sábado, 25 de abril de 2009

Más domingos al sol

En su calendario todos los días son festivos, pero en todos hay motivo para la desesperación. Ésta es la historia que narra la película ‘Los lunes al sol’, la de aquéllos que viven la vida en domingo.

Hoy en España conviven 4.010.700 ciudadanos vestidos de chándal, parados, inmóviles, estancados, quietos, estáticos, paralizados, deprimidos, abatidos, decaídos, desanimados; y estar parado significa estar sin empleo, mirar a las musarañas y apuntarse al deporte de contarlas a diario. Y esto era hasta final de marzo, porque a razón de 10.000 trabajadores al día, hoy habrá unos 200.000 más en esta fascinadora situación.

Es verdad que la Ministra Elena Salgado salió ayer a dar la cara, pero ya apesta a difunto el tono de su discurso, y no lleva ni cuatro días en su puesto; no entiende el problema, está esperando a que escampe, y no se quiere dar cuenta que nadie va a venir a pagar nuestras deudas. Vuelve a errar, sin hache, cuando pretende aplicar nuestro nulo margen de maniobra ampliando el periodo de cobertura a los parados ¡Más madera, más sopa boba!

Seguro que estos dineros bien reinvertidos en ánimos a la pequeña empresa traerían mejores réditos al empleo, pero es mejor seguir haciendo de necios samaritanos, es mejor seguir garantizando que nunca se acordarán recortes sociales. A pesar de sumir al país en un estado de emergencia, de vergüenza internacional, de catástrofe demoledora, falta talante para asumir la ineptitud; estamos ante un Gobierno ingobernable, y sólo nos quedan motivos para la desesperanza, para la desilusión compartida.

La cobertura al parado ha de ser forzosamente seductora hacia la búsqueda de un nuevo empleo; su importe debería ser decreciente a medida que pasen los meses; quizá mayor de lo que es hoy al principio, y considerablemente inferior a medida que se prolongue la agonía. Lo gratis no funciona, ni siquiera en épocas de degeneración como las que vivimos.

Los más de cuatro millones de parados no son una cifra, es un drama, y abróchense los cinturones porque del cuatro al cinco sólo resta el tiempo en que un memo tarda en hacerse notar.

jueves, 23 de abril de 2009

Lo mejor de lo peor

Lo mejor es que hay quienes quieren debate sobre el sistema de pensiones público español; lo peor es que hay quienes no quieren.

Lo mejor es que el problema es fácil de entender; lo peor es que algunos no lo entienden.

Lo mejor es que la mecha la ha encendido el Gobernador del Banco de España, socialista para más señas; lo peor es que el Ministro de Trabajo y el Presidente de Gobierno le han querido acallar.

Lo peor es que Fernández Ordóñez no ha propuesto el fin del sistema piramidal fraudulento de nuestras pensiones; lo mejor es que a nadie le importa realmente lo que pase en el futuro.

Lo peor es que las medidas propuestas por Mafo sólo implican un retraso en la segura quiebra del sistema de pensiones; lo mejor es que igual no estamos vivos para verlo.

Lo mejor sería un cambio total, un giro hacia lo que es justo, un cambio para que a nadie le roben sin su consentimiento; lo peor es intentar explicarlo y que nadie entienda que nuestro sistema de reparto no redistribuye riqueza de ricos a pobres, sino de jóvenes a viejos.

Lo peor es que un viejo pobre se puede quedar sin pensión, aunque antes fuera rico; lo peor es que un joven pobre debe pagar la pensión a viejos ricos, aunque se apelliden Botín.

Lo peor es que es falso que el sistema actual sea solidario; lo mejor es que casi todos se lo creen.

Lo peor es mentar a Marx para explicarlo; lo mejor es que hay que ser un osado para intentar entender 'El Capital 'de Marx.

Lo peor es que un joven no puede elegir cómo asegurar su futuro; lo peor es que un viejo puede haber destinado su esfuerzo a la nada.

Lo mejor sería que cada uno pudiera optar por cubrir su jubilación libremente; sería lo mejor para todos los pensionistas, que viven peor que otros países donde ya son libres.

Lo mejor es no ponerse en lo peor; lo peor es que todo irá a peor.

Lo mejor es que la cosa podía ser peor.

jueves, 16 de abril de 2009

Apaga luz, Mari Luz

El título del artículo es una gansada como la copa de un pino, una de tantas, una de tontos. Yo quería hablar sobre la tarifa eléctrica que pagamos los españoles, pero antes de entrar en faena me he acordado de una de esas canciones que solíamos cantar en los sanfermines, sólo eso.

Antes de hacer demagogia y ponerme a hablar de demagogia, de asociaciones protectoras de consumidores, de sindicatos y demás fuerzas vivas del panorama cañí, creo que es justo exponer dónde estamos y dónde nos gustaría estar, al menos a algunos; usted dirá.

Al grano; lo que conocemos como ‘déficit de la tarifa eléctrica’ es la diferencia entre lo que de verdad cuesta producir la luz a las empresas eléctricas, y lo que pagamos los consumidores en el recibo; es decir, en román paladino, pagamos por la luz menos de lo que, en circunstancias normales de mercado, nos correspondería; ¿sorprendido, alegrado, preocupado, indiferente, insensible? ¿ninguna de las anteriores?

Al menos por curiosidad, se preguntará; y la diferencia, ¿quién la paga?, porque estaremos de acuerdo que ninguna empresa se pone en marcha todos los días para ‘alumbrarnos’ a costa de perder recurrentemente dinero de una forma tan majadera; de hecho, con echar un vistazo a los beneficios publicados por Endesa, Iberdrola ó Unión Fenosa de los últimos años, el planteamiento se quedaría en cueros vivos. Se lo intentaré aclarar más tarde.

Evidentemente toda esta situación tan anormal es consecuencia de una radiante idea de algún dirigente del pasado, que para eso son los dueños del chiringuito nacional, y por eso son tan fuertes, tan altos, tan rubios, tan listos, tan todo.

¡Ah!, entonces imagino que ya sabrá quién paga la diferencia; la pagaremos todos, mejor dicho, nos la harán pagar a todos pero sin enterarnos, con cargo a la ficción de los presupuestos, y enarbolando la bandera del bienestar común. Pues no, esta vez no es así; siento liarles.

En realidad todo el déficit tarifario que se lleva acumulando en España desde el año 2000 lo pagarán los consumidores del futuro en su tarifa; es decir, los que cometan el atrevimiento de encender la luz una vez resuelto este entuerto, pagarán la electricidad a un precio superior a lo que el mercado les conduciría. ¡que se jodan y que hubieran consumido antes!

El tema lo explica primorosamente el profesor Barea cuando diserta para sordos que tratándose de un bien privado, como es la electricidad, no es admisible, desde el punto de vista de la equidad, que el coste de consumir la misma se traslade en parte a otra persona que no la ha consumido; es un principio general de una economía de mercado donde el que consume paga su coste. Por tanto, se daría una falta de equidad intergeneracional, ya que los nuevos consumidores pagarían una luz más cara que su coste, para compensar la rebaja que ellos no disfrutaron; ¿acaso cuando usted pide un café deja a deber el 30% para que lo pague el cliente siguiente?

Y dicho esto, cada cual que piense como quiera, que para eso estamos en una economía sabiamente intervenida y, queramos o no, siempre volverá a salir el sol para iluminarnos.

lunes, 6 de abril de 2009

Los últimos días del hombre entre la multitud

Con la vista puesta en las vacaciones de Semana Santa me han dado ganas de escribir un cuento, aunque depende del color del lugar desde el que se lea, las conclusiones no diferirán demasiado de la realidad.

El relato comienza en una agencia de viajes rumbo al paraíso del 2x1, no sin antes luchar a brazo partido en las garitas de detectores de colonias y otros líquidos homicidas de la T4 del aeropuerto de madridalcielo.

El comandante del vuelo se disculpó de antemano por el escaso espacio entre asientos de la clase turista, al parecer a causa de la dichosa crisis; nadie en su sano juicio solicitaría el libro de reclamaciones al comienzo de unas vacaciones, así que todos aplaudimos atronadoramente su sinceridad. A veces es mejor resultar herido por la verdad que consolarse con un hatajo de mentiras.

Como estaba muy incómodo notando la rodilla del pasajero de atrás clavarse en mi espalda, decidí leer algo de la prensa gratuita del día anterior, ésa que reparten como somnífero la compañías aéreas que aún no han quebrado, y una vez me venció el sueño mi mente me trasladó sin más esperas ni retrasos a destino, hacia una playa de aguas turquesas donde la realidad nada importa y donde el disfrute de estos días constituye la autenticidad de la vida.

Allí rodeado de otros seres en cuyas caras se dibujaba la felicidad, me traicionó mi subconsciente y me dio por acordarme de él, del hombre que camina sólo entre la multitud y que consume sus últimos días al frente del papel salmón nacional tras 30 años de servicio. Me dirán que buenas ganas tengo yo de amargarme los sueños de mi propio cuento; es cierto, pero es que uno de los problemas de las vacaciones es el tiempo que tienes para leer sobre los cuentos de otros.

Además, yo reconozco que dilapido mi crédito ante la multitud, y quizá por eso ahora sueño con él, un tipo aparentemente tranquilo al que parece que nada le asusta, que convive entre los bravos como si nada le importara, sabedor que tarde o temprano saltará al vacío y se apretará doble ración de carretera y manta. El caso es que, en mi cuento o en mi sueño, parece un mortal que pertenece a la categoría de los llamados decentes, aunque de aquéllos a los que cuesta seguirles con claridad sus principales coordenadas.

Mientras me creía feliz y me apretaba unos whiskys en el último chiringuito legal de la costa española, y ya con el bañador enfundado como segunda piel, creí escuchar a otro tropel de turistas comentar que nuestro avión, el mismo en el que yo viajaba durmiente, había sufrido un terrible accidente cayendo fatalmente en picado al mar....... una multitud anónima de unos 3.605.402 pasajeros había quedado sepultada en lo más recóndito del fondo del mar; afortunadamente, y siempre según cifras oficiales, no se produjeron daños irreparables, ni tampoco víctimas realmente mortales.

Sin embargo, algunos miraban desde el fondo con aire de imploración, como si buscaran un consuelo casual o alguna esperanza perdida; la megafonía del avión había quedado seriamente dañada, tanto como la hoja de servicios de su comandante; desde las asociaciones humanitarias más lejanas reclamaban más diálogo y más conciliación laboral y familiar, y desde la torre de control sólo llegaban sonrisas cómplices en blanco y negro.

Pero todo cuento que se precie ha de acabar bien así que, a pesar del leve malestar reinante entre el colectivo accidentado, alguien llamado bienestar salió en su ayuda y, mediante técnicas de respiración asistida, prometió remesas de 2.610 millones de euros mensuales procedentes de aportaciones involuntarias de potenciales accidentados que no quisieron o no pudieron tomarse este año vacaciones de Semana Santa.

Menos mal que mi cuento lo escribo a mi antojo y conseguí saltar del avión a tiempo al enterarme de la fatal noticia.
Camarero, otro whisky, que sea nacional si puede ser, que quiero echar una mano.