Con la dosis justa de cinismo me gustaría desearles que la nube negra del 2009 pasara tan rápido, que la angustia que nos provoca subir al casillero un año más la celebráramos este año con vulgar indiferencia, como rumiando una indecisa bilis.
Y ojalá sea el 2010 el principio del fin de este insoportable tugurio en el que andamos metidos, ojalá sea el game over de un videojuego basado en una mala película de terror.
Desgraciadamente no es momento de brindar, y sí de desear, aunque ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir; si no, que se lo digan a los más de once millones de españoles que volverán a brindar por un 2009 más próspero, más social, más justo, más demagógico, pero este año que viene lo harán convertidos en felices subsidiados públicos, saboreando su descanso inactivo, y sin contar con el beneplácito de otra parte de los españoles que no desean brindar, o que no desearon desear lo mismo en marzo de 2008.
Y antes de atragantarte con las uvas de fin de año, no olvides pasar lista a tu cabeza; ya no hace falta convencer a nadie que la fiesta se ha acabado, pero sólo tus zapatos saben de qué pie cojeas, sólo tú sabes si eres otra víctima de la logse y aún no te has enterado.
La herida abierta en el corazón económico y financiero mundial viene cargada de sonrisas tristes y atronadores silencios para estas navidades, aunque la cercanía de aquellos tiempos de abundancia y expectativas dulces, quizá haga que algunos se pongan la venda en los ojos unas semanas más, camino de cualquier lejano lugar. Así, hasta bien entrada la cuesta de enero, no se enterarán de veras que nuestro estatus ha cambiado, salvo a quien le suene la flauta de San Ildefonso.
Los más insensatos optimistas seguirán con su careto de insoportables santurrones, seguirán fieles a la orquesta política más desafinada, y podrán brindar felizmente por el 2009, podrán volverse a la realidad y maquillarse con más mentiras piadosas, con más sexo sin amor, con boludeces peronistas, con hados casposos que les saquen las castañas del fuego, o con fantasmas a quienes echar la culpa de todo. El resto habremos de esperar al 2010, en el mejor de los casos.
A mi me sigue resultando muy difícil predecir, especialmente si es sobre el futuro, así que sólo les pido que en estas fechas se aprieten un buen pelotazo de aguardiente, aunque sea de hacendado, que busquen la verdad en sus amigos, que no dosifiquen los placeres mundanos pero que vigilen de reojo su colesterol y su próstata y, ante todo, les deseo mucho trabajo y mucho amor; saquen el corazón del cajón, quiéranse mucho estos días, muéranse de amor, dense besos de regalo, aunque algunos les sepan a vinagre, acaríciense como si fuera la última vez; es la única receta financiera fiable para combatir la crisis, para recorrer este camino que no lleva a Roma.
Y ojalá sea el 2010 el principio del fin de este insoportable tugurio en el que andamos metidos, ojalá sea el game over de un videojuego basado en una mala película de terror.
Desgraciadamente no es momento de brindar, y sí de desear, aunque ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir; si no, que se lo digan a los más de once millones de españoles que volverán a brindar por un 2009 más próspero, más social, más justo, más demagógico, pero este año que viene lo harán convertidos en felices subsidiados públicos, saboreando su descanso inactivo, y sin contar con el beneplácito de otra parte de los españoles que no desean brindar, o que no desearon desear lo mismo en marzo de 2008.
Y antes de atragantarte con las uvas de fin de año, no olvides pasar lista a tu cabeza; ya no hace falta convencer a nadie que la fiesta se ha acabado, pero sólo tus zapatos saben de qué pie cojeas, sólo tú sabes si eres otra víctima de la logse y aún no te has enterado.
La herida abierta en el corazón económico y financiero mundial viene cargada de sonrisas tristes y atronadores silencios para estas navidades, aunque la cercanía de aquellos tiempos de abundancia y expectativas dulces, quizá haga que algunos se pongan la venda en los ojos unas semanas más, camino de cualquier lejano lugar. Así, hasta bien entrada la cuesta de enero, no se enterarán de veras que nuestro estatus ha cambiado, salvo a quien le suene la flauta de San Ildefonso.
Los más insensatos optimistas seguirán con su careto de insoportables santurrones, seguirán fieles a la orquesta política más desafinada, y podrán brindar felizmente por el 2009, podrán volverse a la realidad y maquillarse con más mentiras piadosas, con más sexo sin amor, con boludeces peronistas, con hados casposos que les saquen las castañas del fuego, o con fantasmas a quienes echar la culpa de todo. El resto habremos de esperar al 2010, en el mejor de los casos.
A mi me sigue resultando muy difícil predecir, especialmente si es sobre el futuro, así que sólo les pido que en estas fechas se aprieten un buen pelotazo de aguardiente, aunque sea de hacendado, que busquen la verdad en sus amigos, que no dosifiquen los placeres mundanos pero que vigilen de reojo su colesterol y su próstata y, ante todo, les deseo mucho trabajo y mucho amor; saquen el corazón del cajón, quiéranse mucho estos días, muéranse de amor, dense besos de regalo, aunque algunos les sepan a vinagre, acaríciense como si fuera la última vez; es la única receta financiera fiable para combatir la crisis, para recorrer este camino que no lleva a Roma.
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