Estaba a punto de releer el periódico de ayer, cuando me di cuenta que nada de lo que se decía ya interesaba. El mapa financiero mundial huye despavorido hacia delante, sin darnos tiempo a reflexionar correctamente.
Durante estas últimas semanas las dudas nos acechan fanáticamente a todos, e incluso los que se consideraban ayer liberales de cuna, de fuertes convicciones de la derecha, aquéllos que decían creer que la suma de las decisiones individuales son capaces por sí solas de lograr un mejor y más próspero bienestar social, hoy se levantan clamando, casi suplicando, a los desorientados responsables políticos para que salgan en auxilio de sus ahorros. ¡como si fuera tan fácil! La que nos está cayendo es algo parecido a la segunda caída del muro de Berlín, pero en este caso no hay fronteras a salvo.
La cuestión no es si la realidad ha fulminado a las ideas, sino algo más filosófico; lo que me pregunto es si en algún momento hubo ideas sólidas de corte liberal, y lo sucedido ahora simplemente ha estropeado una media mentira defendida como verdad.
Parece como si el carnaval económico haya terminado contundentemente, y se hubiera provocado una especie de salida del armario del socialismo durmiente en la mitad de medio mundo. Alguien me dirá que la situación actual requiere medidas extraordinarias, de calado histórico, y que no es tiempo para pensar y sí para actuar. Lo que ocurre es que ni las inciertas nacionalizaciones bancarias que estamos viviendo están consiguiendo frenar la fuerza del mercado, ése al que algunos empiezan ahora a temer como a una bestia.
Quizá el pánico reinante sea suficiente motivo para cambiarse de bando, o de médico de cabecera; O quizá esta tormenta nos obligue a elegir entre salvarnos de morir ahogados o esperar valientemente a que nos mate el miedo a morir. Quién sabe, para entender qué pasa puede que sea necesario perder la razón y el rigor.
Por otra parte, resulta grotesco el espectáculo circense que ha dado USA, país cuna y guía del capitalismo, en las últimas semanas, con esa especia de Gran Casino de quiebras que ha inaugurado y que según salga la bola negra o blanca, así actúa. Tampoco es demasiado reconfortante la esquizofrenia ante la crisis de un país supuestamente serio, como Alemania.
Confieso que no tengo ni la más remota idea de cómo se debería actuar ante una crisis tsunami como ésta, de dimensiones impredecibles, cuya nota predominante es la desconfianza, que poco tiene que ver con la solidez de una economía, de un sistema financiero o de una burbuja inmobiliaria al uso. La historia de la economía nos da armas para luchar, pero lo que tenemos encima de la mesa es un caso más de psicoanálisis que de teoría económica. A mi me queda una gran sombra de duda sobre la efectividad de las gigantescas medidas que se están tomando. Ojalá me equivoque.
Lo que sí tengo claro es que quien se quiera practicar el haraquiri ideológico y poner a salvo su patrimonio a costa de sus ideas, que se lo piense un poco, pues desgraciadamente tampoco tiene alternativa segura alguna.
Yo, sin embargo, antes que la ley del péndulo nos lleve a naufragar a islas desiertas, abogo por ser honesto con uno mismo, y continuar siendo libre para elegir. La llamada violencia de género no invalida el matrimonio como institución; de igual manera, los excesos cometidos por el mercado tampoco pueden decapitar la esperanza de millones de personas cuya única tabla de salvación es su esfuerzo, y su recompensa sólo se la brinda el mercado.
Durante estas últimas semanas las dudas nos acechan fanáticamente a todos, e incluso los que se consideraban ayer liberales de cuna, de fuertes convicciones de la derecha, aquéllos que decían creer que la suma de las decisiones individuales son capaces por sí solas de lograr un mejor y más próspero bienestar social, hoy se levantan clamando, casi suplicando, a los desorientados responsables políticos para que salgan en auxilio de sus ahorros. ¡como si fuera tan fácil! La que nos está cayendo es algo parecido a la segunda caída del muro de Berlín, pero en este caso no hay fronteras a salvo.
La cuestión no es si la realidad ha fulminado a las ideas, sino algo más filosófico; lo que me pregunto es si en algún momento hubo ideas sólidas de corte liberal, y lo sucedido ahora simplemente ha estropeado una media mentira defendida como verdad.
Parece como si el carnaval económico haya terminado contundentemente, y se hubiera provocado una especie de salida del armario del socialismo durmiente en la mitad de medio mundo. Alguien me dirá que la situación actual requiere medidas extraordinarias, de calado histórico, y que no es tiempo para pensar y sí para actuar. Lo que ocurre es que ni las inciertas nacionalizaciones bancarias que estamos viviendo están consiguiendo frenar la fuerza del mercado, ése al que algunos empiezan ahora a temer como a una bestia.
Quizá el pánico reinante sea suficiente motivo para cambiarse de bando, o de médico de cabecera; O quizá esta tormenta nos obligue a elegir entre salvarnos de morir ahogados o esperar valientemente a que nos mate el miedo a morir. Quién sabe, para entender qué pasa puede que sea necesario perder la razón y el rigor.
Por otra parte, resulta grotesco el espectáculo circense que ha dado USA, país cuna y guía del capitalismo, en las últimas semanas, con esa especia de Gran Casino de quiebras que ha inaugurado y que según salga la bola negra o blanca, así actúa. Tampoco es demasiado reconfortante la esquizofrenia ante la crisis de un país supuestamente serio, como Alemania.
Confieso que no tengo ni la más remota idea de cómo se debería actuar ante una crisis tsunami como ésta, de dimensiones impredecibles, cuya nota predominante es la desconfianza, que poco tiene que ver con la solidez de una economía, de un sistema financiero o de una burbuja inmobiliaria al uso. La historia de la economía nos da armas para luchar, pero lo que tenemos encima de la mesa es un caso más de psicoanálisis que de teoría económica. A mi me queda una gran sombra de duda sobre la efectividad de las gigantescas medidas que se están tomando. Ojalá me equivoque.
Lo que sí tengo claro es que quien se quiera practicar el haraquiri ideológico y poner a salvo su patrimonio a costa de sus ideas, que se lo piense un poco, pues desgraciadamente tampoco tiene alternativa segura alguna.
Yo, sin embargo, antes que la ley del péndulo nos lleve a naufragar a islas desiertas, abogo por ser honesto con uno mismo, y continuar siendo libre para elegir. La llamada violencia de género no invalida el matrimonio como institución; de igual manera, los excesos cometidos por el mercado tampoco pueden decapitar la esperanza de millones de personas cuya única tabla de salvación es su esfuerzo, y su recompensa sólo se la brinda el mercado.
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