miércoles, 29 de junio de 2011

Onlae vende ‘El Gordo’

A partir de otoño se podrá jugar a la bolsa con la onlae. La empresa del ‘calvo de navidad’, de las quinielas, del bono loto, de la primitiva y del euromillón, sale a cotizar. Doble ración de adrenalina.

Después de tres años de sequía de opeuves parece que las empresas se animan a hacer caja. Como el estado es, en realidad, otra empresa, pues las Loterías y Apuestas del Estado ha reservado el mes de noviembre para el banquete de su lanzamiento.

Juegos de palabras aparte, éste no es un estreno cualquiera. Es la mayor salida de la historia del parqué español –se espera recaudar unos 7.000 millones de euros-, y una de las más importantes del año en el mundo.

Es una operación con marcado cariz político, necesaria para cumplir con el objetivo de déficit público, fijado en el 6% para 2011, y también necesaria para cumplir con lo prometido a los socios europeos y a los temidos mercados.

¿Qué si acudiría con algunos ahorros si fuera usted? Pues mire, sí. Y no lo digo por mi tibia adicción al juego, sino por las características de la empresa, con un modelo de negocio que funciona en todos los ciclos económicos; y cuanto peor, mejor, como la vieja máxima marxista.

Tampoco hay que tener dos postgrados por Harvard, ni ser un novelista de almas, para darse cuenta de la afición al juego del ciudadano español. Simplemente con fijarse en las supersticiosas colas navideñas de doña Manolita, o en el creciente volumen de las apuestas por internet, parece evidente que el azar se convierte la mayoría de las veces en alimento para el ánimo, y también, muy de cuando en cuando, en la solución definitiva o en el principio del fin.

Onlae es una empresa con ingresos recurrentes, con una fuerte generación de flujos de efectivo, y con un endeudamiento cero. Una perita en dulce que en 2011 espera ganar 2.000 millones de euros.

Cada español se gasta, de media al año, 210 euros en el juego. La empresa promete dividendos elevados, de hasta un 90% de sus beneficios, y pagaderos mensualmente, toda una novedad en España –lo normal son dos pagos o, como máximo, cuatro-.

Se habla de un 7-8% de rentabilidad por dividendo anual. Me parecen todos ellos números creíbles.

Seguramente la acción no ofrecerá revalorizaciones elevadas en su cotización, ni tampoco grandes descalabros, lo cual aburrirá a muchos. Pero, por el contrario, se debe comportar como un valor seguro y rentable, con generosos dividendos.

¿Que dónde está el truco? Pues en un par de factores de riesgo: Por un lado, Loterías pretende lanzarse al exterior –suena Turquía como primera parada-, y habrá que gestionar bien las conquistas exóticas. Por otro lado, la siempre espada de Damocles del cambio de fiscalidad del mundo del juego, que evidentemente, sólo podría empeorar.

Confieso que, en mi caso, las fantasías me mantienen siempre pegado a la realidad. Sólo por eso me dejaría engañar una vez más por los delirios del azar.

martes, 28 de junio de 2011

River que estás en los infiernos

Los telepredicadores que narran el fútbol en la Argentina son una hipérbole continua y desmesurada. Son periodistas relatores con camiseta. Con los colores pintados en su voz. Y lloran por su equipo igual que los demás hinchas. Más alto aún. Porque para ellos el fútbol, y su equipo, son algo mucho más que una simple cuestión de vida o muerte.

Los relatos que nos llegan de aquellos locos cronistas suelen hacernos gracia a este lado del charco. Más de uno hubiera preferido incluso reencarnarse en Víctor Hugo Morales antes que en El Pelusa para poder llorar al mundo aquel gol del 86 a los ingleses.

Y a uno, que le gusta el fútbol, le cuesta entender cómo alguien puede sentir por un juego, por un entretenimiento, por un pasatiempo, un luto similar a la pérdida de un ser querido. Y exagero lo imprescindible.

Ayer escuché el relato sanguíneo de Atilio Costa Febre sobre el descenso de River a la por primera vez en 110 años de historia. No reparó en calificativos. Y se ocupó de echar gasolina al fuego campal con la excusa pasional de su discurso.

Habló de guita robada. De ladrones. De ratas. De incapaces. De mentirosos. De sátrapas. Y animó su discurso con insultos graves, desafiando a los insultados a duelos en los tribunales de justicia.

Es verdad que el argentino es excesivo y que vive el fútbol con una profunda connotación pasional. Es verdad que cuando tienes poco que perder, eres más libre para llorar. Incluso tienes menos miedo a la muerte, porque crees que no es contagiosa.

Es verdad que el argentino procesa una religión por el fútbol que raya el fanatismo más dañino.

Pero a Atilio Costa el domingo se le salió la cadena. Su visceral reacción, la de un periodista con más de veinte años de servicio, avergüenza a los periodistas. Y también al resto del mundo del fútbol.

lunes, 27 de junio de 2011

Parados pacientes

A los bomberos parados. A los astronautas parados. A los melancólicos parados. A los detectives privados parados. A los plusmarquistas de la distancia corta parados. A los fabuladores parados. A los premeditados parados. A los trastornados parados. A los mediohombres parados. A los pacifistas parados. A los perroflautas parados. A los patanes parados. A los hombres de espíritu parados. A los desordenados parados. A los políticos parados. A los fanáticos parados. A los parados parados.

A los madrugadores parados. A los luchadores parados. A los ganadores parados. A los patriotas parados. A los veinteañeros parados. A los cincuentones parados. A los unamunianos parados. A los juanjosés millás parados. A los liberales parados. A los rostritorcidos parados. A los tunantes parados. A los divorciados parados. A los autoestopistas parados. A los mutilados parados. A los corazones cicatrizados parados. A los casi cinco millones de españoles parados.

Paciencia. Pero no dejen de impacientarse todos los días, porque el hombre en busca de trabajo adopta una pose más digna que tomando güisquis o bailando jotas. Porque la estética del trabajo es más merecedora que la del juego o el ocio. Porque uno es más listo cuando trabaja que cuando hace que trabaja.

Y porque es posible que suceda algo cuando uno lo espera con mucha impaciencia.

domingo, 5 de junio de 2011

El juego del gallina

Estos días la prensa viene cargada de noticias sobre el desordenado proceso de negociación colectiva que se viene ventilando en España a través de la mesa de negociación a la que concurren, por un lado, los trabajadores, representados a través de los sindicatos, y por otro lado, las empresas, a través de sus representantes patronales. Arbitra el partido un gobierno español sin presente y sin destino.

Aunque no lo parezca, se intenta llegar a pactos que mejoren las condiciones laborales aplicables a la generalidad de los trabajadores. Que falta hace.

El principal objetivo de la reforma es debilitar los caducos macro convenios sectoriales actuales, a cambio de fortalecer micro convenios de empresa, más cercanos a los problemas que se susciten en cada organización, dotándoles así de mayor flexibilidad. En definitiva, se trata de acercar la potestad en la toma de decisiones a sus principales afectados.

Vaya por delante que, caso de aprobarse la pretendida reforma, el nuevo esquema no garantiza la reproducción del empleo por esporas, pero sí traslada la aprobación de las reglas del juego a los principales sufridores del problema, circunstancia que parece razonable.

Para que no le confundan con inútiles destellos de esperanza, les adelanto que toda negociación colectiva que aspire a la conservación real de puestos de trabajo, necesariamente ha de conducir a un único callejón sin salida, es decir, al recorte de las condiciones laborales de los trabajadores; es decir otra vez, a trabajar más y a cobrar menos.

El problema fundamental, a mi juicio, es que, o no nos quieren explicar el juego bien, o a nosotros no nos da la gana de enterarnos. Porque los hay que siguen pensando que la tarea principal de las empresas es generar empleo, como si fuera una especie de maná social decretado. Como si alguien arriesgara su dinero, su esfuerzo y su talento, en beneficio de otros que no quisieron hacerlo.

Y los equivocados no son sólo los indignados de la plataforma del 15 M; el error conceptual es general.

Porque el único cometido que da sentido a una empresa, mercantil, es organizar sus factores productivos lo mejor posible para producir bienes y servicios, por los que los consumidores estén dispuestos a pagar un precio lo suficientemente elevado como para hacer rentable esa organización. Intente montar una empresa y verá cómo estamos de acuerdo.

Y si felizmente la empresa consigue su objetivo, entonces además podrá remunerar a los factores implicados, es decir, a sus trabajadores, compensándoles el tiempo que dedican a producir esos bienes o servicios, en vez de estar de acampada 'real' en la Puerta del Sol.

Por eso, para que las empresas puedan sobrevivir, y sus trabajadores puedan trabajar, es necesario amoldarse a las peliagudas condiciones del mercado. Y no hay otra, por mucho que nos indignemos colectivamente.

Y sólo alguien que no se juegue un puesto de trabajo en el envite, como los representantes sindicales, o el Gobierno, pueden tomarse la reforma de la negociación colectiva como si fuera ‘el juego del gallina’, ya sabe, ése en el que se conduce un vehículo en sentido contrario y el primero que se desvía de la trayectoria del choque pierde y es humillado por comportarse como un gallina.

Y en esas estamos, con unos sindicatos y un Gobierno enzarzados en una escalada en la que no tienen nada que ganar, y en la que sólo el orgullo evita que se echen atrás.