sábado, 5 de noviembre de 2011

Un nuevo banco 'malo'

Se lee y se escucha en los abrevaderos informativos que los nuevos gestores que salgan de las urnas del 20-N pretenden, cuando tomen las riendas del desaguisado nacional, crear un nuevo banco, al que se traspasarán todos aquellos activos inmobiliarios que solemos denominar eufemísticamente ‘problemáticos’, dadas las especiales características que rodean su valoración real de mercado o su plazo estimado de recobro. De ahí el calificativo de 'malo'.

El objetivo es limpiar de los balances de las entidades de créditos privadas españolas, aquellos activos relacionados con el sector inmobiliario, porque su viciado perfume nos presenta a los ojos de los inversores internacionales como sospechosos de un doloso delito de encubrimiento.

Y yo aprovecho la ocasión para quitarle algunos puntos suspensivos a la futura entidad, para que nos entendamos casi todos.

Para empezar, el nuevo banco ha de ser necesariamente público. Es decir, el accionista será la administración central; circunstancia que no es nueva, porque el estado, a través del F.R.O.B., ya ha sido y continúa siendo máximo accionista de algunas otras entidades con, digamos, problemas de subsistencia.

Lo que sí es nuevo es el tamaño de la nueva entidad, cuyo balance total rondaría los 175.000 millones de euros. Para poner la cifra en su justo valor, simplemente recordar que el total de la deuda pública española emitida, ésa que tanto preocupa a los inversores y a los mercados financieros, alcanza ya la cifra los 600.000 millones de euros.

Como he comentado, el balance del banco malo estaría formado fundamentalmente por activos relacionados con el sector inmobiliario español; es decir, préstamos a promotores y a empresas inmobiliarias de difícil cobro, más los inmuebles y solares que los garantizan, o los garantizaban en el pasado. Es resumen, el conjunto del enladrillado nacional que el desenladrillador privado no ha conseguido desenladrillar.

El primer problema consiste en fijar el justiprecio de los activos inmobiliarios, que será el importe que debiera abonar el banco malo público comprador, a los bancos y cajas de ahorros privados vendedores, que pasarán de esta forma a ser otra vez buenos. O, al menos, dejarán de ser tan malos como hasta ahora.

El segundo problema consiste en encontrar algún despistado inversor, algún suicida, algún fiel patriota o algún filántropo cercano al movimiento 15-M, que esté dispuesto a financiar todo o parte de los 175.000 millones necesarios, asumiendo en sus carnes el riesgo de que los activos que respaldan su inversión pierdan aún más valor, y acabe perdiendo parte de su dinero.

Dado que los inversores suele ser gente bastante bien informada, la solución de siempre, que fuera el estado español, emitiendo deuda pública nueva por ese importe, el que asumiera la condición de caballero blanco financiador, es actualmente más difícil que imposible.

Y entonces nos encontramos con un callejón sin salida que nos conduce nuevamente a Bruselas, que nos conduce a pedir lo que no tenemos, que nos conduce a dejar de aparentar, que nos conduce a dejarnos caer en cuerpo y alma en las bondadosas manos de la Unión Europea, al albur y el rasero del resto de socios europeos.

Nos conduce a tener que pedir para luego acatar. Nos conduce a ser obligatoriamente responsables de nuestros actos. Nos conduce a indignarnos por ser mayores de edad. Nos conduce a acampar en plan botellón en las plazas municipales.

En definitiva, nos conduce a recordar a Ortega y Gasset, porque no sabemos lo que nos pasa, y por eso nos pasa lo que nos pasa.

martes, 1 de noviembre de 2011

7.000 millones

Acaba de nacer un nuevo bebé en el mundo, que sumados a los que vinimos antes y aun no nos hemos ido, hace la redonda cifra de siete mil millones.

La buena noticia es que es un ser humano que vivirá incluso después de muerto, sin más mérito que estar en el sitio correcto en el momento justo. La mala noticia es que, desde la cuna, le persigue el sambenito de ser un testaferro de la ONU, un impostor copartícipe de un cruel amaño. Me explico.

Estaremos de acuerdo en que no hace falta saber de estadísticas oficiales, ni de husos horarios, ni de partos provocados, ni de loterías amañadas, para darse cuenta de que es imposible determinar quién es el angelito que hace exactamente el número siete mil millones en el planeta tierra.

Por eso, y para resolver el entuerto diplomático, la ONU ha establecido, de manera simbólica, que sea Danica May Camacho, nacida en Manila, Filipinas, un minuto antes de la medianoche del 31 de octubre de 2011, la ganadora de la preciada distinción.

Por esta arbitrariedad, el enfado de India, Turquía, Sri Lanka y Rusia no se ha hecho esperar. Quizá porque querían coronar a su bebé ‘siete mil’ como icono paradoja de los millones de niños no deseados que nacen cada año en estos países.

Y nosotros, habitantes eméritos de un país que se considera desarrollado, como España, donde fluyen estadísticas oficiales de distinto rango, a veces contradictorias, a veces difíciles de creer, a veces recalculadas, a veces intencionadas y, a veces mal expresadas, no me explico cómo los censos nacionales de países como los mencionados pueden saber cuándo y dónde nace exactamente su niño 'siete mil'.

En cualquier caso, lo importante no es la cifra, que también, sino la velocidad con la que se ha incrementado en mil millones el censo mundial. Porque hemos necesitado tan solo doce años para pasar de los seis mil a los siete mil millones de habitantes.

Por ello los vendedores de pesimismo nos pintan el futuro como si fuera un enigma borroso como la niebla. Yo no lo veo así; entre otras cosas porque tengo una opinión sin criterio al respecto.

Lo que yo sí imagino es un mundo en el que, cuantos más seamos, más oportunidades habrá para la acción, para la diversión, para el heroísmo, para las traiciones y para las pasiones, de tal manera que la historia de la humanidad continúe como hasta ahora y así, por lo menos, hasta el final.

domingo, 30 de octubre de 2011

Amazon.es

Por si hay algún despistado, utilizaré la sagrada ley del compañerismo para informarles de que amazon, la tienda estadounidense líder en el comercio electrónico, tiene su portal disponible en España desde el mes de septiembre.

Es verdad que, en el mundo virtual de internet, el apelativo .es o .com suele tener simplemente un matiz de banderín simbólico, algo que valoran más los intangibles patriotas que los internautas globalizados. Porque lo cierto es que ya se podía comprar en amazon.com -desde 1995-, incluso si usted residía en Bollullos del Condado, provincia de Huelva.

Pero es que, en el caso de la multinacional amazon, su oferta localizada directamente desde España trae consigo importantes consecuencias; la principal, la mejora de la competencia, porque el resto de empresas deberán rivalizar ofreciendo el mismo producto a un precio menor; de lo contrario, serán excluidas.

La cara de la moneda se refleja directamente en el bolsillo de los consumidores, que podremos adquirir lo mismo gastando menos. Porque con amazon.es se acabaron los costes de envío, si es que podemos esperar un plazo de dos a tres días para recibir una de las famosas cajas amarillas de amazon. Sólo los más ansiosos deberán pagar 2,99 euros por recibir su mercancía al día siguiente de efectuar el pedido.

Pero hay otro importante aspecto positivo en la entrada de amazon en España. Porque la compañía americana no se limita solo a vender sus propios productos, sino que cualquier pyme española podrá contratar sus servicios de logística (almacenamiento de mercancía, gestión de pedidos, ancho de banda….), y así comenzar a comercializar sus productos en la red, aprovechando la experiencia y la fiabilidad del gigante del comercio electrónico.

Las empresas que más sufrirán con la entrada de amazon en España serán las más grandes, fnac, casa del libro o el corte inglés, a las que les llega la hora de sopesar su posicionamiento en la red; en definitiva, deberán acostumbrarse a una situación nueva, que no es otra que la de medir sus fuerzas frente a un rival que, con la bizarría de un cosaco, les mira desafiante desde arriba.

Y también deberán redoblar sus esfuerzos las pequeñas empresas especializadas en el comercio online. En este caso, además de soñar diariamente con proezas, deberán volcarse en la atención personalizada al cliente, aspirando a competir en aquellos nichos del mercado a los que, por cuestiones de tamaño, a amazon le sea difícil llegar.

Seguramente las fuerzas sindicales de ocupación nacional acentuarán las cifras de desempleados que provocará la llegada de amazon, olvidando los puestos de trabajo que se generarán a la vez. Pero ya sabemos que determinados agentes sociales contemplan el mundo sin más esfuerzo que el de hurgarse la nariz.

jueves, 27 de octubre de 2011

El precio de la muerte

Hay personas que pagarían por morirse. Hay otras que tienen miedo a morir por no poder pagar la cuenta final. Otros sueñan con una muerte sin lujos, a la medida de su vida.

Y es que cuando no te sobra nada mientras malvives, la muerte se hace aún más cuesta arriba. Ya saben: que si el ataúd, que si la esquela, que si el subsuelo alquilado para reposar en paz cada diez años, que si la corona de flores, que si el tanatorio.

¡Qué agobio; si lo sé me muero sin avisar, y que la herencia se empiece ya a discutir de cuerpo presente!

Aunque bien pensado, para que de nosotros se diga que fuimos en vida grandes personas, la única solución al alcance de la mano es contratar un seguro de decesos, una cobertura para irse con las cuentas saldadas a otra parte.

Es verdad que los seguros son el único producto financiero que se contrata con la esperanza de no tener que usarlo. Pero es que lo de la muerte es un proyecto perpetuamente inminente, y lo que todavía nadie ha inventado es un seguro que garantice la existencia.

Al final, cuando pasa lo que tiene que pasar, el español medio ha pagado durante su vida el entierro de siete muertos. No hace falta ser muy macabro para darse cuenta del negocio que hay detrás de las pompas fúnebres. Quizá por eso España sea el país desarrollado con más tanatorios por habitante. No sé si vivos o muertos. Lo mismo da.

Y por eso los catálogos que nacen de la imaginación para engalanar al muerto ofrecen inventarios de hasta 5.000 artículos diferentes. Que si urnas biodegradables para lanzar las cenizas al mar sin dañar el medio ambiente, que si cristos de resina, que si limusinas para el último viaje, que si diamantes hechos con las cenizas, que si tapizados de seda para vestir los ataúdes, que si maquillajes de estrella de cine para el difunto.

Los muertos no avisan y nunca vuelven, pero el negocio de la muerte no pasa de moda. En España se apuntan 350.000 nuevos muertos todos los años. Y da igual elegir pijama de pino o cenizas a la mar. Si tiene pensado morirse próximamente, prepare 4.000 euros de curso legal. Por menos de eso, quizá le sea más rentable malvivir unos cuantos años más.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La música

Hoy me atrevo a hablar sobre la música, y para ello me valdré del sonido de las letras. Y lo hago solo porque me gusta hacer las cosas que no es necesario hacer. Lo hago aunque tú sabes mejor que nadie lo que significa la música para ti. Lo hago simplemente porque me suena bonito hacerlo.

Pero sobre todo lo hago porque yo no entiendo de ritmo y armonía. Y porque envidio la angustiosa libertad del compositor, que cuenta con tan solo siete notas para describir lo que siente, para expresar infinitos mundos imaginados, para combinar deleite y sensibilidad, para encerrar el paso del tiempo entre fractales y círculos virtuosos.

Tan solo siete notas de vértigo de un alfabeto con el que ha de construir rascacielos de cadencias y apasionadas melodías, poemas sonoros sin métrica predefinida, inspiraciones divinas mitad ciencia y mitad arte.

El que nadie acierte a definir realmente qué es la música, ya la define por sí sola. Que casi nadie pueda negar su embrujo, la llena aún más de duendes y de espectros. Porque puedes atreverte a negar lo evidente, pero entonces la vida humana se queda bajo sospecha.

También es cierto que no es necesario definir la música cuando podemos simplemente disfrutar de ella. Hagamos entonces algo distinto; hagamos como hacen los filósofos. Demos un rodeo razonable... Supongamos que no existiera la música, o que estuviera prohibida... e imagina ahora el tedioso sonido del resto de tu vida... suena a broma pesada, ¿verdad?

... Olvídalo. Aparta el terror que te ha recorrido el estómago al pensar que sin música yo no podría continuar este artículo…

Vayamos mejor a refugiarnos en los clásicos; en los antiguos platónicos, para lo que una sociedad podía cambiarse fácilmente cambiando su música. O en los pitagóricos, para los que números y música eran lo mismo. Conceptos semejantes. Porque la matemática fija proporciones y la música construye relaciones armónicas que forman el sonido de la matemática.

Pero, ¿qué ocurre realmente cuando escuchamos música? Yo no lo sé, pero lo cierto es que siempre ocurre algo. Algo que nos sacude sin intermediarios, que nos proporciona alimento para el espíritu, ánimo para entender lo intangible, oxígeno para las almas vivas, socorro para las emociones, coartada creíble para las alegrías, ricino para las tristezas, argumento para la nostalgia, estilo para lo menos práctico, brillo para las rutilantes estrellas, y locura para tu ser racional.

Porque la relación de amor entre la música y el alma es infinita e inagotable. Es lo más comunicable que existe. El arte más asequible al alcance de nuestro sexto sentido.

La música es la compañera de viaje que nunca nos deja solos. Que nos permite quedarnos a solas. Que se acuesta a tu lado y se deja sentir. Que te aleja de todo y te impide sufrir.

Es el arte más oculto, el menos visible, el que mejor se une con nuestra memoria, porque se te clava en algún sitio y se queda ahí para siempre.

Porque el espectador que disfruta con la música siente más intensamente lo sencillo, lo que llega sin avisar, lo que parece humano sin serlo, lo que no necesita explicaciones, ni intérpretes, ni dobles sentidos, ni traducción simultánea, ni complicados cursos de CCC; porque para regocijarse con la música, ni siquiera es necesario creer en la vida eterna.

Es verdad que la música a veces mata a los músicos. Como a Antonio Vega. Pero también es verdad que a veces los resucita y los hace inmortales. Como a Antonio Vega.

SiempreVega

miércoles, 10 de agosto de 2011

Vuelva usted mañana

Hace un par de meses que España suprimió la primacía del apellido paterno a la hora dar nombre familiar a la descendencia. La norma aprobada, con rango orgánico, tuvo mucha pelotera parlamentaria.

Finalmente se otorgó poder a los funcionarios del registro civil a la hora de decidir el primer apellido del menor, para el caso que los padres del neonato no alcancen un acuerdo previo.

A mí, con los supervivientes de la isla de Tele5 y los supervivientes de Grecia, Irlanda y Portugal, casi se me pasa comentar la noticia. Vayan mis disculpas de antemano.

Pues bien, como he apuntado, parece que la decisión final estuvo plagada de no pocos sesudos debates en las cámaras legislativas. Así, el partido socialista presentó un proyecto en el que establecía la sabiduría ordinal de nuestro alfabeto como criterio para fijar el orden de los apellidos. Ya saben: a antes que b, ésta antes que c, y así hasta donde recuerde.

Más interesante era la propuesta de esquerra republicana, que sugería que la cuestión se dirimiera por sorteo puro. Al estilo UEFA Champions League, pero sin amaños; supongo. Quizá haciendo corresponder números y letras con alguna fórmula confusa, que bien pudiera extraerse de la terminación del sorteo de la ONCE del día del feliz alumbramiento.

Más justa parece la propuesta del peneuve, que abogaba por la prevalencia del apellido menos frecuente. Quizá con la sana intención de eliminar del mapamundi genealógico a los molestos Rodríguez y Pérez que todavía campan por Euskadi.

En cualquier caso, no me negarán que se trata de un importante paso en materia de igualdad de género, al suprimir la prevalencia del apellido paterno. Porque hasta ahora se podía elegir entre un apellido u otro, sí, pero siempre de común acuerdo; y, en caso de disputa, prevalecía el criterio del hombre de la casa. Inconcebible machismo.

Afortunadamente al final reinó la cordura, y serán los funcionarios del registro civil los encargados de poner orden y paz en el seno de la familia mal avenida. Nada dice la ley si se dejarán oír, con voz pero sin voto, las opiniones de los padres de él, los de ella, los hermanos de sangre, e incluso los familiares en segundo y tercer grado.

Lo que yo me pregunto, a modo de curiosidad venenosa, es cuál será el criterio, caso de tenerlo, que utilizarán los empleados públicos en el ejercicio de sus funciones. Porque, dado lo novedoso de su nueva tarea, el temario de sus oposiciones aún no habrá articulado un sistema objetivo y proporcional. Tampoco ha trascendido si el método científico a pergeñar puntuará o no a la hora de obtener la plaza en el sacrosanto cuerpo de los empleados públicos.

A fuer de ser algo más retórico, ¿Lo harán quizá atendiendo a la sonoridad de los apellidos? ¿Lo echarán a cara o cruz? ¿O a pares o nones? ¿Propondrán un pulso entre los cónyuges? ¿Lograrán generar aun más papeleo y menos productividad en el ejercicio de su función pública? ¿Comentarán sus juicios durante el desayuno reglamentario? ¿Dirimirán la cuestión aludiendo al Salomón bíblico, célebre por su sabiduría?  ¿Sembrará su decisión jurisprudencia para solucionar posibles disputas en el ejercicio de la patria potestad en un futuro?

No sé. Quizá simplemente nos respondan, en el momento de máxima tensión familiar, con el socorrido 'vuelva usted mañana' que acuñó Mariano José de Larra.

lunes, 8 de agosto de 2011

El cigarrillo mañanero

Dicen los expertos que el cigarro que te fumas durante los primeros 30 minutos después de levantarte es el más peligroso. Dicen que mata más que el resto. Dicen que multiplica la nicotina que va a parar a la sangre. Y dicen, en definitiva, que esa calada madrugadora incrementa el riesgo de padecer un tumor.

Quiere ello decir que no sólo importa el número de cigarrillos que aspiras al día. Quiere ello decir que no sólo importa el número de años que llevas fumando. Quiere ello decir que también importa el momento del día, o de la noche, en el que se enciende el primero.

Lo que pasa es que los fumadores suelen tener mucho ‘sentido del tumor’. Y suelen torear estos estudios científicos con ironía y sarcasmo, defendiendo su libertad para buscar el camino más rápido hacia el cielo, o hacia el infierno, a su manera.

Y razón no les falta. Al menos a mí así me lo parece. Porque siempre y cuando aspiren para sí mismos sus malos humos y tengan capacidad suficiente para financiar sus bocanadas, el problema lo tiene quien quiera meterse en los problemas de otros. Que no es mi caso.

A mí lo que me importa es la terrible involución de la estética del fumador. Ésa que ha dejado grabadas escenas de leyenda en los archivos de las filmotecas a base de verdaderos fotogramas de seducción.

Porque, hasta hace muy poco, el cigarrillo que importaba era el de después. El que se iniciaba cuando terminaban los secretos de la carne. El que quedaba unido a una indestructible amistad. El que actuaba de alucinógeno frente a las miserias del mundo.

O el que se ingería de rabia por las cosas irrealizables. O el que seguía el itinerario del fracaso o de la muerte. O el cigarrillo del antihéroe. O el cigarrillo del inadaptado. O el cigarrillo del que saboreaba la pereza. O el del vagabundo de pensamiento. O el de los espíritus atormentados.

Y yo no fumo. Ni he fumado nunca. Y supongo que ya no me dé por fumar. Por eso quizá me da por escribir sobre el cigarrillo de ficción, siendo ajeno a su realidad. Como si fuera un argumento invisible. Y es que, al escribir, te olvidas un poco del mundo.

Espero que no le moleste.