Es lo que se dice de la muerte respecto de la vida. Sabes que puede suceder en cualquier momento, pero nadie sabe cuándo va a dejar de ser un enigma. Es sólo un ejemplo, no quiero asustarles demasiado, pero me vale para empezar a hablar, una vez más, de la anunciada quiebra del sistema de pensiones español, de la que tampoco hay duda que llegará, aunque no sabemos con precisión ni cuándo ni, sobre todo, cuánto nos va a afectar.
La pirámide demográfica no hay quien la cambie. Encima ahora nos da por no tener hijos y por vivir de vacaciones pagadas hasta los taitantos, sobre todo ellas, que pasan de la igualdad en según qué casos. Las crisis económicas en las que conviven altas tasas de paro sólo agudizan el problema.
Todo esto es un cóctel explosivo para un sistema de pensiones de reparto, de falaz reparto, porque nos empobrece a todos. Que alguien me explique cómo vamos a digerir, en términos financieros, los años en los que debamos pagar a los pensionistas más que lo que ingresemos por cotizaciones de los trabajadores en activo. Ah, sí, ya me acuerdo, con cargo a los Presupuestos Generales del Estado. Vale, con más impuestos. Podríamos, por ejemplo, subir el IVA al 50%, el IRPF al 65% y el impuesto de sociedades al 70%. Suena a circo, pero motiva.
Pero el peor truco de magia es el evidente. Como el de subir la edad de jubilación de forma espasmódica hasta los 67. O hasta los 70. Tanto me da. Nadie duda de su eficacia, si lo que queremos es fugarnos hacia adelante, por la escalera de incendios. Si lo que queremos es retrasar el problema unos cuantos años. Si lo que no queremos es acabar con este sistema fraudulento. Si lo que no queremos es proteger el esfuerzo personal, el del individuo.
No pongo en duda la legitimidad social de unas pensiones mínimas, vistas como un pequeño aporte de dignidad. Pero hasta ahí. Y dando gracias al forzoso donante. El resto del pastel es para el que lo trabaja, como la tierra y como el mar.
Y no veamos en un sistema de capitalización individual, de sacrificado ahorro, un rasgo de maldad, sino un sistema que nos proteja de veras a nosotros, a nuestro esfuerzo, a nuestra voluntad y a nuestras familias, y sólo desde ese paraje podremos dejar trabajar a la mano invisible de Adam Smith, para que vuelva algo de su ‘Riqueza de las naciones’.
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