Thas’s not the question. No. Tanto da que me da lo mismo; son patatas con carne o carne con patatas. Luego me explico.
Aclaro que no me estoy refiriendo a la esfera personal; donde es muy valioso decidir atinadamente entre gasto o ahorro (entendido éste como un gasto diferido). Lo que voy a intentar explicar se refiere a las consecuencias directas de las decisiones de ahorro o de gasto para el resto de una economía dada; ya saben, esa parcela que le debería importar a un dirigente político de un país cualquiera.
Y no quiero entrar en consideraciones morales que separan a las personas agrupándolas en buenos y malos, en tacaños ahorradores y en generosos o pródigos consumistas. Ya saben. Ésas que por un lado ensalzan la figura del ahorrador intachable, del ejemplar sujeto comedido que sabe poner freno al dislate consumista en previsión de tiempos peores y, por otro lado, le acusan de egoísta, de mezquino, de ruin, de roñoso. Ahí que cada cual busque su postura y que se cambie de blog.
La cuestión que planteo es si las decisiones de ahorro de los agentes económicos suponen un freno para el resto de la economía, para su crecimiento medido como un todo.
Lo que quiero preguntarme, y no sólo retóricamente, es si, como parece, las decisiones de consumo hacen crecer la economía y, por el contrario, las de ahorro la frenan por desplazarla al futuro.
Según esta teoría, ampliamente aceptada, en épocas de crisis, como la actual, la propensión al ahorro de las familias y las empresas empeora aún más la situación global.
Pues algunos opinamos que no. Algunos opinamos que da igual, que es lo mismo; que por distintos caminos llegas al mismo destino. Algunos preferimos quitarnos las gafas empañadas para intentar ver lo que la realidad económica esconde, por achuchada que sea.
Veamos un ejemplo sencillo. Imaginemos una familia cuya renta disponible mensual fuera de 100 unidades. Supongamos también que su posición económica le permite cierta capacidad de ahorro. Pongamos que un 20%.
Según la teoría del consumo como fuente de riqueza, al gastar las 100 unidades, nuestra familia beneficiará a las industrias a las que haya destinado su dinero y, por ende, al conjunto de su economía. Correcto. Nadie dijo lo contrario.
Según la teoría del ahorro como freno de la economía, las 20 unidades sabiamente atesoradas, quedarían fuera del sistema, propinando un gancho mortal al bienestar común. Incorrecto. Desempañemos las gafas.
Estas 20 unidades, salvo que se escondan detrás de un ladrillo o en la caseta del perro del jardín, serán depositadas, por ejemplo, en una entidad bancaria, se invertirán en la compra de acciones de una empresa, se suscribirán participaciones en fondos de inversión o en planes de pensiones.
En definitiva, los agentes financieros se encargarán de hacer llegar el excedente de 20 unidades a aquellos agentes económicos que hayan tomado una decisión de gasto presente.
Simplemente habremos sustituido su decisión de consumo diferido por la decisión de consumo actual de otro agente económico. Por lo tanto, las consecuencias para la economía en su conjunto son iguales.
Como queríamos demostrar.
2 comentarios:
Gran requiebro, Edu_Rob. Soy de los que se empeña en ahorrar, pero de las 100 unidades que aporto al bien familiar creo que nunca logro aportar las 20 de las que hablas. Aún así, soy partidario del ahorro, aunque sin caer en roñerías... Aunque la confianza en los bancos no sea grande, creo que siempre hay una pequeña parte del capital que creo que son ellos los que tienen que administrar.
Además, si uno no ahorra pensando en el futuro, qué le queda: ¿jubilarse a los 67 -que será a los 76 cuando nos llegue la hora-? ¿no tener pensión -yo es que soy cada día más escéptico- o cobrar una que no te permita ni comer tres veces al día?
Pues eso, mientras uno tenga curro intentará ahorrar -arañar- algo...
De acuerdo con la teoría, pero creo que vale para las empresas de un determinado tamaño mediano - grande, es el pequeño comerciante y la microempresa la que sufre el amarrategui del consumidor.
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