El tamaño, también en este caso, sí importa, tal y como nos dice la señora experiencia y la señorita prudencia. Otra cosa distinta esa a quién le importa o a quién le debería importar. Ahí no me meto.
Me refiero, lógicamente, al tamaño del Estado. Al tamaño deseable, y no en términos eróticos amatorios, sino a cual debería ser la suma idónea de recursos monetarios a detraer del fondo de los bolsillos de los ciudadanos para ser gestionados públicamente por las cabezas de los políticos.
Puesto así el dilema sobre la mesa seguro que la mayoría desconfía del buen fin de su dinero, del porqué del esfuerzo entregado. Pero algo pasa, algo no funciona cuando en las conversaciones distendidas de verano el corrillo empieza estando de acuerdo, y al final siempre acaba apareciendo el socialista que llevamos dentro, el que reclama ayudas, el que reclama dineros a voz en grito; dineros que se considera ‘nos deben’ porque antes lo entregamos a la causa.
Y digo yo: Si se recibe porque antes se entregó, ¿para qué se entregó? Si no se recibe lo que antes se entregó, ¿para qué o quién se entregó? Si se recibe lo que antes no se entregó ¿quién es el pardillo que lo entregó?
Es verdad que los hay que creen que no es el tamaño del Estado lo que importa, sino la calidad de sus acciones. Medirlo es difícil, pero no imposible. Si no, miren algunos datos publicados sobre las economías y la participación del gasto público sobre su PIB. Llegaremos a conclusiones más que evidentes.
El denominado trasvase social de ricos a pobres ya sólo se lo creen en el mundo los españoles. Al menos los once millones de españoles que votan estoicamente en talante socialista. Quizá lo que pasa es que nuestra democracia está aún por hacer; o por deshacer, pero demos tiempo a que el Tribunal Constitucional vuelva de vacaciones y dicte sentencia sobre elestatut -el fallo más trascendental de los últimos años- y quizá nos hayan servido en bandeja la estocada definitiva a lo que hoy llamamos España.
El problema, a mi juicio, es que aún no entendemos que cuanto más Estado, cuanto más despilfarro agarrado al ancla social, más y más alegremente se dilapida lo nuestro. Y sin permiso ni venia. Y no digo que se malgaste nuestro esfuerzo -corren malos tiempos cuando hay que demostrar lo evidente-; lo que digo es que nos chulean. Pero nos debe gustar.
La guinda la ha puesto estos días Pepe Blanco arrogándose competencias de think tank nacional. Como las cuentas no salen a los manirrotos socialistas, y una vez exprimida la máquina del endeudamiento, sólo quedan dos opciones: o reducir gastos -como haría cualquier agente sensato- o aumentar impuestos.
Pepiño prefiere lo insensato, prefiere un Blanco fácil, prefiere que sufraguemos la chapuza y el derroche con nuestro dinero, pero la maniobra la ha disfrazado de medida de solidaridad, que siempre vende. Tendría más sentido, digo yo, aumentar el número de contribuyentes mediante la creación de empleo, pero para eso hay que hacer cosas. Y hacerlas bien. Hace unos meses también se ofreció al pueblo la subida del impuesto del tabaco y de la gasolina como ‘buena’ para la salud de los ciudadanos y para el ahorro de energía........en fin.
En esta ocasión le ha dado por advertir que les quitará a los ricos para dárselo en obras sociales a los pobres. Y claro, la risa se ha desbordado por los pasillos del Ministerio de Hacienda, ése que Él no regenta y que una tal Salgado tiene desatendido. Es verdad que a las 24 horas se tomó la píldora del día después y se desdijo, pero el globo sonda sin rigor ya había sido lanzado.
Los ricos, querido ilustrísimo Ministro de Fomento sin carrera, no pagan impuestos; al menos no los impuestos que usted quiere que paguen. A los ricos a los que quiere hacerles apretar el cinturón para engordar el Estado del malestar, a los que usted sondea indignamente, no les pescas con estúpidas palabras. Su dinero reposa en apuntes bancarios allende nuestras fronteras, en confortables sociedades anónimas amparadas por férreos secretos bancarios, y a poco que les asustes se esfumarán aún más lejos.
Los ‘ricos’ a los que se refiere Pepiño son los trabajadores asalariados con nómina, con space wagon, dos hijos, mes de vacaciones, atasco matinal y vespertino diario, de los del paquete de ducados en la playa de Benidorm, los que migran de orange a movistar para ahorrar un mísero céntimo por minuto en su tarifa y los que conocen de pegada tres decimales del euribor.
Y una cosa es que se nos tilde cariñosamente de ricos, y otra muy distinta que nos tomen por tontos.
Me refiero, lógicamente, al tamaño del Estado. Al tamaño deseable, y no en términos eróticos amatorios, sino a cual debería ser la suma idónea de recursos monetarios a detraer del fondo de los bolsillos de los ciudadanos para ser gestionados públicamente por las cabezas de los políticos.
Puesto así el dilema sobre la mesa seguro que la mayoría desconfía del buen fin de su dinero, del porqué del esfuerzo entregado. Pero algo pasa, algo no funciona cuando en las conversaciones distendidas de verano el corrillo empieza estando de acuerdo, y al final siempre acaba apareciendo el socialista que llevamos dentro, el que reclama ayudas, el que reclama dineros a voz en grito; dineros que se considera ‘nos deben’ porque antes lo entregamos a la causa.
Y digo yo: Si se recibe porque antes se entregó, ¿para qué se entregó? Si no se recibe lo que antes se entregó, ¿para qué o quién se entregó? Si se recibe lo que antes no se entregó ¿quién es el pardillo que lo entregó?
Es verdad que los hay que creen que no es el tamaño del Estado lo que importa, sino la calidad de sus acciones. Medirlo es difícil, pero no imposible. Si no, miren algunos datos publicados sobre las economías y la participación del gasto público sobre su PIB. Llegaremos a conclusiones más que evidentes.
El denominado trasvase social de ricos a pobres ya sólo se lo creen en el mundo los españoles. Al menos los once millones de españoles que votan estoicamente en talante socialista. Quizá lo que pasa es que nuestra democracia está aún por hacer; o por deshacer, pero demos tiempo a que el Tribunal Constitucional vuelva de vacaciones y dicte sentencia sobre elestatut -el fallo más trascendental de los últimos años- y quizá nos hayan servido en bandeja la estocada definitiva a lo que hoy llamamos España.
El problema, a mi juicio, es que aún no entendemos que cuanto más Estado, cuanto más despilfarro agarrado al ancla social, más y más alegremente se dilapida lo nuestro. Y sin permiso ni venia. Y no digo que se malgaste nuestro esfuerzo -corren malos tiempos cuando hay que demostrar lo evidente-; lo que digo es que nos chulean. Pero nos debe gustar.
La guinda la ha puesto estos días Pepe Blanco arrogándose competencias de think tank nacional. Como las cuentas no salen a los manirrotos socialistas, y una vez exprimida la máquina del endeudamiento, sólo quedan dos opciones: o reducir gastos -como haría cualquier agente sensato- o aumentar impuestos.
Pepiño prefiere lo insensato, prefiere un Blanco fácil, prefiere que sufraguemos la chapuza y el derroche con nuestro dinero, pero la maniobra la ha disfrazado de medida de solidaridad, que siempre vende. Tendría más sentido, digo yo, aumentar el número de contribuyentes mediante la creación de empleo, pero para eso hay que hacer cosas. Y hacerlas bien. Hace unos meses también se ofreció al pueblo la subida del impuesto del tabaco y de la gasolina como ‘buena’ para la salud de los ciudadanos y para el ahorro de energía........en fin.
En esta ocasión le ha dado por advertir que les quitará a los ricos para dárselo en obras sociales a los pobres. Y claro, la risa se ha desbordado por los pasillos del Ministerio de Hacienda, ése que Él no regenta y que una tal Salgado tiene desatendido. Es verdad que a las 24 horas se tomó la píldora del día después y se desdijo, pero el globo sonda sin rigor ya había sido lanzado.
Los ricos, querido ilustrísimo Ministro de Fomento sin carrera, no pagan impuestos; al menos no los impuestos que usted quiere que paguen. A los ricos a los que quiere hacerles apretar el cinturón para engordar el Estado del malestar, a los que usted sondea indignamente, no les pescas con estúpidas palabras. Su dinero reposa en apuntes bancarios allende nuestras fronteras, en confortables sociedades anónimas amparadas por férreos secretos bancarios, y a poco que les asustes se esfumarán aún más lejos.
Los ‘ricos’ a los que se refiere Pepiño son los trabajadores asalariados con nómina, con space wagon, dos hijos, mes de vacaciones, atasco matinal y vespertino diario, de los del paquete de ducados en la playa de Benidorm, los que migran de orange a movistar para ahorrar un mísero céntimo por minuto en su tarifa y los que conocen de pegada tres decimales del euribor.
Y una cosa es que se nos tilde cariñosamente de ricos, y otra muy distinta que nos tomen por tontos.
2 comentarios:
Espero que todos ellos esten entre los "ricos" y se les trate en consecuencia o es que se salen por arriba y no cuentan, jua, jua.
Me callo el insulto que se me viene a la cabeza por si me demandan, encima.
Estos tipos, que sí que son ricos, buscan que creamos que si ganas más de 24.000 euros es que estás podrido. Vamos que eres rico, tío.
Y yo, que me tengo por muy afortunado en muchas cosas, pienso: pobre del que tenga que sobrevivir ganando 24.000 euros brutos y tenga que pagar una hipoteca o un alquiler, tenga un coche -aunque sea de segunda mano-, pague sus recibos, coma tres veces al día y vaya un día a la semana al cine...
Lo que dices, se carga con todo el peso a una clase media que cada vez es más media-baja y cuyo poder adquisitivo sigue en caída libre.
Y lo digo yo que, de momento, tengo trabajo y no me quejo del todo. Aunque de la ausencia de medidas de estos políticos claro que me quejo. Qué menos...
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