Creo que no descubro nada a nadie si afirmo que a la clase política, en general, bien le vendría una buena ración de formación (separado), tanto de carácter técnico como propiamente política, entendida esta última como el arte de gestionar los (escasos) recursos públicos de manera eficiente, que no eficaz, cara a maximizar los servicios al ciudadano.
Me estoy refiriendo a algo tan elemental como es la preparación previa que se exige a todo trabajador para el desempeño de una función, ni más ni menos. También es cierto que ‘a capar se aprende capando’, y no me quiero meter con los defensores a ultranza de la bendita experiencia, pero claro, aprender las funciones propias de un puesto de esta trascendencia sobre la marcha y con la única ayuda de la profesora vida, es un escupitajo al aire que las más de las veces acaba cayendo en lo más profundo del iris del ciudadano.
Quizá les esté dando una idea de negocio a los empresarios del famoso CCC, aunque confesada ya muchas veces mi frustración como animal empresarial, seguro que ningún registro de patentes serio pagaría un euro por este vulgar I+D propuesto.
Sobre la otra, la capacitación técnica de los políticos, surge siempre el debate sobre si éstos deben ser reputados conocedores de la materia a cuya responsabilidad se encomiendan, o si basta con un poco de arte para llevar a cabo su misión. Desechando los extremos químicamente imposibles, uno se decanta por un poco más de conocimiento técnico y un poco menos de artista, aunque quede claro que las discrepancias siempre son sanas.
¿Y a qué viene este rollo? Pues al maravilloso asombro que me ha producido oír (mejor dicho, leer) al presidente de turno de la Unión Europea, el checo Klaus, mentar en el parlamento europeo al afamado economista liberal francés del siglo XIX, Frédéric Bastiat, defendiendo, ante el embotamiento general, supongo, nada menos que el concepto de libertad versus intervencionismo, ironizando sobre aquellos fabricantes de velas, de las de alumbrar, que se quejaban ante el Rey de la competencia desleal de un competidor extranjero, el Sol, solicitando un arancel protector ya que, al iluminar gratuitamente, reducía drásticamente su cifra de ventas, incidiendo gravemente sobre la industria nacional.
Esperanzador discurso de Klaus, aunque mucho me temo que quedará en una simple gimnasia pedagógica que será súbitamente enterrada por los durmientes eurodiputados.
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