lunes, 26 de octubre de 2009

Nueva Rumasa. Viejos recuerdos

Me huele a aire turbio del pasado, a juegos de artificio con denominación de origen. De origen, sí, pero de dudosa naturaleza. O mejor dicho, de procedencia conocida pero olvidada por muchos.

Voy a recordar, a modo de introducción tendenciosa, que la antigua Rumasa fue expropiada por el Gobierno de González en 1983; el 23F para más morbo. Entonces 700 empresas formaban el grupo de la abeja, con una plantilla que alcanzaba las 65.000 personas y una facturación consolidada de más de 350.000 millones de las antiguas. Casi nada.

A estas alturas cada uno tendrá su opinión deformada sobre aquella situación y, seguramente, en el juicio personal y paralelo que cada uno hayamos hecho, el señor Ruiz Mateos ya estará absuelto o condenado a perpetuidad. Supongo que limbos y medias tintas queden pocas. No somos muy dados a los matices.

Las hemerotecas y el sumario del caso Rumasa hablan de la comisión de graves delitos -obstrucción a la actividad supervisora del Banco de España, ausencia de auditorías externas, fraude frente a la Hacienda Pública y la Seguridad Social-, así como una arriesgada espiral de adquisiciones e inversiones del grupo que llevó al entonces Ministro, Miguel Boyer, a utilizar la expropiación, en lugar de otras disposiciones de menor alcance -como la intervención a los bancos propiedad del grupo-, como ‘medida de política económica nacional’.

La lucha posterior mantenida en las diversas salas de nuestro ordenamiento jurídico acabó en 1991 con el pronunciamiento del Tribunal Constitucional a favor de la expropiación. Por el contrario, la Audiencia Nacional absolvió a Ruiz Mateos en 1997 de los delitos de estafa y falsedad, a pesar de considerar probadas diversas falsedades e impagos a la Hacienda Pública y la Seguridad Social, aunque por los cambios normativos del código penal no se encontró culpable a los acusados (son éstas las madejas legales tan difíciles de entender por los legos). Las teorías conspirativas que salpimentaron este caso me quedan demasiado lejanas en el tiempo y el espacio.

Y ahora vemos revolotear de nuevo a la abeja de la 'Nueva Rumasa'. Derecho tiene todo el del mundo. Coraje y espíritu emprendedor tampoco le faltan a la familia Ruiz Mateos. Y capacidad, flexibilidad, y resistencia empresarial, les sobra. Pero, pero y pero. ¿Por qué?

Pues porque la Nueva Rumasa anda colocando una emisión de pagarés entre el público a bombo y platillo, y promete un tipo de interés descabellado. Los anuncios en la prensa copan páginas completas, y me gustaría hacer alguna reflexión sobre esta oportunidad de inversión.

La inversión mínima en estos pagarés es de 50.000 euros -demasiado bocado para un pequeño ahorrador-. La rentabilidad prometida es del 8%, cuando los tipos de interés en la zona euro rondan el 1%. Y yo necesito altas dosis de ficción para creérmelo. Son duros a pesetas. Y ni siquiera tenemos las cuentas del Grupo para intentar analizar su solvencia (como no cotiza en bolsa, no está obligada a publicar sus resultados). Nadie paga un 8% para financiarse si pudiera hacerlo a un coste menor. Acuérdense de Forum, de Afinsa, de Madoff, … o si no quieren acordarse, váyanse a matar adrenalina al Casino de Torrelodones.

La CNMV ya ha advertido varias veces, hasta tres, que la única garantía de la devolución de su dinero, más la dádiva prometida, es el patrimonio de la entidad emisora de los pagarés; es decir, Nueva Rumasa no responde con el patrimonio del Grupo en su conjunto, sino únicamente con el de la sociedad anónima emisora. De hecho, ni siquiera no sé qué brandy de Jerez en el que se apoya la publicidad garantiza legalmente nada, pues no existe prenda constituida en ningún registro de Bienes Muebles a favor de los inversores. Y sin prenda no hay garantía.

Para más crónica negra del despropósito, el anuncio de los pagarés incluye expresamente el respaldo valorativo del profesor del IESE, Pablo Fernández, quien tras leerlo en la prensa ha salido horrorizado a los medios negando tal circunstancia. Parece que se ha utilizado un trabajo de valoración realizado con otra finalidad para intentar respaldar en la prensa la emisión. Y díganme ustedes a mi, ¿quién le va a pedir a este señor, por muy profesor que sea, que les devuelva su dinero si la Nueva Rumasa acaba como la Vieja?

Sólo espero que, si alguien invierte en estos pagarés al calor de un tipo de interés extraordinariamente fuera de mercado, y la cara les sale cruz, ahoguen sus penas con un chupito de brandy y no salgan a la calle a pedir responsabilidades públicas ni ayudas a ningún papá adoptivo. Esta vez no cuela.

lunes, 5 de octubre de 2009

Madrid 2016

Probablemente me esté metiendo donde no me llaman. Probablemente mi opinión sobre este tema carezca de la información suficiente para que se la considere razonable. Probablemente alguien piense que me pasa lo mismo con el resto de cosas sobre las que opino sin tanto ceremonial previo. Excusatio non petita, accusatio manifesta. Probablemente sea todo verdad.

Yo no pretendo tener razón en lo que escribo. Entre otras cosas porque la razón no siempre tiene razón. También es cierto que el corazón rara vez es razonable. Yo sólo intento argumentar lo que digo, y no para ser consecuente o creíble, sino porque no sé ser de otra forma.

Por eso mismo no entiendo el sistema de designación de las sedes olímpicas. Quede claro que el tema en cuestión me provoca una mínima reflexión cada cuatro años y que, desafortunadamente, no formo parte de ningún comité evaluador de nada; seguramente porque no lo merezco; por eso, si quiero ir a cenar al Txistu, me lo pago yo de mi bolsillo, y no se lo dejo a deber a mis vecinos de ayuntamiento.

A lo que voy. Según parece, una norma no escrita del decálogo del movimiento olímpico hace decantar la designación de la ciudad organizadora respetando un criterio de alternancia entre continentes, de manera que se pueda disfrutar del mayor espectáculo deportivo del mundo por los cuatro costados de la tierra. Así ha sido hasta ahora. Me parece bien, incluso razonable. La conclusión más directa de esta máxima etérea es que prima el reparto del pastel ante las valías objetivas. Repito, me parece bien. Lo que no sé es por qué no nos retiramos las caretas y todos jugamos al mismo juego.

Confieso que no sé si Madrid era la aspirante más preparada para celebrar los Juegos Olímpicos de 2016. No tengo ni pajolera idea de los méritos de las ciudades candidatas. Lo que sí sé es que se nos ha dicho que más del 70% de nuestras infraestructuras ya estaban terminadas. Y no he escuchado a nadie rebatir tal argumento en pos de la candidatura de Río de Janeiro, finalmente designada.

Lo que sí parece claro es que la candidatura española se ha gastado 600 millones de euros sin saber cuánto y cómo ha de gastarse en el futuro para prepararse mejor, para ser mejor candidata en 2020, salvo esperar que la rotación de la luna olímpica no nos eclipse de nuevo.

A mi juicio las infraestructuras no virtuales, las carreteras ya transitables, la red de ferrocarril ya vertebrada, la financiación concedida, las plazas hoteleras ya habitables, todo esto, debería ser evaluado y medido previamente por los técnicos, y así otorgar una puntuación previa objetiva y no opinable con la que presentarse al examen de emociones final.

De esta forma se reduciría el peso del antojo, la manía y la arbitrariedad a favor de los criterios técnicos demostrables. A partir de ahí, un poco de emoción, un poco de llanto y un mucho de fiesta son muy deseables, aunque haya que aguantar al bueno de Bisbal en concierto.

En este modelo propuesto, los miembros del COI podrían seguir prometiendo su voto a todas las ciudades candidatas a la vez, podrían seguir dando el pésame a todas las no agraciadas, como si fueran otros los que no les votaron, e incluso estarían en su derecho a emocionarse con las lágrimas de Lula o con la longevidad de Samaranch.

Pero lo que no me parece presentable es que cien señores, por iluminados que sean, no deban dar explicación alguna, ni previa ni posterior, de sus decisiones, sea quien sea la candidatura elegida. Los valores que impregnan el deporte son los que promovió en el siglo XIX el Barón de Coubertin, y nos pertenecen a todos. No es un coto privado de cien señoritos que se mueven a base de caprichos ocultos.

domingo, 4 de octubre de 2009

Pequeño esfuerzo moderado

Aún a riesgo de que parezca que mi actividad profesional es la jardinería, voy a intentar cuantificar la palabrería con la que se nos ha explicado en los últimos tiempos, mejor dicho, con la que nos ha intentado explicar, el cómo y el cuánto de la reforma impositiva.

Vaya por delante que no me creo que sea tan ignorante como nos hace ver. Al menos no tanto como lo que la literalidad de sus explicaciones desprende. Me refiero al de la Zeja. Tampoco tengo claro si algún empresario le contrataría para su firma, pero sí tengo una descorazonada, que las perspectivas económicas de España son aterradoras. También tengo una certeza, que Zapatero nos está conduciendo directamente a la ruina, y lo malo es que no contamos con demasiadas armas para contrarrestarle.

Y vaya por detrás que no pienso citar que una vez más se han roto todos los cimientos que inspiran nuestro ordenamiento fiscal, aquellos que cuando yo estudiaba versaban sobre los inmaculados principios de la capacidad contributiva, la igualdad, la progresividad y la no confiscatoriedad. En realidad los principios le importan a poca gente. Ni siquiera a los payos. Y sin principios se suele acabar mal.

Ahora al tajo de jardinero. Por no cansarles: la supresión de la deducción de los 400 euros del IRPF, el aumento del IVA y la subida en la fiscalidad del ahorro, les va a costar -de media- a cada uno de los 17 millones de hogares españoles más de 700 euros al año. Lo malo es que las medias son tremendamente injustas. Aquel viejo chiste en el que uno se come un bocata y el amigo ninguno, y la media le dice al hambriento que se ha comido medio bocata, es muy ilustrativo.

Pero si usted es de los que le gusta conocer la realidad, por amarga que ésta sea, le daré una regla para que calcule de forma aproximada cual será el importe de su factura solidaria fiscal. Súmele a los 400 euros, si es de los que tenía el derecho a deducírselos, el resultado de aplicar un 1% a su nómina neta anual (que será el sobreIVA que le corresponda soportar). Si el resultado le parece poco, mucho o sencillamente no se lo cree, es debate para otros blogs.

Y que no le confundan. El IVA se ha subido 1 y 2 puntos porcentuales, lo que significa un incremento del 14,2% para el tipo normal (el de la vivienda, el transporte o la hostelería) y un 12,5% para el tipo general (el de la luz o el teléfono). Es lo mismo, pero se entiende mejor.

Y sólo una rebeldía conceptual más. El IVA, como cualquier impuesto indirecto, es regresivo, es decir, le cuesta más a quien menos gana; es decir otra vez, cuanto menor es la renta, mayor es el porcentaje de impuestos que se pagan. Y no vuelvo a decir ‘es decir’ por tercera vez porque me cansa, pero los ricos pobres y los pobres pobres lo entienden mejor que nadie.

¡Vaya! Con lo bien que llevaba yo este artículo. Y ahora resulta que ya nadie habla de subida de impuestos. Ahora se llama esfuerzo solidario. Insignificante y banal. No importa que nos dejen tuertos de un ojo y ciegos del otro. Lo importante es la retórica. Pero es que yo no pago los impuestos ni por solidaridad ni porque suenen a música celestial. Los pago por obligación.