En los sistemas de ‘prestación definida’, como el español, el importe resultante de la pensión es independiente de lo cotizado realmente, y lo más desacertado, su cuantía no depende de la esperanza de vida de las personas. Es el mismo café desde hace años, convenientemente revalorizado a golpe de portavoz político.
Lo que nos corresponde a cambio de nuestras cotizaciones 'anónimas', si es que usted valora lo intangible, es una promesa de cobro de una renta mensual y vitalicia. Y, como ya he indicado, dicha promesa sufre los avatares de las circunstancias, las políticas y las del entorno económico.
Ya sé que la palabra vitalicia suena muy bien y algunos la consideran sinónimo de vida eterna, de limbo celestial. Lástima que el feliz cuento haya de romperse con algunas cuentas.
Porque si a usted le da por morirse al día siguiente de cumplir los 65 años, o a la edad fijada en su momento como de retiro obligatorio, su viuda o su viudo recibirán, tan solo, un porcentaje de la mensualidad prometida -la mayoría de las veces cercano al 50%-. El resto de sus aportaciones se habrán evaporado.
Aún más lúdico. Si el imaginario pensionista falleciera al final de su vida laboral, y su estado civil no supiera de parejas de derecho, todo lo aportado durante su vida, todo, pasaría a engrosar el derroche público nacional. Nada a cambio de todo es el acuerdo.
Ya sé que después de muertos, y sin nadie en el entierro, lo vitalicio deja paso a lo realmente eterno, pero no me negarán que la cosa tiene su guasa.
Lo que ya no tiene tanta guasa, y es moneda de curso legal, es la situación de desamparo en la que deja el sistema social al futuro pensionista, si la marea laboral le deja sin trabajo pasada la barrera de los cincuenta años.
Es una de las caras amargas y crueles del maná prometido, consecuencia directa de las cotizaciones sin nombre, de los esfuerzos ajenos y del efecto sin causa. El resultado: De nuevo nada a cambio de todo.
Es cierto que la tendencia a lo positivo nos hace creernos inmortales pero, ni siquiera en este caso, se nos devolverá lo realmente cotizado; ni en tiempo ni en forma.
Y ni siquiera emulando al Matusalén del Antiguo Testamento conseguiremos que caiga de nuestro lado lo que nos pertenece; eso sí, habremos contribuido a la quiebra del sistema de una manera legal. Pero los últimos, ya nunca serán los primeros.
Para que no me tachen sin causa de tendencioso les diré que, la verdadera ventaja del sistema actual de pensiones, está en manos de los trabajadores autónomos bien informados que, aplicando correctamente la picaresca española, cotizan al máximo durante los quince últimos años de su vida laboral, y disfrutan libremente de sus rentas, antes y después de este periodo.
La siguiente entrega del serial comentará aspectos del sistema de pensiones alternativo, el de ‘aportación definida’.
(Continuará)
3 comentarios:
Lo mejor es ser inmortal y trabajar "ad eternum".
Esclavo perpetuo, todo por la patria.
Bueno, ya ni siquera eso.
Trabajar más y cobrar menos.
No Borja, no es una de dos, es un triple: trabajar mas, cobrar menos y, si cuela, para siempre.
Jua, jua,
Publicar un comentario