sábado, 26 de marzo de 2011

Hipoteca en yenes

Del concepto de préstamo hipotecario supongo que estemos todos al cabo de la calle, unos más que otros, claro. Pongamos en común nuestras dudas y hagamos dos exámenes de selectividad, uno sólo para aprobar y el otro para intentar subir nota.

Caso 1. Quiero una casa en un nuevo PAU de Madrid y no tengo dinero; entonces unos señores muy buenos que trabajan en un banco me lo prestan a cambio del compromiso de devolverlo, con sus intereses, en cómodas mensualidades durante los próximos 30 años. Aprobado.

Supongamos ahora que me presento a subir nota de ‘sistema financiero’.

Caso 2. Quiero la misma casa que antes, pero voy a poner en práctica la gimnasia financiera que estudié en segundo de CCC.

Para ello voy a ver a los mismos señores buenos del mismo banco que antes, que me prestan el mismo dinero necesario para adquirir la misma casa pero, en lugar de solicitar el importe en euros, el banco me entrega su equivalente en yenes, la moneda de curso legal en Japón.

Yo, a cambio, me comprometo a devolver otros tantos yenes durante los mismos 30 años siguientes, más sus intereses.

Como, lógicamente, el vendedor de la casa quiere que le pague en euros (allá él), yo tendré que cambiar los yenes recibidos del banco por euros de curso legal, para así entregárselos al vendedor y satisfacer la compraventa.

Tras este último paso habré adquirido finalmente mi casa introduciendo una fórmula novedosa; en las escuelas de negocios lo llaman ‘préstamo multidivisa’.

Recapitulemos entonces. Mi casa está en Madrid, mi trabajo también, y la oficina del banco prestamista la veo desde la ventana del salón de la casa. Entonces, ¿por qué pido el préstamo en yenes?

Pues porque, además de ser una las muchas maneras que hay para asomarse a los escotes del mundo, sé o eso me dicen, que el tipo de interés del yen es inferior al del euro. Lo cual es cierto.

Así confío que el montante de intereses que me tocará pagar por mi préstamo ‘multidivisa’ sea inferior al que tendría que pagar caso de haber solicitado la hipoteca tradicional en euros, que es la que firmaron el resto de mis vecinos del PAU.

El riesgo que asumo es que el yen se aprecie respecto al euro, o lo que es lo mismo, que el euro se deprecie respecto al yen. Porque cada vez que reciba mi nómina en euros deberé comprar los yenes necesarios para devolverle al banco lo pactado. Insisto, necesito devolver yenes según lo firmado en el ‘multidivisa’.

Lo que no sé, no entendí o no me lo explicaron bien, es que la relación de cambio entre el euro y el yen varía. A veces a favor y a veces en contra. Es lo bonito de los mercados financieros, que varían. Y su movimiento depende de infinidad de factores no previsibles. Lo contratado es, en definitiva, una apuesta especulativa alimentada a base de sueños lejanos.

Como ejemplo, en los últimos 3 años el yen se ha apreciado respecto al euro un 30%; es decir, al haber contratado mi hipoteca en yenes, le debo al banco un 30% más que al inicio, más sus intereses.

Y ahora, tras el desgraciado terremoto padecido en Japón y mientras los nipones entierran a sus muertos con esa misteriosa calma que les dan sus ojos rasgados, los prestatarios españoles de la hipoteca en yenes del PAU de Madrid se solidarizan aún más con su desgracia al ver cómo se incrementa su deduda con cada escape radiactivo de la central nuclear de Fukushima.

viernes, 18 de marzo de 2011

Dolor amarillo

Los débiles siempre nos dejamos impresionar por los fuertes. Me refiero a los fuertes, no porque no sientan, sino porque saben ser dignos de su dolor. Como los japoneses.

Porque lo que ha pasado en Japón estos días se llevaría por delante el trabajo y el esfuerzo de cualquier otro país de la tierra. Arruinaría las esperanzas de generaciones enteras. Abriría un después en la historia trágica de cualquier otro pueblo, y los lamentos implorando ayuda coparían las portadas de los diarios del mundo entero.

Pero los japoneses no son así. Sufren igual, sí, pero dignifican su sufrimiento y ennoblecen al ser humano. Porque la verdadera medida del valor de los hombres puede variar de la noche a la mañana. Basta una sacudida de la tierra para avenirnos o no a realizar las proezas que nos exige la vida.

Y, justo al día siguiente del día D, ningún japonés se escondía ya en el pasado, sino que buscaba entre los escombros lo aprovechable. Y no es éste un procedimiento ensayado para volver a ser felices, sino para intentar nacer de nuevo, porque el nipón no ve la solución de los problemas distanciándose de ellos, sino enfrentándolos con esfuerzo.

Japón saldrá de ésta. Seguro. Nos volverán a demostrar que la mejor manera de afrontar la desgracia es desafiándola. Reservando las fuerzas no para maldecir el destino, sino para el duro trabajo que les viene encima.

Toda ayuda exterior es poca, pero sus verdaderas armas son sus propios medios y, por encima de todo, su sentido de sociedad y de pueblo unido.

Y yo les compadezco y me apeno por ellos, pero también les miro y no dejo de admirarles.

sábado, 12 de marzo de 2011

Cartas de amor cuando ya no hay amor

Esta semana los medios de comunicación han aireado dos correspondencias privadas: Las del agónico empresario Ruíz Mateos a Emilio Botín, y las del agónico Presidente Zapatero al Presidente del Consejo de la Unión Europea.

De la Nueva Rumasa yo no pienso decir nada más. Ahora es el turno de los disfraces de superman, de las manifestaciones de expoliados ante las Instituciones Públicas, y de los juicios paralelos en Sálvame Deluxe y La Noria.

Ya sé que lo de Zapatero tiene menos gracia, pero supongo que a alguno de los quince millones de españoles que todavía trabajan quizá les interese más conocer lo que su todavía Presidente opina de su todavía puesto de trabajo.

Les resumo lo dicho, entrecomillado y sin corrector ortográfico. Zapatero se muestra a favor de «prestar especial atención al mercado laboral, alineando salarios y productividad, e incrementando la empleabilidad y la formación de nuestra fuerza laboral».

Para empezar por el final. El término ‘empleabilidad’ no existe. No lo encontrarán ni en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, ni en el Panhispánico de Dudas.

Se trata de un neologismo que, de asentarse en la lengua, será consignado en su momento en los diccionarios. Pero, ya que lo menciona el visionario Presidente, lancemos un humilde dardo en honor del gran Lázaro Carreter.

El concepto ‘empleabilidad’ lo he encontrado en internet en el ‘Diccionario de neologismos en línea’, que lo define como ‘la capacidad de sintonizar con el mercado de trabajo, de poder cambiar de empleo sin dificultades o de encontrar un puesto de trabajo’.

Está claro que la ‘empleablidad’ no se relaciona con la capacidad de un determinado ente de generar empleo, sino con la cualidad del individuo de ser susceptible de conseguir un empleo, es decir, en el sentido de mostrar flexibilidad y disposición de adaptarse al mercado de trabajo.

Sin esta matización conceptual alguno entendimos, en una primera lectura, que Zapatero pretendía aumentar la oferta de trabajo. A estas alturas nadie le creería. Con la ayuda de los diccionarios las cosas vuelven por sí solas a su sitio.

Vamos ahora con la próspera productividad. Para empezar unifiquemos conceptos, no vaya a ser cometamos el mismo error dos veces en el mismo artículo: La productividad no es más que un cociente entre los ingresos de una empresa y las horas trabajadas. Dicho de otra forma, cuanto menor sea el tiempo que lleve obtener el resultado deseado, más productivo se es.

Pues bien, Zapatero, tras una vida defendiendo el alza persistente de los salarios y su alineación matemática con el IPC, en defensa de la clase obrera, ahora se nos vuelve arbitrista y creyente racional.

Lo malo es que, en España, las empresas ya han ajustado sus plantillas de manera radical y dramática, y nos quedan pocos nuevos trabajadores a los que despedir.

Nadie es capaz de señalar con exactitud el lugar del cerebro de Zapatero donde se generan sus grandes ideas, pero supongo que alguien en Europa le habrá explicado que el alza salarial ‘por decreto’, en función de un índice de precios, condena a una parte de los trabajadores al desempleo, y por eso la demanda de bienes y servicios de los nuevos desempleados cae hasta cero.

Neo-Zapatero pretende ahora referenciar los salarios a la productividad. Pero, ¿a qué productividad? ¿A la del conjunto de la economía, a la de Inditex, a la del Banco Santander, a la de Repsol, a la de las Administraciones Públicas Españolas?

Llegados a este punto, y admitiendo la buena nueva orientación académica del Presidente, yo me pregunto si no sería más eficaz para el mercado laboral que dejara en paz a las empresas y a sus trabajadores, y que les permitiera fijar a ellos mismos sus condiciones laborales, para no acabar emulando a los viejos países comunistas, donde la gente primero hacía como que trabajaba, y luego hacía como si les pagaran.