Don José María O’Kean es un sevillano, doctor en economía, que lleva en la sangre esta ciencia social, y que se afana por divulgarla y por hacérnosla más sencilla.
O’Kean acaba de publicar un libro sobre competitividad titulado ‘España competitiva’, todo un tratado sobre lo que debería ser y no es. Algunos han bautizado su obra como una novela de terror, como un libro de ciencia ficción o como un cuento imaginario. Él mismo define su obra como un canto desesperado.
Es un libro breve, que se puede entender, nada teórico ni académico; un manual que intenta convencer y que se puede seguir sin excesivas curvas.
En sus páginas, lejos de pensar que la crisis española actual se debe a la coyuntura financiera internacional y al excesivo peso del sector de la construcción, O’Kean la achaca a la falta de competitividad de la economía española, nuestro mal endémico de los últimos decenios.
El Doctor nos recuerda que siempre hemos adormecido la resolución de este problema con sucesivas devaluaciones de nuestra moneda, de la olvidada ‘rubia’. Pero que ahora, como serios miembros de eurolandia, ya no podemos recurrir a este ajuste nominal para salir del atolladero y recuperar el empleo.
Así lo hicimos con el ‘plan de estabilización’ del Ministro Boyer en el año 1982, tras el cual empezó un ciclo de crecimiento excesivo del sector de la construcción, a base de obra pública, que provocó un colosal endeudamiento del Estado.
O tras las cuatro devaluaciones sucesivas del año 1993, que propiciaron un ciclo de crecimiento, otra vez basado en el sector de la construcción, pero en este caso con un sobreendeudamiento del sector privado.
Porque España, cuando crece, se endeuda. Porque no somos capaces de vender fuera lo que necesitamos para mantener nuestro crecimiento. Y esto nos aboca a crisis financieras cuando nos recuerdan que es hora de devolver lo que nos han prestado.
Y si no podemos vender para crecer, o para pagar lo que debemos, es porque nuestra capacidad competitiva es muy débil. Y el zapato nos aprieta tanto en precios como en costes.
Porque nuestros precios crecen a tasas más altas que las de nuestros competidores. Porque nuestros costes productivos están estrangulados por convenios colectivos que negocian siempre al alza, con independencia del momento económico. Y porque la regulación no favorece la competencia en determinados sectores.
En definitiva, porque nuestra productividad es muy baja. Sólo un dato: entre 1995 y 2006 la productividad por año media en España fue negativa.
Hay quienes piensan que la productividad no se puede medir, y mucho menos compararse con nada ni nadie. Hay quienes pensamos que la productividad no es más que un cociente entre los ingresos de una empresa y las horas trabajadas.
Si, como a mí, te gusta predecir el pasado, te gustará este libro. Si no, quizá sea más aconsejable que te dejes caer en la garras de la ‘España invertebrada’ de Ortega, para admirar el futuro de hace 90 años.
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