martes, 14 de octubre de 2008

Salvados por la campana

Este fin de semana ha tenido lugar, por fin, mientras Rajoy soportaba estoicamente el coñazo del desfile del día de la hispanidad, un rescate coordinado mundial para intentar contener un monumental problema financiero internacional. Fondo monetario, G7 y líderes europeos han conseguido aunar fuerzas en la misma dirección. Todos nos damos la enhorabuena.

Curiosamente en Europa la voz cantante la ha llevado Reino Unido, un país que campa todavía a su libre albedrío a expensas del euro y cuyo primer ministro es un cadáver político, el laborista Gordon Brown, antieuropeísta para más señas.

Las cifras que se prevén inyectar en los balances bancarios son tan espectaculares que no sé si alguien habrá cometido la osadía de intentar ponerlas en valor. Por si les sirve de referencia, la vieja Europa ha sacado pecho poniendo a disposición de su sistema financiero algo así como el triple de la ingente ayuda aprobada por los EEUU. Sólo España pondrá en juego el 15% de nuestro PIB.

¿Y quién pagará la juerga? Pues no parece que ahora preocupe mucho este tema; la gente se aferra al salvavidas con independencia de quién lo tire. Es más, casi todas las partes han recibido con entusiasmo la socialización bancaria masiva; y no digo que no fuera necesaria, sino que, al menos algunos, por decoro, podíamos haber puesto cara de resignación. A fin de cuentas, la jugada maestra que tanto ha tardado en llegar, bien se podría resumir en que con el dinero que nos quitan del bolsillo derecho, nos intentan llenar el izquierdo, pero según un sabio criterio coordinado, que suena muy técnico y además muy global, ¡toma ya!

Honradamente opino que el diagnóstico de esta crisis financiera aún no se ha encontrado, sin embargo, no es momento de abroncar a nadie, sino simplemente aparcar la coherencia y las ideologías y apoyar este plan sin fisuras, sin voces discordantes; justos y pecadores en el mismo barco, hasta que el mercado nos separe.

Ahora, una vez evitado el pánico y colocada la red de seguridad, hay que intentar evadirnos de la profecía de la catástrofe, y eso sí, cumplir nuestro principal deber actual, el ser rigurosamente rigurosos con quienes han de asegurar que nuestro dinero acabe donde más y mejor pueda ayudar a nuestra maltrecha economía. Alguien tendrá que pedir cuentas a alguien en algún momento, ¿no?

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