Me comprometí, por escrito, a explicar la transición entre los dos sistemas inventados por el hombre para remunerar la vejez. Más en concreto, el paso del sistema de prestación definida y reparto actual, hacia un sistema de aportación definida y capitalización.
Pues allá voy. Y no lo hago porque lo prometido sea deuda, y menos hablando de pensiones, sino porque, de no hacerlo, decepcionaría algunas de sus expectativas; casi tanto como las de los trabajadores y jubilados españoles en materia de pensiones.
Como no soy inventor, me apoyaré en lo ya inventado. En este caso, en el ejemplo de José Piñera, el mortal al que se le atribuye la exitosa reforma del sistema de pensiones chileno en tiempos del innombrable General.
Pues bien. Al señor Piñera se le ocurrió la brillante idea de crear una ‘libretita’. Una simple cartilla, al estilo de las viejas cartillas de ahorros, en la que a todo trabajador se le iría anotando lo acumulado en cada momento para su futura pensión. Viene a ser como el estado de posición de su plan de pensiones privado, con una salvedad, que, en este caso, el sistema sería obligatorio y público.
Y a los que ya lucimos cabellos entrecanos, ¿qué nos apuntamos ahora como derechos consolidados en la ‘libretita’? En otras palabras, ¿cuánto nos deben?, si es que nos deben algo.
Pues nos deben, y mucho. Entre todos, algo así como dos veces y media el PIB anual de España. No me dirán que mantener escondido ese pasivo público, sin que nadie se entere, no tiene mérito.
Pero ya tenemos la moqueta levantada, la enfermedad diagnosticada y cuantificada la deuda. Ya tenemos nombre y apellidos, caras reconocibles; y el enfermo todavía respira. Y sólo hemos necesitado realizar unos cálculos actuariales.
Pero queda lo más difícil. Que el Estado reconozca explícitamente lo que se debe a cada cotizante y a cada pensionista, en función de lo aportado y de su esperanza de vida. Y que lo anote en nuestra ‘libretita’, a título personal e intransferible.
Para ello Pedro Schwartz propone, por ejemplo, la entrega a cada trabajador o pensionista, de títulos de deuda del Estado por el importe adeudado, al que se irían acumulando posteriores cotizaciones en el caso de los trabajadores en activo. El catedrático también plantea mantener un subsidio mínimo para aquellas personas que no hubieran podido trabajar o ahorrar.
Evidentemente, el camino es doloroso. Existirían mermas en algunas cuentas individuales y, a cambio, nuestra pensión pasaría de estado gaseoso a bien tangible, y la responsabilidad de nuestra vejez saltaría de nuevo a nuestras inexpertas manos.
También es cierto que el paso es más sencillo cuando la Seguridad Social ha quebrado del todo, como había ocurrido en Chile, como ocurrirá en España. Entonces partiríamos todos de cero. Pero a mí no me parece lo más sensato, dada mi edad actual.
Los habrá que, ni aún así, lo quieran. Los habrá que sigan prefiriendo seguir viviendo como hasta ahora, aunque sea imposible. Los habrá que sigan prefiriendo no conocer las reglas del juego. Y los habrá que hablen de dificultades imaginarias o supuestas.
La respuesta no es sólo nuestra, pero también es nuestra.
2 comentarios:
Derramas optimismo a tu paso. Es maravilloso....Pues ya sabes, si lo ves mal para mí..........."echa las tuyas a remojar"
Saludos
Hombre, don Andrés, también podría ponerme la gorra del optimista antropológico, pero es que esto no tiene ni un pase.
Las mías, al menos eso intento, están remojando hace tiempo.
Catacrack.
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