viernes, 26 de febrero de 2010

Mis retenciones

Hoy he cobrado mi nómina y me ha dado por preguntarme en voz baja cuestiones sin solución. Creo que la gente denomina a este ejercicio locura transitoria o simplemente retórica, porque no persigue ninguna finalidad concreta, salvo la estética del dolor. Espero no deslustrarlo del todo al compartirlas con ustedes.

Al tema. Me preguntaba si lo que menos se ve de las nóminas, el importe de las retenciones, llega a estar tan oculto en nuestra mente que consigue anestesiarnos completamente de cintura para arriba.

Cierto es que tu madre siempre te pregunta que cuánto cobras ‘en neto’, es decir, quitando de en medio las retenciones. Cierto es que la obligación legal de retener es del pagador, del empleador patrón, pareciendo entonces que, en realidad, las retenciones se convierten en un derecho del cobrador empleado. Cierto es que, en estos momentos, si te retienen es porque eres un privilegiado con empleo.

Guasas aparte, lo que quiero decir es que, a veces, las malas consecuencias son casi invisibles para nosotros, y en vez de reaccionar, preferimos pensar ‘en neto’, y así el atropello se prolonga en el tiempo; se dispersa en la masa.

Obvio es que las retenciones no son más que periódicos pagos a cuenta de los impuestos, y que este drenaje sigiloso e indoloro va reduciendo poco a poco nuestra satisfacción, desplazando el fruto del esfuerzo hacia otras mesas menos perceptibles.

Pero lo único cierto es que mi salario las incluye, aunque se desagüe imperativamente en origen, la cual cosa no debería hacer demorar mi rebeldía ni extender artificialmente el efecto de la anestesia.

Es entonces cuando me he acordado de aquel momento que el que Milton Friedman, maestro del liberalismo económico del siglo XX y premio Nobel de Economía de 1976, fue preguntado en una de sus conferencias sobre cuántas formas conocía de gastar el dinero, a lo que respondió lo siguiente: ‘Sólo hay cuatro; gastar el dinero de uno en uno mismo, gastar el dinero de uno en otros, gastar el dinero de otros en uno mismo, y gastar el dinero de otros en otros’.

El Estado, al apropiarse de mis retenciones, siempre se encuentra inmerso en los dos últimos casos, circunstancia que suele terminar bien en sumarios de corrupción, bien en despilfarros poco visibles, eludiendo las más de las veces las consecuencias de sus actos repartidos en pequeñas dilapidaciones.

2 comentarios:

Peter Mihm dijo...

A mí lo que me jode de las retenciones es esa sensación de que nunca te vuelve nada o casi nada de lo aportado. ¿Egoísta? Puede ser. Pero eso de currar enero, febrero y parte de marzo para una causa que no es la individual de uno mismo se hace duro. Y más cuando aún estamos en los primeros días de marzo. Vamos, que llevo madrugando dos meses y pico para otro. ¿Es eso serio o no? A mí me pone de muy mal humor.

LITROS dijo...

Yo quiero, que se utilice bién.
Por lo tanto estoy jod...
Si se va a hacer bién y eso incluye el que se note, tanto en los otros, como en uno, estoy dispuesto a que me retengan el 50%.
Pero como eso dista mucho de la realidad.