Estas últimas semanas no hay tertulia que se precie que no acometa sin rigor las causas de la revolución financiera que estamos padeciendo. Afortunadamente la jornada laboral me impide ver a la Campos en las mañanas de Tele5 que, según me cuentan, con su habitual desparpajo se afana en parar, templar y mandar al inclemente miura que nos cornea desde hace meses. Seguro que su experiencia en las peleas familiares de Belén Esteban le otorga un fino olfato para sacar conclusiones que ayuden a sus seguidores de siempre. Pensándolo bien, sólo ha pasado de la crónica rosa, a la crónica negra.
Y yo, aunque me las quiera dar de listo, dado que los economistas no sabremos explicar lo que nos está pasando hasta que la tormenta haya desaparecido por completo, quizá me una a la corriente que pasa el rato viendo las gansadas que nos cuentan los periodistas del corazón; puede que no sea mala receta. En definitiva, no me alejo mucho del planteamiento madein Campos si me aplico el dicho de que ningún economista en su sano juicio desobedece una orden de su esposa.
Para no entristecerles más de lo que seguro están, me conformo con comentar la reciente medida tomada por el señor Zapatero en socorro de la crisis. Pues bien, el mariscal del país se ha reunido con algunos de los altos ejecutivos de la banca cañí, y posteriormente consigo mismo, para poner a disposición de bancos y cajas españolas hasta 50.000 millones de euros, de forma que el Estado comprará activos sanos bancarios con la finalidad de que estas entidades, a su vez, consigan trasladar a los particulares y las empresas este dinero, y así reactivar el desaparecido crédito que nos tiene estrangulados.
La medida es un intento loable, pero atropellado, y aún así llega tarde. No ha tenido la decencia democrática, ni siquiera la picardía, de haberla debatido previamente con la oposición, como ha hecho la democracia americana, por ejemplo. Aunque sólo fuera por dar carnaza a la Campos con un debate acalorado en el que todos ganaran y nadie perdiera. Una lástima.
Tampoco se conoce ni cómo ni quién se va a encargar de asegurar que ese dinero llegue al demandante de crédito que lo necesita. La tarea no es sencilla, pues una vez ese dinero entre en los balances bancarios, será sumamente difícil separar el grano de la paja, el de antes y el de hoy.
Además, en su desatinada línea habitual, Zapatero solicita adhesión patria sin fisuras a la misma, sin antes explicar el cómo, el porqué y el cuándo, precisamente en el momento que su credibilidad está más que en entredicho. Y este no es un debate sólo filosófico, pues si se defiende ferozmente que nuestro sistema financiero está saludable, quizá ahora algunos puedan pensar que no es necesario curar al sano. Es el precio que hay que pagar por acostumbrase a decir lo contrario de lo que se sabe.
Para colmo, como un iluminado predicador, Zapatero se arroga de competencias divinas que sólo competen legalmente al Banco Central Europeo desde hace años; otro serio altercado contra el marco institucional; Y cuidado, ese maná monetario prometido, que nadie se equivoque, es nuestro, de todos los españoles; sale de nuestros impuestos y de nuestro trabajo, y para poner en marcha tal medida, sólo se conocen dos formas legales de conseguirlo; bien subiendo los impuestos, bien endeudando al país aún más, que es tanto como decir hipotecar y empobrecer a las generaciones siguientes.
En definitiva, en un momento de desorientación mundial como el que vivimos, quizá sea más recomendable hacer las cosas bien, en lugar de sólo hacerlas. Ahora toca que los demás nos crean, pero ya se sabe que el dinero solo vale para todo, pero nada mas.
Y yo, aunque me las quiera dar de listo, dado que los economistas no sabremos explicar lo que nos está pasando hasta que la tormenta haya desaparecido por completo, quizá me una a la corriente que pasa el rato viendo las gansadas que nos cuentan los periodistas del corazón; puede que no sea mala receta. En definitiva, no me alejo mucho del planteamiento madein Campos si me aplico el dicho de que ningún economista en su sano juicio desobedece una orden de su esposa.
Para no entristecerles más de lo que seguro están, me conformo con comentar la reciente medida tomada por el señor Zapatero en socorro de la crisis. Pues bien, el mariscal del país se ha reunido con algunos de los altos ejecutivos de la banca cañí, y posteriormente consigo mismo, para poner a disposición de bancos y cajas españolas hasta 50.000 millones de euros, de forma que el Estado comprará activos sanos bancarios con la finalidad de que estas entidades, a su vez, consigan trasladar a los particulares y las empresas este dinero, y así reactivar el desaparecido crédito que nos tiene estrangulados.
La medida es un intento loable, pero atropellado, y aún así llega tarde. No ha tenido la decencia democrática, ni siquiera la picardía, de haberla debatido previamente con la oposición, como ha hecho la democracia americana, por ejemplo. Aunque sólo fuera por dar carnaza a la Campos con un debate acalorado en el que todos ganaran y nadie perdiera. Una lástima.
Tampoco se conoce ni cómo ni quién se va a encargar de asegurar que ese dinero llegue al demandante de crédito que lo necesita. La tarea no es sencilla, pues una vez ese dinero entre en los balances bancarios, será sumamente difícil separar el grano de la paja, el de antes y el de hoy.
Además, en su desatinada línea habitual, Zapatero solicita adhesión patria sin fisuras a la misma, sin antes explicar el cómo, el porqué y el cuándo, precisamente en el momento que su credibilidad está más que en entredicho. Y este no es un debate sólo filosófico, pues si se defiende ferozmente que nuestro sistema financiero está saludable, quizá ahora algunos puedan pensar que no es necesario curar al sano. Es el precio que hay que pagar por acostumbrase a decir lo contrario de lo que se sabe.
Para colmo, como un iluminado predicador, Zapatero se arroga de competencias divinas que sólo competen legalmente al Banco Central Europeo desde hace años; otro serio altercado contra el marco institucional; Y cuidado, ese maná monetario prometido, que nadie se equivoque, es nuestro, de todos los españoles; sale de nuestros impuestos y de nuestro trabajo, y para poner en marcha tal medida, sólo se conocen dos formas legales de conseguirlo; bien subiendo los impuestos, bien endeudando al país aún más, que es tanto como decir hipotecar y empobrecer a las generaciones siguientes.
En definitiva, en un momento de desorientación mundial como el que vivimos, quizá sea más recomendable hacer las cosas bien, en lugar de sólo hacerlas. Ahora toca que los demás nos crean, pero ya se sabe que el dinero solo vale para todo, pero nada mas.
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