Los telepredicadores que narran el fútbol en la Argentina son una hipérbole continua y desmesurada. Son periodistas relatores con camiseta. Con los colores pintados en su voz. Y lloran por su equipo igual que los demás hinchas. Más alto aún. Porque para ellos el fútbol, y su equipo, son algo mucho más que una simple cuestión de vida o muerte.
Los relatos que nos llegan de aquellos locos cronistas suelen hacernos gracia a este lado del charco. Más de uno hubiera preferido incluso reencarnarse en Víctor Hugo Morales antes que en El Pelusa para poder llorar al mundo aquel gol del 86 a los ingleses.
Y a uno, que le gusta el fútbol, le cuesta entender cómo alguien puede sentir por un juego, por un entretenimiento, por un pasatiempo, un luto similar a la pérdida de un ser querido. Y exagero lo imprescindible.
Ayer escuché el relato sanguíneo de Atilio Costa Febre sobre el descenso de River a la bé por primera vez en 110 años de historia. No reparó en calificativos. Y se ocupó de echar gasolina al fuego campal con la excusa pasional de su discurso.
Habló de guita robada. De ladrones. De ratas. De incapaces. De mentirosos. De sátrapas. Y animó su discurso con insultos graves, desafiando a los insultados a duelos en los tribunales de justicia.
Es verdad que el argentino es excesivo y que vive el fútbol con una profunda connotación pasional. Es verdad que cuando tienes poco que perder, eres más libre para llorar. Incluso tienes menos miedo a la muerte, porque crees que no es contagiosa.
Es verdad que el argentino procesa una religión por el fútbol que raya el fanatismo más dañino.
Pero a Atilio Costa el domingo se le salió la cadena. Su visceral reacción, la de un periodista con más de veinte años de servicio, avergüenza a los periodistas. Y también al resto del mundo del fútbol.
1 comentario:
Habrá ratas, ladrones, satrapas y lo que quiera, pero el que juega es el 11 contra 11 y ahí ha perdido River.
Con mejores o peores fichajes, con mejores o peores jugadores, pero pierden los partidos. Y para bajar hay que perder muchos.
Culpables, todos en River, inchas incluidos.
Ahora llanto y crujir de dientes.
¡¡Yo sos de River, que pena siento.!!
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