miércoles, 15 de octubre de 2008

Sólo supongamos

Supongamos que usted fuera un valiente empresario de este país, de los que conforman más del 80% del tejido empresarial español. Sí, ya sé que preferiría ser miembro de un comité de empresa, o aún mejor, un liberado sindical con poca predisposición al trabajo, pero tomemos esta lectura sólo como un simple ejercicio teórico.

Lo que trato de explicar es algo que usted sabe de sobras, pero que a fuerza de oír hablar de las hipotecas subprime, la FED, el G7, igual lo hemos olvidado.

Sigamos con el supuesto; supongamos que mañana se levantara enfundado en la piel de ese empresario del que todos huimos horrorozados, ¿qué le preocuparía? Pues en líneas generales la evolución de su cifra de ventas, la financiación de sus aprovisionamientos, y recubierto de una capa dolorosa, las llamadas cargas sociales y las cargas impositivas. Vamos por partes.

La cifra de ventas se ve condicionada seriamente por la evolución de la economía general, salvo para unos pocos sectores que juegan a la contra. Lógicamente también influye la imaginación del empresario, su predisposición horaria, su visión del negocio, su especialización, y tantas otras variables que la literatura de la economía de la empresa ha dejado por escrito, aunque sin desvelar la fórmula mágica del éxito.

Las cargas sociales, desde este lado de la barrera, son la verdadera atadura de las empresas, la que más dolores de cabeza genera y la más rígida a la hora de amoldarse al nuevo entrono. Echar a la gente a la calle no es plato de buen gusto, aparte de ser angustiosamente costoso, socialmente denostado y, las más de las veces, psicológicamente frustrante.

Las cargas impositivas nos son familiares a todos, nos es más fácil empatizar con la raza empresarial, pues las padecemos involuntariamente en primera persona, aunque sólo nos revuelven el hígado una vez al año, y los más ingenuos hasta se alegran que les devuelvan una mínima parte de lo que antes les quitaron. El empresario las sufre por partida doble, las suyas propias, más las retenciones de sus trabajadores, y además echa la bilis cada mes.

Prueba superada, ya soy empresario. Fin del supuesto. ¡Ah!, se me olvidaba ¿Y la financiación? Pues si una vez llegados a este punto, usted considera que puede ser un empresario de éxito, un tipo aguerrido preparado para la lucha las 24 horas del día; si cree que su proyecto puede ser viable, eficiente, que puede generarle más riqueza que un trabajo por cuenta ajena de los de lunes a viernes, entonces es que no le han explicado bien que la actual crisis del sistema financiero internacional le iba a hacer fracasar en el intento, que todo ese esfuerzo anterior sería baldío, estéril, pues la guinda a su pastel, honradamente ganado, vagaba sin rumbo por las cañerías más ocultas de los balances bancarios en el país de sabe dios dónde.

No hay comentarios: