Hay afirmaciones como ésta que, por evidentes, nos parecen necedad. Decimos que son de Perogrullo. Se me entiende. Y eso que nadie conoce el verdadero origen del ‘sabio’ Pero Grullo. Ni quién era, ni si de verdad existió. Pero la marea popular lo ha traído hasta nuestros días, y de lo que nadie duda es del significado de las verdades de Perogrullo. Hasta la RAE lo santifica.
Y siguiendo esta línea quiero hablar hoy de lo gratis y de su valor. Si es que lo tiene, o si es una simple paradoja repelente. Y para ello me voy a apoyar en la matemática, pero no se asusten, sólo de refilón. Yo no soy experto en ciencias exactas.
Pues bien, los matemáticos nos repiten una y mil veces que no se puede dividir por cero. Y todos aceptamos las verdades de los números abstractos. Aquí no hay sectas. No hay gente de derechas y de izquierdas. Sólo demostraciones irrebatibles.
Intentemos razonar sin ecuaciones. Si entro en una tienda con un billete de 100 euros con la intención de comprar algún producto, ¿cuántos artículos podría adquirir si los objetos de mi deseo valieran 100 euros cada uno? Uno. ¿Y si sólo valiera 50 euros la unidad? Pues dos. ¿Y si valieran sólo 1 euro? Entonces 100. ¿Y si valieran 0,01 euros? Cojan la calculadora y verán que el resultado son 10.000 artículos. No les atormento más.
Lo que trato de explicar es que a medida que disminuye el precio, aumenta la cantidad de artículos que podemos comprar. Si siguiéramos disminuyendo el precio, la cantidad continuaría aumentando pero, si finalmente llegáramos a un punto en donde el precio por artículo fuera cero, entonces el resultado de la división sería infinito. Por eso los matemáticos nos dicen que no se puede dividir por cero. Dicho de otra manera, nos lo podríamos llevar todo a cambio de nada; y no me negarán que el asunto no entraña cierta contradicción.
Y por eso lo gratis no vale. Porque no le damos valor ni tiene interés alguno adquirir mayor o menor cantidad de las cosas. Porque ese infinito conseguido no es fruto de nuestro esfuerzo. Porque, tal y como funciona el mundo, es nuestra obligación corresponder de alguna manera a los beneficios que conseguimos gracias al trabajo de otros. Porque, aunque a usted le salga gratis, de balde, a otros les sale muy caro. Y porque esos otros se han esforzado para poner a su disposición aquellos bienes o servicios que usted desea.
Y la machacona realidad nos lo demuestra a cada momento. Pero, aún así, todos soñamos con lo gratis y con lo felices que seríamos si todo creciera de los árboles públicos de manera infinita. Y lo que digo no es una acusación ‘gratuita’, pero no pienso hablar de la prórroga de la subvención de los 426 euros a los parados porque me estropearía el artículo.
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