domingo, 21 de febrero de 2010

La curva de la infelicidad

No es lo piensan. O quizá sí. Si se atreven a leer hasta el final, y les apetece, me lo cuentan. Claro está que no me estoy refiriendo a la acumulación de grasa en el abdomen, la famosa curva de la felicidad invertida. De lo que intento hablar hoy, jugando con las palabras, es de la curva de Laffer, del economista norteamericano Arthur Laffer.

Cualquier manual de economía se lo explicará mejor que yo, pero voy a esbozar la regla que pergeñó Laffer para poder seguir con el artículo. La curva se dibuja como una ‘U’ invertida, que resulta tras colocar el tipo del impuesto en el eje de abscisas, y el montante de recaudación obtenida, para cada tipo impositivo, en el eje de ordenadas. Si nos colocamos en el vértice de la U -vista del revés-, la recaudación es la máxima posible. Hacia la derecha aumenta el tipo y se recauda menos, y sucede lo mismo si nos movemos hacia la izquierda. La vaca no da más leche nos pongamos como nos pongamos. Curioso, ¿verdad?

Es cierto que, como toda regla, no hay que tomarla a pie juntillas. Pero alguna consecuencia podemos extraer de ella. A mi juicio hay una lectura directa, pero leyendo el negativo de la curva; es decir, no siempre que se suban los tipos impositivos, vamos a conseguir recaudar más. Me quedo con esto. Sin más.

¿Sabe por qué? Por supuesto que lo saben; ¿o acaso no leen cada día el eslogan de ‘yo no soy tonto’ que tanto triunfa desde hace años en nuestro país? De eso se trata. Porque no hace falta ser economista para echar la cuenta de la vieja.

Lo que la regla esconde no es más que un cambio en los hábitos de los empresarios y consumidores ante una causa que les perjudica. Es decir, si mi capacidad adquisitiva se ve disminuida restrictivamente, como reacción tomaremos decisiones que intenten burlar la nueva presión.

La consecuencia más directa es el desincentivo a emprender, a trabajar, pues tendré que batirme el cobre más para tener la misma renta; o visto de otro modo, decidiré trabajar menos para no tributar tanto, pues el fruto de mi trabajo no se ve recompensado directamente en mi. Y por ahí es donde se reduce el montante recaudatorio.

Pero no se vayan todavía, aún hay más; como el incentivo al fraude fiscal o a la evasión impositiva hacia el extranjero y, sobre todo, la especie de metamorfosis kafkiana que experimentas al ver en el espejo la cara de tonto que se te queda al darte cuenta que te levantas los meses de enero, febrero, marzo y abril para pagar a un nuevo dueño de tu libertad que se hace llamar fisco.

1 comentario:

Peter Mihm dijo...

Pues nada, nada, a subir el IVA y a bajarnos las ganas de madrugar. Claro que sí.