel de regalo al banco. Para que aprenda a hacer negocios.

Ni que decir tiene que, de empezar a utilizarse habitualmente las cláusulas de dación ‘en pago’ en nuestras hipotecas futuras, el coste del crédito subiría inmediatamente y, por consiguiente, la concesión de hipotecas se reduciría aún más, porque las entidades financieras se intentarían cubrir del riesgo inmobiliario que los compradores nos negamos a asumir.

Mal asunto. No creo que ganemos en conjunto con esta medida. Y mucho menos aquéllos que vienen bramando por la falta del crédito a los particulares y las PYMES.