martes, 19 de julio de 2011

Cuota o plazo

Si eres tan lujurioso que te sobra algo de dinero y, además, el único programa de la televisión que te entretiene es la carta de ajuste, ¿qué hacer?, ¿rebajar la cuota del préstamo o acortar su plazo?

Para responderte yo quería hablar de las manzanas y las peras. Y de su suma y resta imposible. Y así hacerme el gracioso. Yo sólo quería responder a la pregunta más recurrente y premeditada de cuantas surgen. En realidad sólo quería hacer de profeta ciego y arrojar un poco de luz en medio del árido desierto financiero.

Por eso quería explicar que no se puede sumar dinero de hoy con dinero de mañana. Porque 100 euros de hoy son financieramente equivalentes a 102,1 euros de dentro de un año. Gracias al Euribor. Por eso me da igual tener hoy 100 euros, que 102,1 dentro de un año. Sí, ya sé que a usted no le da igual y, además, no me cree.

Yo sólo quería decirles que los capitales, al moverlos hacia el futuro, aumentan, y al moverlos hacia el pasado, disminuyen. Como tantos otros convenios matemáticos. Pero financieramente son y serán cantidades equivalentes.

Y ya sé que a usted esto también le da igual. Que lo que de verdad le interesa es entender la diferencia entre vivir y vivir para siempre.

Por eso mi consejo es que haga lo que prefiera. Que acorte el plazo de su hipoteca o disminuya su cuota. A su antojo. Para eso es suya. Porque financieramente no hay una opción mejor o peor. Por la misma razón que no existe nunca el final feliz. Es una contradicción.

También podría responder a su duda mezclando un buen blended con otro. Es una solución que todo lo arregla pero que nada soluciona. O apuntarme a una academia de corte y confección.

Ahora en serio. Que no le equivoquen con el sonido del desahogo. Ni con el ruido de la felicidad. Ni con el muro de los lamentos. Tanto monta, Isabel y Fernando, como menor plazo o cuota menor.

lunes, 11 de julio de 2011

Un burka por acné

Chadia es una joven española de quince años, hija de padres españoles, que vive en Melilla. Desde la distancia se podría decir que es una chica como las demás de su instituto de enseñanza secundaria, salvo por algunos detalles que rodean su vida.

Su novio se llama Alá. Y está tan enamorada de él que escribe su nombre con mayúsculas y lo rodea de corazones para diseñar la portada de la carpeta con la que estudia.

Es normal; a su edad, aunque no se haya juntado todavía carne con carne, las cosas del querer ya empiezan a ser cuestión de vida o muerte.

Como la mitad de las personas del censo melillense, Chadia profesa la religión musulmana. Se puede decir que nació ya con esa gravedad.

Por eso su credo piadoso es el Islam y, como buena practicante, repite continuamente expresiones de gratitud como quien recita una lección, y se esfuerza por rendirse a las órdenes de Dios a cada paso del camino, sin distinción entre su vida diaria y la religión.

Chadia ha decidido que las cinco oraciones que debe realizar al día, en cumplimiento de sus deberes de obediencia y abandono, le quitan mucho tiempo para acudir a clase.

A sus amigas les ha confesado en la intimidad que, en realidad, ‘acudir cada día al instituto le parte la mañana en dos’. Por eso ha abandonado sus estudios académicos en el tercer curso de la ESO.

Como cualquier chica joven también cuida su figura, aunque la esconda tras una túnica desaliñada y poco favorecedora, motivo por el cual el resto de niñas del instituto, que se suelen ataviar frívolamente con los últimos diseños de Inditex, se ríen de ella.

Una pena, porque estoy seguro que Chadia podría sacar más partido a alguno de los muchos dones con los que la naturaleza le ha favorecido.

Pero a Chadia no le importa. Porque en lo más profundo de su alma sabe que cuenta con una ventaja interior; y es que, gracias al Islam, podrá abstenerse de comer y beber desde el amanecer al anochecer durante todo un mes, y así conseguirá bajar ese kilo y medio que cree sobrarle, con lo que espera complacer a su novio, Alá.

Además, cara a su padre, el barbudo, justificará el ayuno voluntario del ramadán como una forma de vivir en sus propias carnes lo que las personas desafortunadas padecen.

Chadia aún no está preparada para peregrinar a la mezquita santa de La Meca. Piensa que ya tendrá tiempo en el futuro de cumplir con su mandamiento. Pero ahora le rondan otros problemas en la cabeza.

Porque la joven sufre, como cualquier adolescente en los albores de la pubertad, un atroz ‘acné vulgaris’; por eso, en cada oración, no se olvida de pedir a Dios con todas sus fuerzas que el mal desaparezca de su cara. Y es que, a esas edades, la belleza exterior no es una solemne ramplonería.

Cuentan que, meses atrás, Chadia estaba muy contenta, porque había encontrado la solución a su problema en las páginas del Corán, el libro sagrado del Islam.

Chadia descubrió que Dios reveló al profeta Mahoma que el ‘acné vulgaris’ disminuiría con el paso del tiempo, llegando incluso a desaparecer después de la pubertad.

Pero Chadia se impacientaba, porque lo que Dios no reveló al venerado Mahoma fue cuánto tiempo tardaría en desaparecer por completo la inflamación sebácea de su rostro. Incluso se citaban casos de antepasados que continuaron sufriendo ‘acné vulgaris’ durante décadas después de la pubertad.

Por eso ahora Chadia, triste y desorientada, se ha encerrado voluntariamente en un burka, la vestimenta de moda entre las mujeres afganas, que se convertirá en el cimiento y la techumbre de su nuevo hogar, y con el que espera conseguir su felicidad interior, el camino correcto hasta que desaparezcan las lesiones de su piel. Es una cuestión de fe.

Y yo lo comprendo, pero no quiero comprenderlo.

viernes, 8 de julio de 2011

Apoyo al deudor

El 7 de julio de 2011 el BOE ha celebrado el primer encierro de las fiestas de San Fermín publicando un Real Decreto-Ley con medidas de apoyo a los deudores hipotecarios.

Como las carreras del primer encierro por las calles de Pamplona se saldaron con simples encontronazos y magulladuras, yo me he entretenido leyendo las bondadosas providencias aprobadas por el Gobierno que, con la venia, paso ahora a relatar.

Seguro que usted se pone muy contento porque se legisle en favor del deudor. Salvo que sea usted el acreedor, claro. Yo no lo tengo tan claro.

Y lo digo porque, para que exista un deudor, es necesario que se formalice previamente un contrato entre dos partes; ya saben, la parte contratante y la parte contratada. Y, en consecuencia, la parte contratada se compromete a efectuar determinados pagos a la parte contratante.

Sólo así, aunando anticipadamente voluntades, el deudor se convierte en sujeto pasivo de la relación, haciendo recaer sobre sus espaldas la tan temida obligación.

El problema se origina cuando el cándido e ingenuo deudor, que ya ha disfrutado de los bienes o servicios que puso a su disposición el acreedor, no efectúa los pagos comprometidos, convirtiéndose en moroso.

Para estos casos, como la razón sólo sabe lo que ha aprendido, los hombres de los dos hemisferios hemos fijado unas reglas comunes de convivencia, en virtud de las cuales los acreedores pueden ejercer acciones legales contra sus deudores para intentar recuperar lo acordado. Es algo así como asociar el deber y la dignidad.

Las recientes medidas aprobadas por el Gobierno se refieren únicamente a los deudores hipotecarios, ya saben, los que deben porque previamente recibieron un montante de dinero con el que adquirieron una vivienda.

La novedad legislativa acuerda elevar el umbral de ‘inembargabilidad’ de los ingresos mínimos del deudor, hasta 960 euros al mes, el 150% del salario mínimo interprofesional, para el caso en que, tras la ejecución de la vivienda, el precio obtenido tras su venta sea insuficiente para cubrir el crédito garantizado.

Es decir, ningún acreedor, generalmente llamado banco, podrá cobrarse importe alguno de su deuda si el deudor, al que se ha ejecutado su vivienda, no tiene ingresos superiores a esos 960 euros al mes.

Supongo que usted pensará que éste es un umbral de dignidad humana, por debajo del cual la existencia se hace intolerable. Supongo que usted estará a favor de la dación en pago, y pensará que lo legislado es sólo un parche. Supongo que usted pensará que bastante ganan ya los bancos y sus banqueros. Supongo que usted pensará que el crédito es un bien social, cuando se concede, y aún más cuando no se devuelve.

Supongo que usted pensará que algo hay que hacer en las actuales circunstancias. Supongo que usted pensará que los que no pagan es porque no pueden, y no porque no quieran. Supongo que usted pensará que los indignados lo están por no cobrar, y no por no pagar.

Yo supongo cosas parecidas a las de usted, pero también creo que aquellos que braman a diario porque el crédito vuelva a las familias y a las empresas, han de suponer que, si se dificulta más el recobro de las deudas legítimamente contraídas, los inversores privados harán muy bien en dirigir sus ahorros a aquellos lugares o negocios en los que las trabas legislativas sean menos condescendientes con quienes contrajeron voluntariamente obligaciones.

lunes, 4 de julio de 2011

Héroes, pecadores o delincuentes

En España el número de suicidios supera ya al de las muertes en carretera; según el INE, algo más de 3.000 españoles se quitan de en medio a sí mismos cada año, sin pedir permiso y sin ayuda exterior.

Quizá haya que empezar a plantearse la entrada en vigor de un carnet por puntos especial para los suicidas, al estilo del ideado por la degeté que, junto a otras medidas, ha conseguido reducir el número de muertes al volante a la mitad en los últimos diez años.

Supongo que en la lista de muertes voluntarias habrá tantas causas como gustos y colores. Habrá tantas almas como desazones. Habrá tantas historias terminadas como sueños por cumplir.

Los habrá meticulosos, que hayan premeditado incluso sus pompas fúnebres. Los habrá vocacionales, que cumplan con el sueño de su vida. Los habrá arrepentidos, aunque sea tarde. Los habrá prácticos, en espera de una vida mejor. Los habrá deudores, anteriores a la dación en pago.

Los habrá empresarios en ruina. Los habrá jubilados con la pensión máxima de la seguridad social. Los habrá jóvenes sin futuro. Los habrá casados sin pareja. Los habrá creyentes sin fe. Los habrá ateos sin paraíso terrenal. Los habrá parados de la última encuesta de población activa.

Los habrá presuntos culpables. Los habrá condenados en libertad. Los habrá tristemente desengañados. Los habrá felizmente iluminados. Los habrá hinchas de su equipo. Los habrá desilusionados por error.

Algunas religiones los consideran, incluso, pecadores. Y en determinados códigos de lo penal se les tacha de delincuentes a título póstumo. Sin embargo, otras culturas, especialmente del lejano oriente, les rinden honores por atreverse a escapar de algunas situaciones humillantes o extremadamente dolorosas.

Yo sólo espero que el INE arroje en el futuro una mejor estadística de los hombres que pierden el hábito de vivir, porque nuestra imaginación no puede seguirlos en su viaje al abismo.

sábado, 2 de julio de 2011

Uno contra uno

Curioso lo de la final de Wimbledon de 2011, la cita que convoca mañana a los dos mejores tenistas del año, el español Nadal y el serbio Djokovic.

Digo que es curioso, no porque la disputen las dos mejores raquetas del momento, sino porque se medirán en la pista central de la hierba londinense el saliente número uno del tenis mundial, Nadal, frente al entrante número uno, Djokovic. Me explico por si usted no está al tanto del fútbol de raquetas.

Rafa Nadal, vamos Rafa, es el actual número uno del ranking de la ATP, la asociación de tenistas profesionales. Y Novak Djokovic es el actual número dos de la ATP.

A priori, aunque sepa mucho más de letras que de números, al llegar ambos tenistas a la final del mítico torneo de Wimbledon, si ganara el que hasta ese momento es el número uno, Nadal, la lógica diría que ha de seguir siendo el número uno. Pues no. Parece que la suerte ya está echada, pero al revés.

Según leo, pase lo que pase en la final, Nadal se convertirá automáticamente en el número dos del mundo, y Djokovic en el número uno. Es algo así como una permuta preestablecida, como una especie de propiedad recíproca, como un viceversa apalabrado. En este aspecto, se podría decir que es la final más premeditada de la historia.

La explicación la puede usted buscar en la forma que utiliza la ATP para acumular los puntos en los torneos, la que sirve para determinar quién es quién en el mundo del tenis. Viene a ser un método tan intuitivo como la lidiada ley D’Hont.

A grandes rasgos, la máquina sólo suma puntos para el ranking si el tenista mejora los resultados obtenidos el año anterior. En consecuencia, si un año ganas mucho, el siguiente puedes sumar poco. Esto es lo que le pasa a Nadal.

Tampoco me interesa demasiado el cómo se acumulan los puntos, ni las restas y sumas ponderadas que se utilicen, fundamentalmente porque el sistema es el mismo todos los años, e igual para todos los tenistas. Además, con este mismo recuento, Nadal llevaba 102 semanas en lo más alto del podio mundial.

Yo sólo espero que Nadal gane su tercer Wimbledon, y lo quiero porque sus múltiples virtudes no son traducibles, y porque es un deportista que en vez de humanizar su mito, mitifica al hombre. Hay quien dice que Nadal, buscando a quién imitar, se encontró sólo consigo mismo.

Y respecto a la camiseta con el número uno del tenis, creo que no podemos rebelarnos contra nadie, porque no tenemos enfrente a ningún enemigo. Además, incluso Djokovic sabe perfectamente lo que la verdad esconde.