martes, 23 de febrero de 2010

Desorden sindical

Uno no sabe por qué acaba pensando de una determinada manera, en una dirección concreta, y no al contrario. Seguramente para las mentes vulgares, como la mía, tenga mucho que ver el azar y la fuerza de la corriente. En el caso de los genios no ocurre así, y las más de las veces prorrumpen desde situaciones abiertamente hostiles.

También es cierto que los pensamientos de las personas evolucionan a lo largo de su vida, y no siempre en línea recta. Yo soy de los que suscribe ese viejo dicho que afirma que cualquiera que no sea socialista antes de los treinta no tiene corazón; y cualquiera que siga siendo socialista después de los treinta es que no tiene cabeza.

Y, aunque no me crean, digo esto desde el respeto a los avatares apasionados de la juventud, y con la resignación que glosa la razonable experiencia por carecer de otra virtud que no sea el mero paso del tiempo.

Quizá por todo eso esté en contra de la actitud reinante en los sindicatos españoles. O quizá sea sólo porque me han hecho tragarme hoy un atasco antológico por culpa de la manifestación trampa diseñada para colapsar el centro de la capital de España.

No voy a decir que por poco nos hacen creer que saltaban a la calle para defender a la clase obrera, porque no me creería nadie, pero me alegro que haya sido el Presidente del Gobierno quien haya dejado claro que los sindicatos tienen todo el derecho constitucional del mundo a manifestarse; con eso ha sobrado para deducir que se trata de una pantomima conjunta más, y que, en el fondo del fondo, a todos les importa más bien poco el futuro de sus representados.

Pero, ¿de verdad los sindicatos no valen para nada? No. Bueno, ahora no. Claro está que se trata de asociaciones voluntarias y, seguramente, podrían rendir importantes servicios a la comunidad. Por ejemplo, podrían participar en el proceso de elección entre incrementos salariales u otros beneficios, que podemos denominar genéricamente sociales, aunque yo huya deliberadamente casi siempre del término ‘social’.

También podrían intervenir en ayuda de la justicia en la estructura salarial en el seno de una organización. De hecho no hay nada más doloroso para un trabajador que la desigualdad económica antes los que él considera sus iguales.

Sin olvidar una de sus funciones principales, la de proveer asistencia mutualista a los trabajadores, de acuerdo a los riesgos en los que incurran en el desempeño de sus actividades.

Sin embargo, su finalidad primordial en estos momentos es la de intentar forzar el alza ininterrumpida de los salarios mediante coacción, aniquilando al mercado e impidiendo actuar a la competencia como elemento regulador en la asignación de recursos.

¿La consecuencia? Descensos en la productividad general de las empresas; por consiguiente, descensos en la remuneración del conjunto de los trabajadores y, sobre todo, paro, cuantioso y doloroso paro.

3 comentarios:

LITROS dijo...

Cada día me da mas pena España o lo que quede de ella y los que quedamos en ella.
Cuanta mierda hay que tragar en esta pantomima de "presunta" democracia.

Peter Mihm dijo...

El problema de nuestros sindicatos es que son la voz de su amo: el partido en el poder. No se mira por el trabajador. Ojo, que además el trabajador somos todos los que aportamos, no unos señores con mono azul mahón, que también.

Los sindicatos de ahora no tienen credibilidad y estoy de acuerdo que parecen vivir del chantaje y del compadreo. Siento si al generalizar soy injusto con las excepciones, que las hay. Pero creo que no representan más que a sí mismos y a sus propios intereses. Y que no van con los tiempos.

Si el PP estuviera en el Gobierno, les habrían metido una huelga general como un templo. Ahora sólo se les oye susurrar... Y, claro, de reformar el mercado de trabajo ni hablemos. No vaya a ser que arreglemos algo.

Peter Mihm dijo...
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